Thunderbolts: Golpe Mundial. La caída del rayo

El tomo «Thunderbolts: Golpe mundial« no se anda con rodeos. Desde su primera página anuncia que aquí no hay espacio para los héroes luminosos ni las redenciones dulzonas. Lo que ofrece Jackson Lanzing y Collin Kelly en los guiones junto a Geraldo Borges en los lápices principales con el refuerzo brutal de Nico León es una patada directa al estómago de Marvel. Un recordatorio de que la línea editorial aún es capaz de generar cómics que suenan a dinamita en una caja metálica. Por eso, lo hace a través de un equipo que se alza como una maquinaria oscura y despiadada: los nuevos Thunderbolts. Porque esta encarnación no es la que jugaba a la doble identidad en los 90 ni la que oscilaba entre antihéroes y villanos arrepentidos (o no mucho). Aquí lo que tenemos es un grupo ensamblado bajo una premisa más sucia, más radical y más incómoda. Los superhéroes clásicos no pueden enfrentarse a la podredumbre del mundo y será este escuadrón el que lo haga a golpes, disparos y sangre.

El detonante es el propio Bucky Barnes, que ya no responde como simple Soldado de Invierno. El hombre que fue compañero del Steve Rogers, asesino a sueldo de la Guerra Fría y fantasma errante se reinventa. En un macabro tablero donde la inteligencia y la traición se entrelazaban suavemente. El acceso a información, a los archivos secretos o los pecados más oscuros de villanos, gobiernos y corporaciones están a la vista de quien sabe mirar. Bucky, lejos de usar esa información para chantajear o venderla, decide que ha llegado la hora de asestar golpes quirúrgicos. Su plan no es sobrevivir, ni redimirse. Es dinamitar el corazón de los fascistas que se extienden por el mundo moderno. Y para lograrlo recluta un equipo que no es precisamente el de “los buenos”: Valentina Allegra de Fontaine, la mujer de las mil máscaras y la eterna sospechosa. Sharon Carter bajo el alias de Destructora, endurecida hasta el tuétano y con un arma capaz de pulverizar huesos. Además de otras figuras con pasados igual de oscuros y poco recomendables. No es un escuadrón de esperanza, sino una coalición de lobos entrenados para destrozar otros lobos.

El primer objetivo es tan simbólico como explosivo: Cráneo Rojo. El villano nazi por antonomasia. La encarnación del odio que se niega a morir. En estas páginas vuelve a situarse como amenaza. Pero aquí no hay medias tintas: el plan es asesinarlo. Lanzing y Kelly entienden que la fuerza de este planteamiento no está en si lo lograrán o no, sino en lo que significa. El cómic se presenta como un manifiesto contra el fascismo, un recordatorio de que las ideologías del odio no se combaten con discursos suaves, sino con confrontación directa. Ver a Bucky jurando destruir al Cráneo Rojo en letras ensangrentadas y viñetas teñidas de rojo es uno de esos momentos que marcan una obra. El segundo episodio nos lleva a Hong Kong, donde aparece un enemigo tan grotesco como fascinante: el Kaiju americano. Una encarnación monstruosa de Todd Ziller manipulada por el Cráneo Rojo. El choque entre este engendro patriótico y los Thunderbolts es una orgía visual de caos urbano, destrucción y artes marciales, con Shang-Chi uniéndose para salvar civiles mientras Bucky calcula cómo derribar a un coloso desatado. Los números posteriores descubriremos a personajes muy conocidos que nadie pensaría que llegaran a aparecer en la alineación de este equipo tan peculiar. Por eso el guion que firman Lanzing y Kelly mezcla espionaje sucio, sátira política y acción explosiva. No buscan dar sermones, pero sí canalizar la ansiedad de un mundo donde el fascismo nunca muere del todo. Su estrategia es simple pero efectiva. Muestran cómo el odio se manifiesta en símbolos, en monstruos, en dinero y en poder. Por eso lanzan a Bucky y los Thunderbolts contra ellos sin concesiones.

El dibujo es la otra mitad del éxito. Geraldo Borges aporta músculo y energía. Nos ofrece escenas de acción que parecen arrancadas de un blockbuster con un uso de la sombra que enfatiza el tono oscuro de la serie. Nico León, en el especial de «Devil’s Reign«, ofrece un estilo más cerrado y claustrofóbico, perfecto para el duelo íntimo entre Bucky y Wilson Fisk. Y los colores de Arthur Hesli y Felipe Sobreiro acaban de vestir la obra con una paleta que oscila entre el rojo de la sangre, los azules fríos y el amarillo febril de los recuerdos.

Lo que hace grande a este tomo es su capacidad de fusionar acción bestial con reflexión política. Cada arco no es solo un espectáculo de golpes, sino un comentario sobre cómo el fascismo se reinventa: desde el discurso abierto del Cráneo Rojo, pasando por la manipulación monstruosa del American Kaiju, hasta el dinero elitista del Club Fuego Infernal. Lanzing y Kelly no pretenden dar soluciones mágicas, pero sí ofrecen algo que el lector necesita: la catarsis de ver a los símbolos del odio derribados.

En conjunto, este tomo editado por Panini Comics es una declaración de intenciones. Estas 136 páginas que contienen los números Thunderbolts 1-4 y Devil’s Reign: Winter Soldier, entregan algo que huele a riesgo, a rabia muy actualizada. Porque el mundo real sigue plagado de líderes que coquetean con el odio. Multitud de personas que se dejan seducir por la violencia ideológica. Por esos estos tebeos ofrecen la fantasía de verlos enfrentados por un grupo dispuesto a mancharse las manos para acabar con ellos. En definitiva, «Thunderbolts: Golpe mundial« es un cómic que merece ser leído no solo por lo que cuenta, sino por cómo lo cuenta. Usa épica, con crudeza, con la contundencia de una granada lanzada contra las ideologías extremistas. Un viaje brutal donde el Soldado de Invierno deja de ser víctima para convertirse en verdugo, y donde Marvel demuestra que aún sabe morder cuando se lo propone.

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