El cuarto tomo de «Brutal« (“Satsujin Kansatsukan No Kokuhaku”, ブルータル 殺人監察官の告白) es un golpe directo al estómago. La obra de Kei Koga y Ryo Izawa que demuestra, página tras página, que el mal más grande no siempre se oculta en monstruos fantásticos ni en asesinos en serie con máscaras terroríficas. A veces se disfraza de padre ejemplar, de ciudadano modelo, de escritor de libros de autoayuda. El villano de este tomo es precisamente eso. La clase de persona que produce escalofríos por su normalidad aparente, y te provoca un desprecio visceral porque detrás de su sonrisa amable se esconde un misógino redomado, un maltratador de mujeres, alguien que apenas recuerda los nombres de sus propios hijos y que, aun así, parece venderse al mundo como modelo de ética y afecto.

Lo que hace especial este tomo no es solo la maldad del antagonista, sino la forma en que la historia lo pone frente al detective de homicidios. El protagonista es un observador frío, meticuloso y despiadado, alguien que entiende que tratar con asesinos requiere más que fuerza. Exige inteligencia, paciencia y un entendimiento casi quirúrgico de la psicología de quienes destrozan vidas. Cada interacción con este villano es una danza tensa de manipulación y análisis, donde cada palabra, cada gesto y cada pausa están calculados para exponer la corrupción que late bajo la máscara del supuesto padre perfecto. El lector siente la tensión en carne propia, porque la historia no suaviza nada. No hay melodrama barato, no hay justificaciones, no hay atajos emocionales.
Gráficamente se sigue manteniendo un nivel que roza la excelencia en su crudeza. El dibujo no se limita a ilustrar; comunica, grita y hiere. Las sombras, los ángulos y los planos cerrados intensifican la incomodidad que genera el maltratador, haciendo que cada viñeta sea un recordatorio constante de su repugnancia. Esa dualidad entre apariencia pública y monstruosidad privada se refleja en cada línea. La sonrisa es perfectamente reconocible como fachada, mientras que los ojos, los gestos, los movimientos sutiles revelan a un hombre que disfruta, aunque sea de manera oculta, del control y del daño que inflige a quienes deberían confiar en él.

La historia no se detiene en la simple exposición. También nos enfrenta a la frustración y la impotencia. Aunque todo en el tomo indica que este hombre merece un castigo brutal, la narrativa apenas roza la satisfacción del lector. Su muerte, aunque inevitable dentro de la lógica de esta serie, se siente insuficiente. Como si el universo narrativo no se atreviera a darle al lector lo que realmente merece: verlo sufrir, pagar por cada mentira, por cada golpe, por cada lágrima. Esa sensación de “me supo a poco” es intencionada y perversa. Refleja la realidad incómoda de que, incluso en la ficción, algunos monstruos escapan a la completa justicia, y nos deja con un residuo de indignación que arde como fuego en el pecho mientras pasamos la última página.
Lo fascinante de este tomo es cómo logra equilibrar esa repugnancia con el análisis psicológico del detective. Aquí no hay superhéroes ni vengadores; hay un hombre que estudia a los criminales con la precisión de un cirujano y que entiende que, para enfrentarse a la maldad, primero hay que reconocerla sin anestesia. El lector se convierte en cómplice involuntario de cada interrogatorio, de cada estrategia para desenmascarar la verdad oculta, de cada momento en que la paciencia y la frialdad del detective chocan con la arrogancia y la hipocresía de la persona que realiza las atrocidades. Esa tensión sostenida, sin concesiones, convierte a este tomo en uno de los más intensos de la serie hasta la fecha.

Además, no se limita a mostrar la maldad. También expone la tragedia de su entorno. Sus hijos, apenas reconocidos por él, y las mujeres que ha maltratado, se convierten en silenciosos testimonios de su repugnancia. No es necesario describir cada acto violento para sentir la inmensidad de su maldad: la trama hace que la repulsión y el odio surjan de manera natural, casi involuntaria. Es un logro que exige, sin duda, a un lector dispuesto a enfrentar lo peor de la condición humana sin filtros.
En términos de edición, este tomo mantiene la consistencia de la serie editada por Kitsune Manga. Con un formato que resalta los detalles gráficos y permite que cada viñeta respire lo suficiente para impactar. La traducción de Makoto Morinaga cuida que cada expresión, cada detalle del texto se perciban con claridad, haciendo que la inmersión sea total. En conclusión, la cuarta entrega de «Brutal« es una bofetada literaria y visual que deja al lector con el corazón acelerado y la mente en conflicto. Es la combinación perfecta de tensión, análisis psicológico y un personaje que desafía la paciencia y la indignación de cualquiera. Una lectura que incomoda, que provoca, que exaspera, y que, a la vez, reafirma que es la serie más despiadada, incisiva y necesaria para cualquier lector que quiera enfrentarse al lado más oscuro del ser humano.
