Mis exploradores favoritos: educación y aventura

Hablar de «Mis exploradores favoritos«, editado por Serendipia, es hablar de una obra que nos recuerda que la historia de la humanidad no puede entenderse sin la curiosidad, la valentía y, en muchos casos, la tozudez de aquellos hombres y mujeres que decidieron ir más allá de los límites conocidos. Es un libro pensado, en apariencia, para jóvenes lectores, pero que en realidad apela a cualquier persona que todavía conserve la chispa de la curiosidad. Ese deseo de descubrir qué hay al otro lado de la montaña, bajo el mar o más allá de las estrellas.

La idea central de la obra es sencilla: mostrar que la exploración no se limita a una época heroica del pasado, ni tampoco a una élite de personas excepcionales, sino que forma parte de la naturaleza humana. Desde que nuestros antepasados cruzaron continentes siguiendo las estrellas, hasta que los astronautas contemporáneos lanzan sus sondas al espacio, la exploración es un motor que nos empuja a aprender, a arriesgar y, sobre todo, a crecer como especie. En este sentido, este libro no es un manual de historia, sino un catálogo de ejemplos vitales que pueden inspirar tanto a niños como a adultos.

En el primer bloque corresponde al de Javier Cacho, científico y divulgador polar. Famoso también por haber dado nombre a una isla en la Antártida, un honor que muy pocos españoles pueden reivindicar. Su experiencia se refleja en la manera en que aborda la exploración de los polos. Aquí encontramos a Ernest Shackleton, el arquetipo del líder que, aun en la derrota, fue capaz de salvar a su tripulación en condiciones imposibles. A Roald Amundsen, que gracias a una preparación meticulosa conquistó el Polo Sur en 1911 y a Robert Falcon Scott, cuya trágica expedición simboliza la delgada línea entre el éxito y el fracaso. También aparecen figuras menos conocidas, como Josephine Peary, que acompañó a su marido en Groenlandia y dejó testimonio de la vida en los hielos, o Knut Rasmussen, el explorador inuit-danés que supo integrar la cultura de los pueblos árticos en sus relatos. Cacho añade a este elenco a Fridtjof Nansen, científico y diplomático, cuya visión de la exploración estaba unida a la cooperación internacional. Junto con Ramón Larramendi, explorador contemporáneo español, pionero en la travesía polar con trineos. Este bloque enseña algo fundamental: la exploración polar no es solo resistencia física, sino también una lección de planificación, respeto por el medio y humanidad.

Miguel Gutiérrez Garitano toma el relevo con un capítulo dedicado a selvas y desiertos. Escenarios donde el calor y la sed reemplazan al hielo, pero donde los riesgos son igualmente mortales. Aquí la galería de personajes es amplia y fascinante. Gerhard Rohlfs, el alemán que se adentró en el Sáhara. Gertrude Bell, la arqueóloga, cartógrafa y diplomática británica que fue apodada “la reina sin corona de Irak” o Francisco de Orellana, el primer europeo que navegó íntegramente el río Amazonas, un viaje tan peligroso como decisivo para la historia. Gutiérrez Garitano también rescata a Friedrich Leichhardt, pionero en la exploración de Australia. A Pierre Savorgnan de Brazza, cuya manera de explorar el África central fue menos violenta que la de otros contemporáneos. O Roy Chapman Andrews, paleontólogo que descubrió huevos fosilizados de dinosaurio en Mongolia y a Percy Fawcett, el eterno buscador de la mítica ciudad de Z, desaparecido en la selva. Este apartado resulta especialmente educativo porque enseña tanto los logros como los errores de los exploradores. Estas páginas nos recuerdan que la línea entre ciencia y ambición personal fue muchas veces difusa, y que sus viajes tuvieron consecuencias no solo para ellos, sino también para los pueblos que encontraron.

El tercer bloque, escrito por Manuel José Carpintero, nos transporta al mar y al espacio, dos territorios donde la imaginación humana siempre se ha proyectado con fuerza. Aquí el libro combina la historia más clásica de la navegación con la más reciente de la exploración espacial. Así, desfilan nombres como James Cook, que cartografió gran parte del Pacífico. Juan Sebastián Elcano que completó la primera circunnavegación del mundo tras la muerte de Magallanes. Thor Heyerdahl, que con su expedición Kon-Tiki demostró que era posible que antiguas culturas hubieran cruzado el océano Pacífico en balsas de madera. En paralelo, se incluyen pioneros del espacio como Valentina Tereshkova, la primera mujer en el cosmos. Neil Armstrong, cuya huella en la Luna en 1969 simboliza la llegada de la humanidad a un nuevo horizonte y el propio Miguel López-Alegría, astronauta hispano-estadounidense, que sirve de puente entre el lector y lo que nos están describiendo. Amelia Earhart aparece como símbolo del desafío aéreo y de la lucha contra los prejuicios de género, recordándonos que explorar es también abrir caminos sociales. Carpintero nos recuerda que, tanto en los océanos como en el espacio, la exploración tiene un doble componente: científico y poético, práctico y simbólico.

El último capítulo, firmado por Carlos Micó Tonda, se sumerge literalmente bajo el mar. La exploración submarina es, quizás, la más desconocida para el gran público, pero no por ello menos apasionante. Aquí encontramos a Sylvia Earle, bióloga marina apodada “su majestad de las profundidades” por su defensa del océano. Jill Heinerth, canadiense considerada una de las mejores buceadoras de cuevas del mundo. A Jacques Cousteau, cuya serie documental El mundo submarino marcó a generaciones enteras o a Isaac Peral, inventor del submarino que abrió nuevas posibilidades técnicas en el siglo XIX. También aparecen George Bass, pionero de la arqueología subacuática. Eugenie Clark, investigadora especializada en tiburones y Enric Sala, biólogo español que ha convertido la ciencia en acción para la conservación marina. Este bloque enseña que aún hoy el océano es un territorio lleno de misterios, y que explorar implica también proteger.

Este libro no idealiza de manera ingenua a sus protagonistas. Sí, hay grandeza en ellos, pero también errores, contradicciones y límites. Los autores muestran que ser explorador no significa ser perfecto, sino tener la capacidad de arriesgar, aprender y, sobre todo, dejar una huella que inspire a otros. Por eso, el libro resulta tan educativo. No se trata de un catálogo de hazañas, sino de un conjunto de lecciones vitales que pueden aplicarse a la vida cotidiana. La perseverancia de Shackleton sirve tanto para enfrentarse a un glaciar como a un problema personal. La visión de Nansen nos recuerda que el conocimiento debe ponerse al servicio del bien común; y la pasión de Sylvia Earle por los mares nos enseña la importancia de cuidar el planeta.

El valor pedagógico también se potencia con su formato visual. Las ilustraciones de Cayetana Carpintero de Hita no son un mero acompañamiento estético. Transmiten emoción, contextualizan a los personajes y ayudan a que los lectores (sobre todo a los más jóvenes) los perciban como figuras cercanas y no como estatuas de bronce. La portada de Paco Roca, añade un sello de calidad gráfica y conecta la obra con la tradición del tebeo, acercándola a un público que quizás se acerque a la historia por primera vez. Además, el humor de Guillermo Fesser en su introducción aporta frescura y accesibilidad, recordándonos que la exploración, incluso en sus momentos más serios, debe conservar la capacidad de asombrar y divertir.

En las 132 páginas que conforman el libro tenemos a nombres muy conocidos, como Cousteau, Armstrong o Amundsen, y otras se rescatan figuras menos divulgadas, como Jill Heinerth o Friedrich Leichhardt. Esta combinación permite que el lector no solo se reencuentre con héroes familiares, sino que amplíe su horizonte con nuevos referentes. El mérito de los autores está en haber reunido estas trayectorias con rigor, pero también con un tono que evita la aridez de los manuales. Cada capítulo se lee como una pequeña aventura, con la tensión propia de quien se adentra en lo desconocido, pero con el añadido de la reflexión sobre lo que significa sondear el mundo. Por eso, «Mis exploradores favoritos» consigue, así, un doble propósito. Por un lado, informa y educa, ofreciendo datos, contexto histórico y ejemplos inspiradores. Por otro, motiva a trasladar esa actitud exploradora a nuestra propia vida. Como dice el libro, no todos atravesaremos glaciares o navegaremos por océanos, pero todos tenemos retos diarios que exigen curiosidad, valentía y perseverancia. La exploración se convierte en metáfora de la vida. Siempre hay un territorio nuevo que descubrir, una frontera interior que cruzar o una pregunta que responder.

Deja un comentario