El regreso de los Lloigor en el segundo volumen de Zenith marca no solo la continuidad de una saga iniciada en las páginas de 2000 AD, sino la transformación de un cómic que empezó como sátira del heroísmo británico ochentero en una ópera cósmica de proporciones devastadoras. Este tomo condensa la visión de dos guionistas que cambiarían para siempre el panorama del cómic. Grant Morrison, en pleno ascenso creativo, y un joven Mark Millar, que aquí hace un pequeño texto antes de convertirse en la superestrella irreverente que más tarde firmaría grandes relatos. Al arte, Steve Yeowell, acompañado por Jim McCarthy y Simon Coleby, se enfrenta al reto imposible de dibujar con multiversos en colisión y un ejército de héroes alternativos que surgen como una parodia y a la vez como un tributo a las grandes tradiciones de los cómics británicos.

La premisa es sencilla y aterradora: los Lloigor, antiguos dioses multiangulados, han urdido un plan para conquistar todo lo existente. Su estrategia no consiste en desplegar monstruos ni ejércitos físicos. Su idea es alinear los universos paralelos y fundirlos en el Omniedro, un cristal de geometrías imposibles. Una vez completado, les permitirá absorber la realidad entera. Frente a esta amenaza, surge un contraataque. Maximan, héroe de la Alternativa 23, convoca a decenas de superhéroes de múltiples Tierras, conformando un ejército multiversal que remite inevitablemente a las «Crisis en Tierras Infinitas» de DC, pero bajo un prisma mucho más ácido, irónico y desesperanzado.
El planteamiento es digno de las mayores gestas del género. Un ejército de superhéroes contra los dioses oscuros del abismo. Y, sin embargo, Morrison juega con las expectativas del lector. No es Zenith quien se erige como el gran héroe redentor (de hecho, vuelve a ser un joven narcisista, frívolo y despreocupado), un testigo incómodo de un drama que le supera. Sino figuras como Peter St. John, el cínico y manipulador superhumano que poco a poco se va revelando como la pieza clave en la resistencia contra el caos cósmico. Morrison aprovecha este desplazamiento para demostrar que Zenith no es más que una excusa. La obra funciona como un señuelo, mientras el verdadero motor se encuentra en las tensiones ideológicas, en los discursos de supremacía y en el dilema de qué significa ser “más que humano”.

Aquí es donde el volumen despliega su mayor fuerza. Los supervivientes de Cloud 9 y otros superhumanos empiezan a abrazar de manera abierta su condición superior. Ya no se esconden ni fingen humanidad. Su discurso, frío y lógico, plantea que la humanidad corriente es obsoleta, que el futuro pertenece a los que pueden manipular la realidad, desatar energías cuánticas y desafiar la muerte. El paralelismo con cierto personaje de Marvel es evidente, pero Morrison le da un giro inquietante. No se trata de un villano melodramático con pretensiones grandilocuentes, sino de una ideología revestida de razón, de un darwinismo extremo que seduce y aterra a partes iguales. El conflicto que emerge no es solo entre héroes y Lloigor, sino entre facciones de superhumanos y los propios gobiernos, aterrados ante la posibilidad de que el homo sapiens quede relegado a un pie de página evolutivo. En este sentido, el volumen no es únicamente un relato de acción cósmica. Es también un drama político y filosófico que se atreve a preguntar qué ocurre cuando los dioses caminan sobre la Tierra y empiezan a convencerse de que ya no necesitan a los mortales. Es aquí donde Morrison deja ver la semilla de muchas de sus obsesiones posteriores: El choque entre humanidad y superhumanidad, el terror a la trascendencia, la idea de que los héroes pueden convertirse en dictadores disfrazados de salvadores…
El apartado gráfico acompaña con eficacia este crescendo. Steve Yeowell, en blanco y negro, había dado un tono sobrio y expresionista a las primeras fases, pero ahora, con la llegada del color, el relato adquiere otra dimensión. Gina Hart se encarga e intensifica la sensación de que estamos ante un cambio de era. Los contrastes se vuelven más violentos, y la psicodelia de las batallas multiversales encuentra su cauce natural en un cromatismo que, sin embargo, mantiene la contención británica frente al exceso norteamericano. Por su parte, Jim McCarthy y Simon Coleby refuerzan la continuidad estética con estilos sólidos que nunca eclipsan la atmósfera oscura y cargada de la historia.

Dolmen, con traducción de Juan Ferrús, no solo recupera la totalidad de la saga en un volumen de 256 páginas, sino que también incluye las portadas originales y los pin´s up de Steve Yeowell. Además de un texto introductoria escrito por Sergio Aguirre explicando los entresijos de lo que nos encontraremos en las siguientes páginas, recordando a ciertos artículos de la extinta editorial Zinco. El resultado final es una odisea épica, imperfecta y brillante. Una obra que combina el vértigo del crossover superheroico con la mordacidad británica y el horror. No es solo una historia de superhéroes contra monstruos. Es la demostración de que la épica puede convivir con la sátira. Que el fin del multiverso puede sonar tan aterrador como un disco de pop ochentero a todo volumen. Y Zenith… Zenith simplemente sigue siendo «Zenith«: arrogante, frívolo, insoportable y, sin embargo, indispensable. Porque al final, en medio del Apocalipsis, no siempre gana el más noble, ni el más fuerte, ni el más sabio. A veces, el último en pie es el que nunca quiso ser héroe, pero no supo desaparecer a tiempo.
