El Viejo Logan volumen 0: paso entre mundos

El sol nunca brilla del todo en el mundo del Viejo Logan. Incluso cuando asoma entre nubes desgarradas, la luz parece cansada, como si también estuviera envejeciendo. En el Marvel Saga  «El Viejo Logan«, Panini nos trae de vuelta a ese mutante que ya vimos editado en su momento en grapa. Este personaje avanza a zancadas, arrastrando cicatrices y un mundo entero que insiste en desmoronarse a su alrededor. Este tomo, que recoge la miniserie de cinco números publicada por Marvel en 2015 durante el evento «Secret Wars«, es un prólogo salvaje y polvoriento antes de la etapa de Jeff Lemire. Un pedazo de tierra baldía que hay que cruzar si quieres llegar a lo bueno y que, por sí solo, tiene la fuerza suficiente para dejarte con las manos llenas de arena y los oídos llenos de gruñidos.

Para entender lo qué estamos pisando, hay que recordar el terreno anterior. En 2008, Mark Millar y Steve McNiven crearon El Viejo Logan. Una historia que mezclaba el tono crepuscular de un western con la violencia sin concesiones de un mundo superheroico derrumbado. Era un Logan viejo, retirado, que cargaba con una culpa tan grande que había decidido no volver a sacar las garras… hasta que la tragedia lo empujaba de nuevo a la carretera. Aquella historia terminaba con él cabalgando hacia el horizonte con el hijo de Hulk, en una imagen que no cerraba nada, sino que abría la puerta a todo. Siete años después, Marvel encontró el momento de volver a abrir esa puerta gracias a Secret Wars, un evento en el que todos los universos colapsaban y el Doctor Muerte se erigía como dios absoluto de un mundo compuesto por retales de realidades rotas. Era el escenario perfecto para soltar al viejo Logan otra vez y ver qué ocurría.

Aquí es donde entra Brian Michael Bendis, un guionista que no suele dar al público exactamente lo que espera. En lugar de continuar de forma directa la trama original, Bendis recoge la esencia del personaje y lo lanza en una travesía a través de un mundo aún más incomprensible que antes. El arranque es puro polvo en la boca. Logan, intentando proteger a los suyos en medio de la nada, con Danielle Cage haciéndose cargo de Bruce Banner Jr. cuando él está ausente. El día se rompe cuando una cabeza de Ultrón cae del cielo. El mundo del Viejo Logan siempre ha sido duro, pero una cabeza de Ultrón es otra liga. Es una señal, un recordatorio de que nada está quieto, de que el caos siempre encuentra un camino para golpear a los que aún respiran.

Decidido a encontrar respuestas, Logan busca a Emma Frost, y ahí empieza la sensación de extrañeza que va a marcar toda la lectura. Lo que ve, lo que oye, incluso los rostros conocidos, están teñidos de rareza. Nada encaja del todo. El Mundo de Batalla no es una tierra continua, sino un mosaico irregular en el que cada zona tiene sus propias reglas, sus propios tiranos, sus propios fantasmas. Logan no lo sabe, pero en cada paso que da está cruzando fronteras invisibles. Bendis convierte el viaje en una sucesión de choques, de encuentros violentos, de descubrimientos a medias. Es una travesía a lo loco, como si cada nuevo capítulo fuera una puerta que se abre sin saber qué hay detrás. Y muchas veces, Logan llega ahí no por elección, sino porque algo lo golpea, lo lanza por los aires y lo deja caer en otro lugar. Por momentos, esto le da al cómic un aire casi de humor negro, como si estuviéramos viendo al Coyote de la Warner en su versión más sangrienta.

Bajo esa estructura errática hay un retrato claro: Logan es un hombre que, incluso perdido, nunca deja de avanzar. Bendis no lo dibuja como un estratega ni como un héroe que entiende el tablero; lo presenta como un animal herido que no sabe rendirse. Hay algo profundamente magnético en verlo caminar por territorios que no reconoce, enfrentarse a versiones distorsionadas de aliados y enemigos, y seguir adelante sin más brújula que su instinto. No es el Logan que busca redención, ni siquiera el Logan que busca venganza: es el Logan que no sabe hacer otra cosa que sobrevivir.

La irregularidad del guion se compensa con un apartado gráfico que, por sí solo, ya justifica la lectura. Andrea Sorrentino firma aquí uno de sus primeros trabajos para Marvel, y entra como un martillo. Su estilo es reconocible desde la primera página. Sombras densas que ocultan tanto como muestran, composiciones de página que juegan con la geometría y rompen la linealidad, y una capacidad para alternar entre planos cerrados e imágenes panorámicas que controlan el ritmo como un director de cine experimentado. Sus personajes no siempre se ven del todo; a veces, solo se intuyen. Y eso funciona especialmente bien con Logan. Sorrentino no se limita a ilustrar lo que Bendis escribe: lo reinterpreta. La violencia, en sus manos, no es gratuita, sino expresionista. Un combate puede resolverse en pocas viñetas o estallar en una doble página que parece un mural de guerra. Y cuando la acción baja, sus encuadres transmiten la tensión de la calma antes de la tormenta. Es un artista que no teme dejar que la página respire, sin saturarla de detalles.

Marcelo Maiolo pone el color, y lo hace con una paleta que no busca la belleza, sino la atmósfera. Los tonos dominantes son el rojo, el naranja y el ocre. No hay nada limpio en este mundo, y el color lo deja claro. Incluso la luz parece sucia, como si hubiera atravesado kilómetros de humo antes de tocar a los personajes. En escenas concretas, Maiolo juega con contrastes violentos, destacando siluetas o destellos que rompen la monotonía cromática, recordándonos que, incluso en un mundo moribundo, todavía hay momentos que pueden quemarte los ojos.

Aunque este tomo lleva el número cero, no es un inicio pensado para ponértelo fácil. Es más bien una prueba: si sobrevives a este viaje, estás listo para lo que viene. La historia no cierra nada, pero sí establece el tono y el punto de partida para la etapa posterior de Jeff Lemire y Sorrentino, que sería mucho más redonda. La conexión con Secret Wars es clave para entender el fondo de la obra. El Mundo de Batalla es un personaje más, un escenario que no se limita a ser fondo, sino que condiciona cada paso. Aquí, los límites entre lo real y lo falso son difusos, y el peligro no siempre viene con aviso. Bendis aprovecha esto para introducir versiones alternativas de héroes y villanos que funcionan como ecos distorsionados del pasado de Logan. El lector veterano encontrará placer en reconocerlos; el nuevo, en sentir que nada está garantizado. Al cerrar el tomo, la sensación es la de haber acompañado a un hombre que no necesita saber dónde está para saber qué hacer. Logan no busca un final feliz, ni siquiera busca un final. Lo único que busca es seguir caminando, seguir luchando y, si es necesario, seguir sangrando. Porque en su mundo rendirse no es una opción. Y mientras «el viejo Logan» siga respirando, el horizonte nunca estará a salvo.

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