Usagi Drop Volumen 2. Entramos en primaria

El segundo tomo de «Usagi Drop« (うさぎドロップ / «Bunny Drop«), de Yumi Unita, es como abrir una ventana y dejar que entre aire fresco. Si el primer volumen nos presentaba esa situación explosiva y casi de telenovela. Con un soltero sin grandes ambiciones que descubre que su difunto abuelo tenía una hija secreta, y por impulso decide hacerse cargo de la niña. Ahora continuamos con una calma deliciosa, mostrando lo que ocurre después de la gran decisión: la vida cotidiana. Y ahí está lo maravilloso, porque la rutina nunca se es aburrida, sino profundamente humana. Lo que encontramos aquí es un retrato entrañable y realista de cómo se construye una familia a base de paciencia, dudas y pequeños logros diarios.

La historia arranca con un nuevo reto: Rin, que ya se ha acostumbrado a la guardería, está a punto de entrar en la escuela primaria. Para un adulto cualquiera puede parecer un trámite sin mayor importancia, pero para Daikichi se convierte en un Everest burocrático y emocional. De repente tiene que preocuparse por mochilas, uniformes, formularios, entrevistas y todo ese universo que forma parte de la vida escolar japonesa. Aunque a veces parece perder la cabeza, lo hace desde una ternura absoluta. Quiere que Rin esté bien, que nada le falte, que su transición sea lo más cómoda posible. Al leer esas escenas uno no puede evitar sonreír, porque Yumi Unita sabe reflejar a la perfección ese contraste entre la ilusión infantil y el estrés adulto. Rin espera la escuela con alegría, con esa mirada inocente que ve todo como una aventura. Daikichi, en cambio, teme equivocarse en cada paso. Esa combinación produce momentos deliciosos, tiernos y hasta cómicos, porque lo que para un niño es una mochila nueva, para un padre puede convertirse en un dilema existencial.

Pero la vida de Daikichi no se reduce a papeleos escolares. En paralelo, el manga introduce un hilo mucho más serio. La búsqueda de la madre biológica de Rin. Este aspecto le añade al tomo una capa de intriga y reflexión. ¿Quién es esa mujer? ¿Por qué decidió desaparecer? ¿Qué lugar ocupa en la vida de Rin ahora que Daikichi se ha convertido en su cuidador? Lo interesante es que Unita no convierte esta trama en un melodrama lleno de gritos o giros espectaculares. Todo se desarrolla con calma, con silencios, con encuentros incómodos que parecen más reales que cualquier escena explosiva. La autora no juzga, simplemente muestra. Ese enfoque hace que el lector se quede pensando en la complejidad de las decisiones humanas, en la manera en que a veces la gente huye, se esconde o toma caminos difíciles de explicar. Ese equilibrio entre lo cotidiano y lo íntimo es una de las grandes virtudes de este manga. Yumi Unita consigue que una simple escena de Daikichi preparando el desayuno, o de Rin probándose ropa, sea igual de importante que la incómoda reunión con la madre desaparecida. El tiempo pasa en el manga con naturalidad, y esa sensación de ver a Rin crecer poco a poco es casi mágica. No hace falta que lo diga un narrador: basta con observar cómo cambian sus expresiones, cómo se mueve con más confianza, cómo su personalidad se va afirmando. Es casi como leer un diario ilustrado de crecimiento, una crónica íntima que acompaña a la niña y a su cuidador en su camino compartido.

En cuanto al dibujo, hay que destacar que la sencillez de Yumi Unita juega a su favor. No estamos ante páginas espectaculares llenas de detalles barrocos, sino ante un trazo limpio, claro, que prioriza la expresividad de los personajes. Rin, con sus miradas tiernas y su lenguaje corporal, transmite mucho más de lo que dicen sus palabras. Daikichi, con su aire desgarbado y sus gestos torpes, refleja perfectamente lo que significa ser un adulto que se siente fuera de lugar en el mundo de la crianza. Incluso los secundarios, otros padres y madres que aparecen en la historia, resultan reconocibles y humanos. Todos parecen sacados de la vida misma, con sus problemas, sus preocupaciones y su forma de afrontar la educación en solitario o en pareja.

Este segundo tomo editado por Tengu, también deja clara una de las ideas fundamentales de la serie. La paternidad no es algo que venga dado, sino algo que se aprende en el día a día. Daikichi no sabe nada de ser padre cuando empieza, y sigue sin saberlo del todo aquí. Pero su voluntad, su cariño y su perseverancia hacen la diferencia. Esa es la gran lección que transmite Usagi Drop. No se trata de ser perfecto, sino de estar presente, de asumir las responsabilidades con amor, aunque eso implique equivocarse una y otra vez. Y en ese proceso, Daikichi crece tanto como Rin. Si ella está aprendiendo a leer y a vestirse sola, él está aprendiendo a ser adulto de verdad, a poner a alguien por encima de sí mismo. Hay también un trasfondo social muy interesante. Unita retrata con delicadeza a los que están en los márgenes. Esos solteros que no encajan en el modelo tradicional japonés, madres solteras que cargan con el peso del juicio social, niños que llegan a la vida familiar desde situaciones irregulares. En ese sentido, Usagi Drop no es solo un manga ligero, sino también un comentario social en voz baja. Nos recuerda que la familia puede formarse de muchas maneras, que no todo debe responder al esquema clásico, y que lo que importa al final es el afecto, el cuidado y la capacidad de acompañarse.

Lo mejor de este tomo es cómo logra ser adictivo sin recurrir a grandes giros. El lector avanza capítulo a capítulo con la misma naturalidad con la que pasa el tiempo en la vida real, y sin darse cuenta ha llegado al final con el deseo de saber qué ocurrirá después. Es como sentarse a tomar té en casa de un amigo y escucharle contar cómo le va la vida: sencillo, cotidiano, pero tan bien narrado que engancha. Por eso, el segundo tomo de «Usagi Drop« es cálido y entrañable y sigue ampliando con delicadeza la historia que nos enamoró en el primero. Es una lectura que transmite ternura, que invita a reflexionar sobre lo que significa cuidar a otro ser humano y que, sobre todo, hace que uno se sienta un poco parte de esa pequeña familia improvisada. Al terminarlo, la sensación es clara: queremos seguir acompañando a Daikichi y Rin en su camino, porque cada paso, cada mochila comprada, cada encuentro inesperado, es una pieza más de un relato tan sencillo como profundamente humano.

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