Akira: el valor del trono. Un análisis original

Hablar del anime de Akira es hablar de un mito cultural que trasciende fronteras y generaciones. Desde su estreno en 1988, la película dirigida por Katsuhiro Ōtomo dejó de ser una “cinta de animación japonesa” para convertirse en una obra total que marcó a toda una generación de espectadores, tanto en Japón como en Occidente, y que hoy sigue inspirando debates, homenajes y reinterpretaciones. Lo fascinante del fenómeno Akira es que nunca se agota. Su fuerza visual, su trama apocalíptica y su trasfondo filosófico hacen que cada cierto tiempo surjan lecturas nuevas que iluminan aspectos hasta entonces inadvertidos. Una de las más originales hasta la fecha es la que nos proponen Marcos de Juan Vázquez y Hugo de Juan Vázquez en su ensayo «Akira. El valor del trono«. Un libro que se atreve a leer este anime de culto desde un ángulo poco común: el de los oficios bíblicos.

El planteamiento de los autores es tan arriesgado como estimulante. Según el Antiguo Testamento, Dios daba a conocer su voluntad y guiaba a su pueblo a través de estos oficios, que no eran simples etiquetas, sino funciones vitales de gobierno, mediación y revelación. Marcos y Hugo de Juan trasladan esta triada al universo de Ōtomo, y al hacerlo transforman nuestra manera de mirar la historia de Neo-Tokio. Así, Tetsuo, Kaneda, Akira, Kei o Kiyoko ya no son solo personajes atrapados en un torbellino de violencia, mutación y destrucción, sino que se convierten en símbolos que encarnan dilemas universales. Con esta base, el libro consigue tender un puente entre dos mundos aparentemente inconexos. Por un lado, el Japón futurista y postapocalíptico de los años 80, y por otro, la tradición judeocristiana y la filosofía occidental que lleva siglos reflexionando sobre el poder, la trascendencia y el destino humano.

Uno de los grandes aciertos del ensayo es la manera en que aplica estas categorías a los protagonistas de la cinta. Tetsuo, por ejemplo, es interpretado como un falso mesías, un joven que adquiere un poder descomunal sin tener la madurez para controlarlo y que, como muchos reyes del Antiguo Testamento, se deja arrastrar por la soberbia hasta caer en la ruina. Su historia recuerda a figuras como Saúl, un líder elegido que termina corrompido, o incluso a la ambivalencia de Salomón, cuya sabiduría se oscurece en sus últimos años. Kaneda, en cambio, representa al líder inesperado, al héroe que no busca el poder pero que termina asumiendo la responsabilidad de enfrentarse al caos. Su camino es más cercano al de personajes bíblicos como Moisés o David, que sin pretenderlo se vieron llamados a guiar a su pueblo en medio de la incertidumbre. Akira, el enigmático ser que da título a la obra, funciona en esta lectura como una figura profética y divina, un detonador silencioso de la revelación. Su ausencia-presencia, su poder que no se explica pero que lo cambia todo, remite a los momentos en que Dios se muestra en la Biblia de manera velada, no a través de discursos sino de hechos que trascienden la comprensión humana. Finalmente, Kei y Kiyoko encuentran su lugar en esta interpretación gracias a un análisis que las conecta con los modelos bíblicos de mujeres que median entre el mundo humano y lo trascendente. Kei, como parte de la resistencia, y Kiyoko, desde su fragilidad profética, reflejan la importancia de esas figuras femeninas que, aunque a menudo secundarias, han jugado papeles esenciales en la tradición judeocristiana.

El mérito de los autores no reside solo en trazar estas comparaciones, sino en hacerlo con un tono didáctico y accesible que convierte un análisis filosófico-religioso en una lectura amena. Podría pensarse que un libro así correría el riesgo de caer en el academicismo o en el exceso de citas eruditas, pero este libro evita ese escollo gracias a un estilo claro que utiliza la filosofía como herramienta interpretativa, no como fin en sí mismo. El ensayo no se limita, sin embargo, a la comparación simbólica. También se preocupa de ofrecer contexto cultural e histórico, situando Akira dentro de la tradición del manga y del anime japonés. Tras una breve semblanza de Osamu Tezuka, considerado el padre del manga moderno, se explica cómo el medio pasó de ser entretenimiento ligero a convertirse en un vehículo artístico y filosófico. Puede parecer un rodeo innecesario, pero en realidad cumple una función educativa importante. Permite a quienes no son expertos en manga entender cómo una película como Akira pudo surgir en ese contexto y, sobre todo, por qué logró tener un impacto tan profundo tanto en Japón como en Occidente.

Por supuesto, no todo el mundo recibirá con el mismo entusiasmo este enfoque. Habrá lectores que sientan que aplicar categorías bíblicas a un anime japonés es un ejercicio ofensivo o un intento de imponer una lectura occidental a una obra profundamente japonesa. Pero precisamente ahí reside uno de los valores del libro. Se atreve a correr riesgos, a tender puentes improbables y a invitar al debate. No pretende ofrecer la interpretación definitiva de Akira, sino abrir un espacio de reflexión en el que el lector pueda estar de acuerdo o discrepar, pero siempre desde el estímulo intelectual. En este sentido, la obra cumple con lo que debería ser todo buen ensayo: no dar respuestas cerradas, sino proponer preguntas que amplíen el horizonte de la discusión.

Por muchas razones esta obra editada por Héroes de Papel resulta recomendable. En primer lugar, por su originalidad, ya que aporta un enfoque nuevo que va más allá de lo estético o lo técnico y se atreve a situar la película en un diálogo con la tradición filosófica y religiosa. En segundo lugar, por su accesibilidad, porque a pesar de la densidad de las referencias, mantiene un tono didáctico que permite a cualquier lector. «Akira: El Valor del Trono» es, en consecuencia, un libro que no solo se lee, sino que se habla y se discute, un libro que invita a redescubrir una obra inmortal desde una óptica inesperada.

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