
Hay cómics que uno abre y, antes de terminar la primera página, ya sabe a qué mundo le invitan. «D’Eath: El Duelo» no necesita grandes aspavientos ni fuegos artificiales: basta un salón victoriano, una isla azotada por el viento y la promesa de que alguien intentará hablar con los muertos para que el lector entienda que está a punto de entrar en un territorio donde la lógica y lo sobrenatural van a chocar de frente. La historia, escrita por José Antonio Fideu y dibujada por Vicente Cifuentes, arranca con la fuerza de un truco de magia bien preparado: parece simple, casi un juego, y sin embargo poco a poco revela capas de tensión, secretos y un misterio que termina por arrastrarte hasta el final.
El planteamiento es directo, pero tiene la elegancia de los clásicos: Ulysses D’Eath, detective famoso, bastante racional, y con un cierto aire de bisturí intelectual, está decidido a desenmascarar a la señorita Delynne Shutherland, una médium de renombre que asegura poder cruzar el velo que separa a los vivos de los muertos. Para hacerlo, ambos aceptan un duelo muy particular: pasarán cuatro días en la vieja mansión familiar de Shutherland, en una pequeña isla perdida, acompañados de un selecto grupo de invitados. El detective desmontará los trucos de la médium, y así la razón se impondrá a la superstición. Pero lo que debería ser una especie de experimento teatral pronto empieza a oler a pólvora, porque el encierro saca lo peor de todos y convierte la velada espiritista en una partida mortal.

Ese “selecto grupo de invitados” no está ahí por casualidad. La historia se nutre de ellos como una buena novela de misterio. Hay una condesa fascinada por el ocultismo, un empresario con demasiado dinero y curiosidad, un policía veterano que parece haberlo visto todo, un abogado de prestigio que guarda más de un secreto, un periodista que huele titulares y un sacerdote empeñado en encontrar, si los hay, rastros del demonio en los dones de la médium. El resultado es una galería de personajes que chocan, discuten, se observan con sospecha y, sobre todo, alimentan la sensación de que nadie está ahí solo para ver cómo se mueve una mesa en mitad de la noche. La trama, claro, recuerda a los grandes clásicos del misterio. Hay algo de Conan Doyle con toque mágicos en la relación de los protagonistas. Y hay mucho de Agatha Christie: una la isla aislada, la lista cerrada de personajes, el lento goteo de tensiones que convierte una reunión aparentemente controlada en una olla a presión.
La gran virtud del guion es que crece con cada página. Comienza como un duelo de ingenio, casi un espectáculo para la prensa victoriana, y termina sumergiéndote en una trama donde la tensión es cada vez más densa. Las primeras páginas presentan a los personajes y la premisa con calma; después llegan las sesiones de espiritismo, los juegos de luces, las preguntas incómodas. Pronto, lo que era un simple “desenmascarar o demostrar” se convierte en una historia donde la lógica y la superstición se entrelazan con un crimen inesperado. Porque sí, hay un crimen, y con él, la trama adquiere el peso de un «whodunnit» en toda regla. Las pistas empiezan a aparecer, las sospechas se multiplican, y el lector se siente invitado a jugar al detective junto a D’Eath. Uno de los aciertos de Fideu es el doble final. Por un lado, está el desenlace del duelo entre la lógica del detective y la fe de la médium: ¿ha ganado la razón? ¿Ha sobrevivido un resto de misterio que se resiste a morir? Por otro, la resolución del caso criminal, cerrada sin trampas ni giros forzados, con las pistas bien sembradas desde el principio. Además, como remate, una subtrama que aparece página a página que apunta a que habrá más casos de D’Eath; un anzuelo elegante que despierta ganas de seguir leyendo sobre el personaje en cuestión.

En el aspecto gráfico, Cifuentes eleva todo lo que el guion propone. Su trazo es limpio, preciso y sobre todo bien creado. No se limita a ilustrar el misterio; lo pone en escena. La mansión, con sus paredes cargadas de historia, parece un personaje más; la isla, aislada y envuelta en niebla, es casi una amenaza muda. Cada salón, cada escalera, cada mueble respira época: hay una coherencia estética que hace que te creas de inmediato en ese mundo de finales del XIX, donde hablar de espiritismo podía ser a la vez espectáculo y sacrilegio. Pero lo mejor está en los personajes. Cifuentes los dota de expresividad real, de gestos y miradas que parecen decir más que los diálogos. Hay una tensión en los rostros durante las sesiones de espiritismo, una incomodidad latente, una duda que se refleja en un arqueo de ceja o en un labio apretado. Los personajes no posan, actúan. El color es otro aliado del dibujo. Cifuentes usa paletas que marcan el tono de cada escena: tonos apagados y fríos para las veladas espiritistas, luces más cálidas en los momentos de deducción o en los intercambios más racionales. No es un color plano, sino uno que contribuye a la atmósfera, que ayuda a sentir el peso de la noche, la intimidad de una conversación o el filo de una sospecha. ¿Hay algún fallo? Alguno menor: ciertas barbas o patillas parecen demasiado rígidas, como dibujadas con tiralíneas, y contrastan con la naturalidad del resto del trazo. Pero son detalles pequeños frente a un conjunto sobrio y eficaz, con momentos de verdadera belleza silenciosa.
En el fondo, lo que hace que «D’Eath: El Duelo» funcione es que no intenta ser algo que no es. No hay giros imposibles ni historias muy rebuscadas; hay un respeto casi reverencial por los ingredientes que han hecho grande al género del misterio. El encierro, la lista de sospechosos, el detective que observa, la sombra de lo sobrenatural. Además consiguen contarlo con un ritmo y una frescura que lo hacen actual, que lo alejan del simple pastiche. Por eso, cuando terminas este cómic editado por Serendipia, sientes que has leído algo cerrado y a la vez abierto. El caso está resuelto, sí, pero los personajes y el mundo que Fideu y Cifuentes han creado tienen cuerda para rato. Ulysses D’Eath es un detective con personalidad propia, un tipo que podría caminar sin problemas por las páginas de Conan Doyle o en algún artículo periodístico de G. K. Chesterton pero que al mismo tiempo tiene algo nuevo, algo que hace que quieras saber qué más misterios encontrará.
