Las Alas de la crisálida: herencia y vida

Besarse, mujer, al sol, es besarnos en toda la vida. Asciende los labios, eléctricamente vibrantes de rayos, con todo el furor de un sol entre cuatro

A veces, los tebeos no solo cuentan historias: exhuman memorias que duelen, como una herida abierta que aún late bajo la piel de nuestro presente. Las Alas de la Crisálida no es solo un comic ambientado en la Guerra Civil Española. Es un canto íntimo, desgarrado y tierno a la resistencia femenina, al amor que brota en los rincones prohibidos, y a la dignidad que sobrevive incluso bajo los escombros del miedo y la represión. Es un relato que no pide permiso, que no suplica ser escuchado: se abre paso, como una raíz bajo el cemento de la historia oficial, y florece en la mirada lectora como una verdad incómoda… pero necesaria.

Rafael Jiménez Sánchez firma un guion valiente, inteligente y lleno de sutilezas. Que se despliega como una carta escrita con tinta invisible, donde cada silencio dice más que mil discursos. En sus páginas no hay héroes de postal ni banderas ondeando al viento. Hay personas. Hay mujeres. Y hay dolor. Mucho dolor. Pero también esperanza, coraje, deseo, ternura, rabia y redención. La historia de Libertad y Mercedes es una espiral íntima. Un refugio precario entre bombas y traiciones, donde lo político se mezcla con lo cotidiano, lo personal con lo histórico, y donde los gestos pequeños, un abrazo, una confesión o una noche de pasión se convierten en actos de revolución. La estructura del cómic es sencilla en apariencia, pero está minada de capas. Cada capítulo es una estación en ese viaje íntimo por la guerra y la actualidad. El ritmo no se acelera, se cuece a fuego lento. Porque las emociones reales no estallan: se filtran y se encharcan. Los diálogos están medidos al milímetro, y lo que no se dice habla con una fuerza descomunal.

Libertad, la sirvienta anarquista y feminista, es uno de los personajes más potentes del cómic. A través de ella, se representa a esa generación de mujeres silenciadas que, desde los márgenes, soñaron un país distinto. Su ideología no es una pose, sino una convicción que se vive y se sufre. Algo que la empuja a matar para proteger, a amar sin poder nombrarlo, a callar para no destruir lo que más quiere. Frente a ella, Mercedes, la joven burguesa atrapada en un matrimonio mal avenido y en una clase social que no la entiende. Ambas inician un viaje brutal donde la sumisión al deseo, la fragilidad y el que nadie se entere de esa relación puede cambiar un mundo.

Besarse a la luna, mujer es besarnos en toda la muerte

La Guerra Civil no es aquí un decorado ni una excusa es el monstruo real que acecha en cada página. El conflicto que arranca piel y memoria, que convierte a los vecinos en delatores y a las casas en cárceles de silencio. El tebeo no busca juicios rápidos ni cae en simplificaciones: muestra el horror de la violencia sin tapujos, pero también la resistencia ética de quienes, incluso en la oscuridad más absoluta, eligen no traicionarse a sí mismos.

En el aspecto gráfico, el dibujo de Meik, pseudónimo de María Dolores Reyes Cuevas, es una obra de orfebrería. No se limita a ilustrar la historia: la acompaña, la eleva y la estremece. Con un trazo fino, expresivo y delicado, Meik retrata con precisión los espacios cerrados, los gestos contenidos, los rostros partidos por la duda o el amor no dicho. Sus viñetas tienen una estética tenue, otoñal, casi cinematográfica, que evoca la memoria en sepia, pero sin caer en la espectacularidad. Hay un juego constante con la luz y la sombra que potencia la sensación de encierro que viven las protagonistas. Y cuando la historia da el salto al presente, a través del personaje de Lucía, nieta de Mercedes, el estilo se mantiene coherente. Pero introduce una vibración de aire fresco que abre la puerta a la posibilidad de una nueva lucha.

«Las Alas de la crisálida», editada por Serendipia, no es solo una historia sobre el pasado. Es una advertencia para el presente. Lucía, esa nieta que descubre el secreto de su abuela en plena democracia. Esa nueva generación que se atreve a mirar al pasado sin miedo, que quiere rescatar lo que fue ocultado por la represión, que se niega a seguir perpetuando el silencio. Su papel es esencial porque conecta la memoria con el futuro. No hay redención si no hay verdad. No hay libertad si seguimos tapando lo que duele.

De ahí que el título del cómic no sea casual. La crisálida es ese estadio de transformación en el que la oruga se encierra para convertirse en mariposa. Es un símbolo de encierro, de mutación silenciosa. Pero también de promesa. En esta historia, las alas no brotan sin dolor. Hay que esperar. Hay que sobrevivir. Hay que resistir. Libertad y Mercedes, cada una a su manera, se convierten en crisálidas de sí mismas: cambian, evolucionan, se rompen… y al final, en un acto de amor y lealtad que desafía las convenciones del deber, demuestran que incluso en la más amarga derrota puede haber una semilla de dignidad. Y cuando llega el final, ese final que te arranca el aire del pecho, no hay lugar para el cinismo. Solo queda la emoción cruda. Un final que no es cierre, sino apertura. Porque la historia de Libertad, Mercedes y Lucía no se termina con las últimas viñetas. Sigue viva en todos nosotros, en nuestras madres y abuelas, en las palabras que aún nos da miedo pronunciar.  Por eso, «Las Alas de la Crisálida» es, sin lugar a dudas, un grito mudo, una caricia en la herida, una promesa entre dos mujeres que se encontraron en mitad del horror… y se eligieron. Aunque el mundo se viniera abajo. Y eso, en los tiempos que corren, es una revolución.

Descienden los labios, con toda la luna pidiendo su ocaso, del labio de arriba, del labio de abajo, gastada y helada y en cuatro pedazos

Un comentario Agrega el tuyo

  1. Avatar de Flor Flor dice:

    Wow! Precioso contenido e imágenes. Qué grata lectura. Gracias

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