
Hay tomos de Marvel Héroes que uno abre con la sensación de que lo que se viene es una buena maratón de nostalgia y adrenalina superheroica. Pero con este segundo volumen dedicado al «Espectacular Spiderman de Gerry Conway«, lo que recibimos es mucho más. Un tomo desbordante de tramas, autores de primera línea y momentos que definen al Hombre Araña en una época que fue, para muchos, un carrusel infinito. Hablamos de un tomo que recoge nada menos que Web of Spider-Man #53-61 y Annual #5, The Spectacular Spider-Man #153-160 y Annual #9, la Marvel Graphic Novel Parallel Lives, The Amazing Spider-Man #328-329 y material extra de The Amazing Spider-Man Annual #23 y Daredevil Annual #4B. Una alineación estelar de números que lo mismo nos regalan acción pura, que introspección personal, que experimentos narrativos imposibles de ignorar. Si algo tiene este tomo es que, desde la primera página, transmite ese sabor especial de finales de los ochenta y principios de los noventa. Conway venía de ser uno de los arquitectos más influyentes de Spiderman en los setenta. Su regreso a los títulos arácnidos significaba algo así como volver a casa con nuevas armas y con la experiencia de haber escrito en un ecosistema Marvel mucho más maduro y ambicioso.
Para entender lo que este tomo ofrece conviene recordar el contexto. A finales de los 80, Spiderman ya no era simplemente el héroe juvenil que se balanceaba entre rascacielos neoyorquinos. Era una pieza central del engranaje Marvel, capaz de estar en medio de macroeventos como «Atlantis Ataca» o «Actos de Venganza«. En esas historias, Spidey se codea (y se golpea) con pesos pesados de la editorial. ¿El resultado? Algunos de los números más trepidantes del trepamuros. Pero lo bueno de este tomo es que, al lado de esas epopeyas de proporciones cósmicas, tenemos también aventuras más «de barrio». Enfrentamientos con los Hermanos Lobo, con Titania, con la siempre inquietante figura de Lápida y con el Camaleón en uno de sus planes más elaborados. Esa doble dimensión, la del héroe cósmico y la del héroe de las calles, es lo que hace de Spiderman un personaje tan fascinante. Y Conway, junto con autores como David Michelinie o Fabian Nicieza, lo entendieron de maravilla.

El arranque con los Hermanos Lobo es pura diversión superheroica. Personajes duros de pelar, estética ochentera a tope y la sensación de que Spidey está siempre a un paso de perder la ventaja. Gerry Conway, con su estilo directo y eficaz, logra que el lector sienta ese nervio constante que define los mejores combates del arácnido. No hay que olvidar que en esta época Web of Spider-Man servía de escaparate para aventuras trepidantes y auto conclusivas, pero con la suficiente continuidad para enganchar. Pero si hay un villano que se gana el protagonismo en este tomo, ese es el Camaleón. Este guionista le da una de sus historias más ambiciosas, en las que el maestro del disfraz se convierte en un enemigo realmente peligroso, capaz de poner en jaque la identidad y la confianza del propio Peter Parker. Lo interesante de esta trama no es solo la tensión del enfrentamiento, sino cómo se trabaja la paranoia: Peter nunca sabe quién puede estar bajo la máscara del Camaleón. En una época previa a las paranoias de los clones y las grandes sagas identitarias, esto ya apuntaba maneras de thriller psicológico. La figura de Lápida, por su parte, representa esa crudeza del crimen urbano. Frío, imponente y letal, es uno de esos villanos que no necesitan poderes cósmicos para resultar aterradores. Aprovecha cada aparición suya para recordarnos que Spiderman no solo pelea contra dioses o mutantes, sino también contra los monstruos muy reales que nacen de la violencia callejera. Y si hablamos de violencia, Skinhead es otro personaje que, desde su concepción, refleja miedos sociales de la época: la intolerancia, el odio y la brutalidad de los extremismos. Son historias que resuenan porque, bajo la capa del entretenimiento superheroico, lanzan mensajes claros. El tomo también incluye la participación de Spiderman en dos de los grandes eventos Marvel de la época. Aquí vemos al trepamuros fuera de su zona de confort, enfrentándose a enemigos que, en circunstancias normales, lo aplastarían. Y es precisamente aquí donde llega uno de los momentos más recordados. El acceso al poder del Capitán Universo. Spiderman, de pronto, tiene la fuerza, la resistencia y la energía para enfrentarse a pesos pesados como Hulk. Los números The Amazing Spider-Man #328 y #329, con el dibujo espectacular de Erik Larsen y el guion de David Michelinie, son una auténtica delicia. Pura exageración superheroica en su máximo esplendor. Ver a Spiderman lanzar un puñetazo que manda a Hulk a la órbita es una de esas viñetas que se quedan grabadas a fuego en la memoria de cualquier lector.
Cuando parece que todo es acción sin descanso, llega la Marvel Graphic Novel Parallel Lives, de Gerry Conway y Alex Saviuk. Aquí el tono cambia radicalmente. Nos sumergimos en una historia íntima, reflexiva, que repasa en paralelo las vidas de Peter Parker y Mary Jane Watson. Es uno de esos relatos que, más allá de las peleas con supervillanos. Nos recuerdan por qué amamos a Spiderman. Por su humanidad, por sus relaciones, por la emoción de ver cómo dos personas encuentran el modo de compartir sus secretos y sus miedos. Este comic es, en muchos sentidos, un testimonio del cariño que Conway siempre tuvo por los personajes. Mary Jane deja de ser solo “la chica guapa” y se convierte en alguien con su propio viaje. Con sus propios fantasmas y con una conexión genuina con Peter. Es un cómic que enriquece a ambos personajes y que, leído hoy, sigue siendo uno de los grandes momentos románticos del Universo Marvel.

En el aspecto gráfico, este tomo es también un festín de artistas. Todd McFarlane y Erik Larsen aportan la espectacularidad y la exageración que definieron la estética de Spiderman en los 90. Rob Liefeld deja su impronta en algunos números, con su estilo inconfundible. Sal Buscema, el eterno artesano de Marvel, demuestra una vez más por qué era garantía de calidad y narrativa clara. Javier Saltares, Mark Propst, Fred Hembeck, Steve Ditko y David Ross entre otros ponen su granito de arena. Cada uno con un estilo diferente, pero todos contribuyendo a que la experiencia de lectura sea variada. Y Mark Bagley, que ya asomaba en el horizonte, apunta las maneras que lo convertirían en uno de los dibujantes más longevos y queridos de la franquicia. Al igual que Alex Saviuk que para muchos de nosotros marcó un antes y un después en el estilo de dibujo arácnido. Lo maravilloso de este tomo es que, lejos de sentirse disperso por tanta variedad de estilos, funciona como una sinfonía coral. Cada artista aporta una energía distinta, pero la voz de Conway como guionista principal mantiene la coherencia.
Si hubiera que resumir este segundo tomo de Panini Comics en una sola idea, sería la del equilibrio. Equilibrio entre lo cósmico y lo íntimo, entre lo urbano y lo épico, entre lo romántico y lo trágico. Spiderman, como personaje, vive en esa cuerda floja. Un día se enfrenta a Hulk con el poder del Capitán Universo, y al siguiente tiene que lidiar con los celos de un compañero de trabajo o con las dudas sobre su relación con Mary Jane. Esa dualidad es la esencia del trepamuros, y este volumen la captura como pocos. Releer estos números hoy es como abrir un álbum de fotos familiares. Hay momentos que nos arrancan una sonrisa cómplice, otros que nos sorprenden por su vigencia y algunos que, quizá, se sienten un poco anclados en su época. Pero todos juntos forman un tapiz que recuerda por qué Spiderman nunca pasa de moda. Es imposible no disfrutar con la energía de los dibujos de McFarlane, no emocionarse con el tebeo de Vidas Paralelas o no reírse con algún comentario ingenioso de Peter en medio de la batalla. Además, este tomo del Espectacular Spiderman funciona como un puente perfecto entre dos eras. El clásico de los ochenta y el hipervitaminado de los noventa. Y lo hace con una naturalidad que engancha desde la primera hasta la última página.
