Maquis: la historia de Cisquet: Defensores de la Segunda República

No hay descanso en estas páginas. No hay pausa para la ternura, ni resquicio para la reconciliación. «Maquis: la historia de Cisquet» es un tebeo que nace con pólvora en la tinta y tierra húmeda en las acuarelas. Es el retrato brutal de un joven catalán, Francesc Serrat Pujolar, que eligió la lucha contra el fascismo como único destino posible. No se nos presenta como héroe de bronce ni como estatua erigida sobre la épica. Se nos presenta como carne condenada, como un hombre de 25 años que, en 1946, fue fusilado en Barcelona. Desde esa ejecución se abre este tebeo que no pretende consolar, sino sacudir y recordar.

Pepe Gálvez y Adrián Bago no construyen un relato para que el lector se sienta cómodo. Construyen un testimonio gráfico que duele. El guion de Gálvez arranca en la celda, con Cisquet escribiendo sus últimas palabras. A partir de ahí se despliega hacia atrás la vida del joven desde la retirada republicana hasta su último aliento. Cada salto temporal es una cuchillada. Los campos de internamiento franceses, la liberación de Foix junto al maquis, el retorno clandestino a una España convertida en coto de caza para los antifranquistas. Todo contado con rigor histórico, sin artificios ni edulcorantes. La dureza no es un accidente, es la materia misma de la trama.

El guion de Gálvez es denso, lleno de nombres, lugares y acontecimientos. Podría parecer excesivo, pero es justo ahí donde radica parte de su potencia. La historia de estos hombres no cabe en una anécdota simplificada ni en un esquema. Es una madeja de derrotas, exilios, fugas y pequeñas victorias que rara vez se celebraban. Esa densidad, ese peso, reproduce el agobio de una vida sin tregua. Al leerlo sentimos el agotamiento, la persecución constante o la falta de esperanza en el horizonte. Por otro lado, lo que convierte a este cómic en un objeto imprescindible no es solo la precisión con la que se reconstruyen los hechos, sino la voluntad de rescatar a Cisquet como ser humano. La represión franquista intentó reducirlo a ser anónimo, a una cifra de un parte militar. Gálvez, en cambio, lo devuelve a la vida como persona de carne y hueso. Un joven que soñaba, que dudaba, que amaba, que se hizo guerrillero porque no podía hacer otra cosa que resistir. Esa humanización, lejos de dulcificarlo, multiplica el dolor. Cada vez que el lector se acerca al muchacho tras la figura, sabe que su final ya está escrito, y esa certeza vuelve cada viñeta más insoportable.

Adrián Bago asume la tarea de plasmar esa tragedia con un trazo violento y una paleta reducida a tonos que rezuman luto. Su dibujo no busca la belleza, sino la incomodidad. El bitono de acuarelas funciona como niebla que envuelve toda la obra, como si la historia estuviera impregnada por un duelo interminable. Los personajes parecen aplastados por el peso de su tiempo, hundidos en un gris que no deja resquicio de luz. Y, sin embargo, la fuerza expresiva de cada gesto, de cada mirada, nos obliga a mirarlos como iguales. Hombres y mujeres que pelearon hasta el final porque no sabían hacer otra cosa que luchar.

La edición de Desfiladero Ediciones, enmarcada en la colección Memoria Gráfica, incluye un ensayo de Raül Valls í Lucea que contextualiza aún más la figura del protagonista y documentos gráficos de época que subrayan la realidad de lo contado. Estas 96 páginas no tratan de explicar toda la historia del maquis en su conjunto, sino ante el retrato íntimo de un solo hombre. La vida de Cisquet se convierte en espejo de muchas otras. La de los exiliados que conocieron los campos franceses, la de los republicanos que combatieron al nazismo y fueron olvidados después, la de los guerrilleros que volvieron clandestinos a una España convertida en prisión. Lo más brutal de la obra es que no hay escapatoria posible. Desde la primera página sabemos que Cisquet muere fusilado, y la narración nos lleva, paso a paso, hacia esa muerte inevitable. No hay alivio ni redención. Pero en esa inevitabilidad radica la fuerza este tebeo.

Con esta obra no terminas con una sonrisa en la cara sino con rabia y con duelo. Y eso es lo que este cómic persigue. «Maquis: La historia de Cisquet» es un recordatorio brutal de que la libertad de la que hoy disfrutamos no nació gratis ni vino regalada. En un presente donde los discursos neofascistas se normalizan y donde el franquismo todavía se blanquea en algunos espacios, leer y difundir obras como ésta es más urgente que nunca. Porque la memoria no siempre acaricia: a veces golpea. Y este cómic golpea como un fusilamiento al amanecer.

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