Astérix: El combate de los jefes. Un druida fuera de servicio

Abróchate el casco alado y prepara el menhir, porque hoy toca hablar de uno de los grandes clásicos de Astérix: «El combate de los jefes» («Le Combat des chefs»). Sí, esa historia donde Abraracúrcix pasa de secundario gruñón a protagonista forzudo (o al menos a intentarlo), Panorámix se convierte en un desmemoriado entrañable tras recibir un golpetazo marca Obélix. Donde la Galia vuelve a demostrar que resistir frente a Roma no solo requiere pócima mágica, sino también bastante humor, algo de estrategia y, por supuesto, la capacidad infinita de todos los irreductibles galos para liarla en el momento menos oportuno

Para empezar, situémonos en 1964, cuando la historia se publicó en la revista Pilote. Francia estaba todavía marcada por la figura de Charles de Gaulle. René Goscinny y Albert Uderzo, con ese ingenio que les caracterizaba, decidieron transformar las aburridas ruedas de prensa del general en un espectáculo cómico protagonizado por Abraracúrcix. El jefe de la aldea, ese hombre bajito, con bigote recio y tripa orgullosa por fin tenía su momento estelar. Y no hablamos de liderar un banquete final (que también), sino de medirse en duelo al más puro estilo galo: un combate de jefes donde el vencedor se queda con la aldea del derrotado. El enemigo en cuestión es Prorrománix, un personaje demasiado amigo de los romanos que, como su nombre indica, tiene más simpatía por el águila imperial que por el jabalí asado. El choque estaba servido: o ganaba Abraracúrcix y los galos seguían siendo libres, o perdía y la aldea pasaba a formar parte del “paquete vacacional” de César.

Claro, la historia habría sido fácil si Panorámix hubiera estado al cien por cien. Bastaba con repartir pócima y a otra cosa. Pero aquí entra la genialidad de Goscinny: Un menhir mal calculado de Obélix le da de lleno al druida y ¡zas!, amnesia total. El sabio que todo lo sabe olvida incluso cómo preparar la pócima, y la aldea entra en pánico. De repente están a merced de Roma y de las tonterías de su propio jefe. Así arranca uno de los álbumes más divertidos y con más enredos de la saga. El recurso del golpe en la cabeza como detonante de amnesia no es nuevo en el humor, pero aquí adquiere una frescura increíble porque se combina con el mundo galo y el menhir como arma cómica. Nadie más que Obélix podría “resolver” los problemas de la aldea a base de lanzamientos pétreos. Y lo mejor es que, en su candidez, está convencido de que, si un menhir causó la amnesia, otro menhir puede curarla. ¡Lógica en estado puro! Eso sí, los resultados son más catastróficos que efectivos, y cada golpe solo genera más caos. Esta idea, tan simple y a la vez tan brillante, convierte a la aventura en una auténtica delicia cómica. La pelea entre jefes es el clímax del álbum y ambos autores no necesitan mostrar ejércitos ni batallas multitudinarias para hablar de resistencia y orgullo galo. Basta con poner a dos hombres dándose mamporros. Para que entendamos, lo que está en juego es la independencia de una aldea frente al poder imperial de Roma. Lo que podría haber sido una pelea solemne se convierte en un festival de humor, con Prorrománix agotándose hasta la extenuación y Abraracúrcix sobreviviendo a base de huir y resistir.

Ahora bien, lo que hace de esta edición que edita Editorial Bruño/Salvat en un baluarte no es solamente la aventura principal, sino los extras. Esta versión especial viene acompañada de 16 páginas más de repletas de curiosidades, documentos originales y hasta guiños a la creación de la serie animada de Netflix basada en esta misma aventura. Vamos, que no es solo el álbum de siempre, sino una especie de “caja negra” del cómic donde se nos desvelan secretos, contextos históricos y ocurrencias que hacen que uno lo disfrute dos veces. Es fascinante descubrir los puentes entre un tebeo de 1964 y una producción audiovisual contemporánea. Por eso comprobamos que el humor, los personajes y el espíritu rebelde siguen vigentes, como si el tiempo no hubiera pasado.

Si uno lee hoy este comic, no solo disfruta de una historia divertida, sino que también entiende el contexto en que nació. El paralelismo con las referencias veladas a la política francesa y la caricatura de las conferencias de prensa no son meros adornos. Astérix nunca fue solo un tebeo de aventuras. Siempre fue también un espejo deformado de la realidad contemporánea. Y es ahí donde radica gran parte de su genialidad: logra entretener y, al mismo tiempo, ofrecer una lectura más profunda para quien quiera buscarla. Al final, lo que demuestra «El combate de los jefes» es que los irreductibles galos no solo sobreviven gracias a una pócima, sino porque saben reírse de todo, incluso de sí mismos. Goscinny y Uderzo entendieron que la comedia puede ser un arma más poderosa que cualquier ejército romano, y estas páginas lo demuestran. Este álbum se lee como lo que es: un clásico eterno que sigue repartiendo sonrisas y mamporros a partes iguales. Y lo mejor es que, cuando cierras el libro, casi puedes oír a Abraracúrcix presumiendo, a Panorámix filosofando, a Obélix preguntando si ya puede tomar la poción. Porque, en el fondo, el verdadero combate no es entre jefes: es contra el aburrimiento, y ahí Astérix siempre gana por K.O.

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