Spiderman: traje negro y sangre. Cuarenta años del icónico traje oscuro

La telaraña se tiende sobre cuarenta años de historia, y en «Spider-Man: Traje Negro y Sangre» lo que tenemos es un banquete de nostalgia, homenaje y reinvención. Aquí no hay un solo hilo, son múltiples hebras tejidas por manos expertas y visiones frescas. Todas unidas por el elemento más elegante y ominoso que Peter Parker haya vestido jamás: el traje negro. Ese símbolo que no solo redefine su silueta, sino que carga con la tensión de la tentación, el misterio y, claro, un toque letal que nunca termina de soltarlo del todo. El tomo recopila los cuatro números de la miniserie «Spider-man: Black Suit & Blood» y desde la primera página se nota que no es un producto hecho con prisa. El plantel de autores es un auténtico “quién es quién” del panteón arácnido: J. M. DeMatteis explorando con la delicadeza de un cirujano las sombras de Peter. J. Michael Straczynski como maestro en darle un toque humano a lo sobrehumano. David Michelinie en su papel de uno de los arquitectos originales de esta era del traje negro. Aquí vuelven todos como quien regresa a casa para contar historias junto al fuego. Junto a ellos, sangre nueva o no tan nueva que sorprende: Elena Casagrande, Fran Galán, Alyssa Wong, Dustin Nguyen, Sumit Kumar, Erica Schultz, Marcelo Ferreira, Dan Jungens, Brett Breeding, Greg Weisman, Javi Fernández, Justina Ireland, Netho Diaz, Al Ewing, Juann Cabal, Leonardo Romero, Tadam Gyadu y Hayden Sherman completan un equipo totalmente fantástico.

Cada relato tiene su propio latido. Hay uno que se adentra en los dilemas internos de Parker, en ese momento en que el traje no es solo ropa, sino una segunda piel que susurra promesas de poder sin límites. Otro se lanza de lleno a la acción pura, con coreografías que parecen pensadas para que la vista rebote de viñeta en viñeta como si uno mismo estuviera columpiándose entre rascacielos. También hay hueco para el horror, para la sensación de que esta etapa de Spidey es también una historia de posesión, de dependencia, de algo oscuro que se pega a la piel y se niega a soltarte.

En el apartado gráfico, el tomo despliega un auténtico festín para los ojos. El traje negro se convierte en el protagonista absoluto de cada página, con un juego constante de luces y sombras que lo hace brillar y, al mismo tiempo, parecer una amenaza latente. Las viñetas alternan entre la claridad cinematográfica de la acción y composiciones más cerradas e inquietantes, donde los contornos parecen fundirse con la oscuridad. Hay trazos limpios y precisos que capturan el dinamismo del balanceo entre edificios, y otros más ásperos y fragmentados que transmiten el lado más salvaje y posesivo del simbionte. El uso del color potencia esta dualidad: los negros profundos absorben la luz como si tuvieran vida propia, mientras que los tonos fríos de la noche y los rojos de la violencia estallan con fuerza, haciendo que cada página respire tensión y energía.

El gran acierto de estos tebeos es su estructura antológica. No intenta contarnos una sola historia larga y lineal, sino que arma un mosaico donde cada pieza añade algo distinto. Un matiz emocional, un momento de épica, un resquicio de horror o un guiño nostálgico. Esto hace que la lectura sea fluida y variada. Que en cada capítulo tengas la sensación de abrir una ventana distinta a un mismo periodo de la vida de Peter. Además, el volumen funciona como punto de entrada para lectores nuevos. No necesitas conocer al detalle toda la continuidad para disfrutarlo, porque cada relato se sostiene por sí mismo. Para el lector veterano hay guiños y matices que funcionan como caramelos envenenados. Referencias a batallas clásicas, diálogos que recuerdan escenas ya conocidas, y reinterpretaciones de momentos icónicos.

En cuanto a la edición española, Panini Comics usa el formato Marvel Treasury Edition de gran tamaño. Consta de 56 páginas con traducción de Santiago García, que incluyen las portadas principales como las alternativas. Dibujadas por autores como Leinil Francis Yu, Marco Checchetto, Greg Land o Skottie Young entre otros. Al pasar esas portadas da la sensación que el tomo se comporta como el propio traje. Seductor y adictivo, con un brillo oscuro que oculta algo peligroso debajo. Lo lees una vez y quieres volver, porque cada relectura revela nuevos detalles. Un trazo escondido, una línea de diálogo que adquiere otro peso. Multitud de detalles que los creadores dejan en cada viñeta para que los lectores lo disfrutemos.

Por eso al cerrar este gran tesoro llamado «Spider-Man: Traje Negro y Sangre» queda la sensación de haber recorrido un Nueva York distinto. Uno más sombrío, más afilado, donde cada salto entre rascacielos tiene un eco de peligro. No es solo un comic para celebrar cuarenta años de un traje icónico, sino una declaración de por qué esta etapa sigue siendo tan relevante como la primera vez. Es belleza y amenaza, poder y corrupción, luz y sombra entrelazadas en una misma telaraña. Por todos estos hilos notas que algo de esa oscuridad se ha quedado contigo. Como si el simbionte hubiera encontrado una grieta por donde colarse y, en silencio, ya estuviera empezando a susurrarte.

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