
La publicación de “El arte de volar” lo cambió todo. No solo para los autores, Antonio Altarriba y Kim, que cosecharon varios premios tras la puesta de largo de una de las obras esenciales del tebeo español, el propio medio nacional dio un paso adelante en cuanto a madurez y atrevimiento para poder abordar en viñetas cualquier temática y saber que, tras las páginas, había un publico esperando propuestas más complejas y originales. Un público que no tenía porque ser minoritario y que, con obras como la antes citada, descubría las posibilidades de un medio que se iba desmarcando del lugar asignado (fuera) de la cultura “seria”.
Si, “El arte de volar” fue una de las obras que dignificó el cómic en España en este siglo XX, por todo lo que abarcó en sus adentros: un relato maduro, con múltiples lecturas y niveles que se convirtió en uno de los esenciales del medio en castellano. La biografía del padre de Altarriba era mucho más que su historia personal: era el fresco que sirvió para retratar el siglo XX español. En clave masculina, podía servir como catalizador de muchas vidas que vivieron los años de la Segunda República, Guerra Civil, exilio, Franquismo y Democracia. Unas memorias íntimas en forma, pero universales por el contexto donde se desarrollaban.

Sin embargo, el papel femenino (el de la madre de Altarriba y pareja de su padre) quedaba relegado a un segundo plano. Alejada del foco principal, “El arte de volar” era por concepto la biografía del padre, quedando en un reparto secundario el papel de la madre. Ahí se atisbaba una historia que merecía ser contada, desde su propia perspectiva.
Así nació, en 2016, “El ala rota”, un relato que captura el siglo XX de muchas mujeres españolas. De clase humilde, y criadas en entornos donde el machismo era una constante, ellas pasaron también por ese siglo XX donde el encorsetamiento moral y las costumbres religiosas marcó los límites del crecimiento femenino. Como catalizador, la vida de Petra, madre de Altarriba.

Marcada por la muerte de su madre el día de su nacimiento, Petra arrastrará una lesión en el brazo de por vida. Una que ella calla y no da importancia, como una “ala rota” que hace referencia el título, en contraposición a “El arte de volar” dedicado a su pareja. Es un juego de opuestos que enriquece el conjunto que despliegan estas dos obras, acuñando un significado que el desde el título marca el camino.
Obras complementarias, pues hablan del mismo tiempo, pero no iguales. En el caso de “El ala rota”, veremos retratada una vida de abnegación, marcada por la ausencia maternal y la religión como punto de apoyo ante la dureza de esos años. Una vida que Kim, con su eficaz trazo, plasma con nitidez y precisión. Que nos muestra las asperezas de ese tiempo retratado, con sus matices y particularidades. Que crece a la par que la protagonista, mientras se va perfilando una época y lugar que sirve para retratar aquel país convulso que fue la España del Siglo XX, sacudida en la primer mitad de siglo para aletargase después hasta la transición democrática.

Todo eso está aquí, al igual que en “El arte de volar”, pero con otra visión. La femenina, quizá la más silenciada y abnegada. La que más sacrificó, pues normalmente su trabajo no era reconocido y se hacía en la intimidad de cada hogar. También la que, en ocasiones, logró pequeñas victorias en un mundo abiertamente machista. Todo eso está en sus 256 páginas, un viaje en femenino al siglo XX español más humilde. Pegado al suelo que se pisa y con la lucidez de sintetizarse en viñetas notables. No se me ocurre mejor pareja de baile para “El arte de volar” que “El ala rota”. Quizá por eso, la existencia del cofre lanzado recientemente por Norma, donde ambas obras conviven, tiene una justificación conceptual. La de un díptico que aborda la misma época, de forma cercana y familiar y a la vez universal, pero con entidad propia cada una de las obras. La que otorgan sus protagonistas. Unos que son puro siglo XX. No el que se idealiza, sino el que muchos vivieron.
