Alien: blanco, negro y sangre. Salpicaduras de rojo y verde

Imagina que abres un cómic y lo primero que escuchas no es el sonido de las páginas al tocarlas, sino el eco metálico de unas botas resonando en un pasillo vacío. Oscuridad total, salvo por un destello rojo que tiñe las paredes y un charco verde que humea en el suelo. Entonces giras la página y ahí está: la silueta imposible, la mandíbula interna lista para atravesar cráneos, la curva letal de una cola que se prepara para partirte en dos. Eso es «Alien: Blanco, negro & sangre«Alien: Black, White & Blood«). No un simple tebeo, sino una emboscada en formato Treasury. Una trampa de papel que se alimenta de tu miedo, de tu nostalgia por las primeras películas, y de tu morbosa fascinación por ver hasta dónde puede llegar la perfección del organismo más letal de la galaxia.

Marvel sabía lo que hacía. Tras explotar la fórmula de “blanco, negro y un color” con Lobezno, Masacre, Spiderman, Elektra e incluso Darth Vader, había que invocar a la criatura que vive y respira en la penumbra. Porque si alguien merece una antología de este tipo, es el xenomorfo. Aquí no hay capa, no hay spandex, no hay frases heroicas. Solo hay oscuridad, sangre y el eco de un grito que nunca nadie escuchará. El menú son nueve relatos, repartidos en cuatro números originales. Cada uno abre con una historia larga de 32 páginas que funciona como plato principal, y luego dos de ocho páginas que son los chupitos de ácido para redondear la digestión. Aquí, aunque no encontremos a superestrellas del cómic moderno, sí tenemos a un puñado de guionistas y dibujantes dispuestos a soltar las riendas y dejar que el bicho se luzca. Collin Kelly, Jackson Lanzing, Stephanie Phillips, Ryan Cady, Paul Jenkins, Steve Foxe, Pornsak Pichetshote, Marcelo Ferreira, Michael Dowling, Claire Roe, Tommaso Bianchi o Devmalya Pramani, entre otros. Nombres que quizá no todos sean de primera fila, pero que entienden la consigna: esto va de oscuridad, sudor y cuchilladas de cola en la penumbra.

La primera gran historia es “Utopía” de Kelly, Lanzing, Dowling y Sotomayor. Un relato que huele a clásico. Un reducto de humanidad busca empezar de cero, construir una nueva sociedad, levantar un mundo sin manchas y por supuesto, lo único que se erigen son los gritos cuando los aliens aparecen. El título es irónico hasta la médula. La utopía dura lo que tarda un huevo en abrirse.

Otro de los relatos llamativos es el llamado “Instinto materno”. En esa parte se permiten un pequeño golpe bajo. Una niña pequeña, sola en una nave, perseguida por cazadores con babas corrosivas, y una inteligencia artificial que decide protegerla como una madre sustituta. Es un relato que mezcla ternura y horror, y que además se atreve a introducir el verde ácido de la sangre alienígena como cuarto color. Esa simple adición convierte cada viñeta en un espectáculo. Cuando aparece el verde, sabes que algo va a arder, a desintegrarse y al final a morir.

El resto de historias se mueven entre variaciones del mismo mantra: Pasillos oscuros, corporaciones miserables, marines que creen estar preparados, pero no lo están, científicos que juegan con fuego. En cuanto al resto del guion, Jenkins aporta su veteranía para crear un relato cruel; Ryan Cady se enfoca en la traición; Steve Foxe y Pornsak Pichetshote juegan con la experimentación narrativa. Algunos son más directos, otros más atmosféricos, pero todos saben a lo mismo: a la promesa incumplida de que alguien, alguna vez, sobrevivirá al xenomorfo. Y la respuesta siempre es la misma: no.

Gráficamente, el tomo es un carnaval oscuro. Dowling es afilado y elegante. Ferreira, brutal y dinámico. Pramanik se luce en las texturas. Claire Roe aporta un toque estilizado. Bianchi se deja llevar por la abstracción expresionista. Jethro Morales y Luigi Teruel trabajan con sombras densas que casi se tragan al lector. Y los coloristas hacen magia dentro de la restricción. Chris Sotomayor, Jordie Bellaire, Mattia Iacono o Andres Mossa, cada uno convierte el rojo en un estallido visceral y el verde en un ácido que quema la retina. Aquí, el negro no es un fondo: es un protagonista.

La edición de Panini Comics con traducción de Raúl Sastre es una gozada y las guardas con el querido octavo pasajero son para aplaudir de pie. Además de los cuatro números de «Alien: Black, White and Blood» tenemos las portadas alternativas realizadas por Alan Quah, Doaly, Jonas Scharf con Alex Guimaráes o Khary Randolph entre otros. Es un volumen de 136 páginas que no cambiará el noveno arte, pero es puro placer culpable. Por todos estos detalles, «Alien: blanco, negro y sangre» no se lee, se sobrevive. Es un tomo que no se acomoda en la estantería. Acecha desde ella, esperando a que lo abras para volver a destriparte entre vísceras y gritos. Y lo hace con la misma lógica con la que caza el xenomorfo. Sin piedad, sin tregua ni remordimientos. Aquí no hay héroes, ni salvación, ni promesas. Sólo corredores oscuros, sangre en las paredes y la certeza de que lo próximo que escuches será un siseo detrás de tu nuca. Así que disfrútalo… si te atreves. Cuando cierres este volumen, cuando lo dejes sobre la mesa pensando que has escapado, el alíen seguirá ahí. En blanco, en negro, en rojo y verde. Esperando. Y créeme: no vas a tener tiempo de gritar cuando lo sientas respirar dentro de tu cráneo.

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