Obscurcia capítulo 3: un final inesperado

“Bidibidú ha muerto”

Ya con esa frase el mundo cambia. Un golpe seco, implacable, brutal. Que te lanza sin previo aviso al pozo del tercer volumen de Obscurcia. Y ojo, que el peluche no ha sido el único en caer. En este mundo que ya conocimos en los dos volúmenes anteriores, ya nadie está a salvo, ni siquiera los recuerdos felices. Porque si algo hace este cómic es arrancarte el alma con guante de terciopelo. Álex sigue en su descenso al infierno. Su objetivo es claro: encontrar a su hermana pequeña, Nina. Pero como toda odisea digna de ese nombre, el camino se bifurca, se retuerce, se convierte en un laberinto de pesadillas donde hasta los sueños tienen dientes. Laecia, ese personaje quebrado entre la vida y la muerte, se convierte aquí en guía, brújula y herida abierta. Ella es la que lo puede llevar a Nina, pero a qué precio. Este tercer tomo no es sólo un clímax narrativo. Es una explosión emocional, una descarga eléctrica directa al pecho. Si en los comics anteriores ya habíamos vislumbrado la gravedad del trauma que se esconde tras esta historia fantástica. Aquí los autores apagan las luces por completo y nos hacen caminar descalzos por un suelo lleno de cristales de la memoria. Lo que parecía un viaje de rescate, se convierte en una purga de dolor, culpa y amor fraternal. Porque Obscurcia no trata sólo de salvar a Nina. Trata de salvarse a uno mismo.

David Boriau construye un guion afilado, dolorosamente humano. En lugar de cerrar tramas de forma predecible, introduce los famosos dilemas de doble elección que rompen los esquemas del lector. ¿Qué harías si salvar a tu hermana implicara condenar a otro ser querido? ¿Y si la verdad sobre su desaparición fuera aún más oscura que el mundo que te rodea? Por otro lado, aquí vemos situaciones muy duras contadas por peluches y vidas rotas que nada tienen que ver con la fantasía. Es un guion que se podría acercar a los relatos de Lewis Carroll pasados por la lupa de Stephen King.  

En la parte gráfica, Steven Dhondt lleva su arte a otro nivel. Cada viñeta es una pintura grotesca y bella a partes iguales. El trazo parece moverse, fluir como un líquido espeso, como si el propio papel se derritiera en tinta. Los diseños de criaturas alcanzan cotas memorables: hay pesadillas en forma de juguetes rotos, híbridos entre un kaiju y un cangrejo gigante y escenas que cabrían en cualquier tebeo de superhéroes. Cada monstruo que aparece parece arrancado directamente del subconsciente más podrido de un niño abandonado. Y luego está el color de Yoann Guillo. El cromatismo aquí no acompaña, asfixia. Colores saturados y ácidos para los momentos de tensión extrema. Paletas frías y tenues para la melancolía. Los fondos se funden con las emociones, los destellos se convierten en gritos y las sombras en manos que te agarran del cuello. El trabajo de Guillo en este tomo es una sinfonía oscura.

Al final, cuando todo se ha desvelado, cuando las piezas encajan con el estruendo de una verdad que rompe más que reconstruye, comprendemos la esencia profunda de Obscurcia. Este no es solo un viaje heroico a través de pesadillas y criaturas grotescas. No es solo la historia de un hermano que quiere rescatar a su hermana. Es, ante todo, una historia sobre cómo lidiamos con el dolor y sobre todo, cómo lo ocultamos. En ese mundo de peluches heridos, monstruos nacidos del trauma y parajes construidos con retazos de recuerdos, Álex no es el héroe tradicional. Es un niño más perdido entre fantasmas, entre pedazos de una infancia quebrada que ya no sabe si fue real o si se la contaron como cuento para poder seguir adelante. En ese mundo, nuestro protagonista es uno más: otro peluche olvidado, otro juguete roto buscando sentido, buscando una hermana, buscando consuelo. Uno más entre tantos seres que alguna vez fueron amados y después, simplemente, guardados en una caja.

Este tomo editado por Tengu no se cierra con una solución mágica, sino con aceptación. Con el reconocimiento de que crecer duele. Que recordar también puede salvar. Que hay amor incluso en el silencio. Y que a veces, los héroes no son los que vencen al dragón, sino los que se atreven a abrir la puerta del armario donde lo encerraron hace años. Así termina esta trilogía extraordinaria de «Obscurcia» Con la certeza de que el amor, aunque lleno de errores, aunque imperfecto y cubierto de cicatrices, sigue siendo lo único capaz de sostenernos. Y en ese rincón oscuro donde habitan los peluches rotos y los secretos enterrados, Álex encuentra algo más que a su hermana. Encuentra una verdad dolorosa. Y encuentra, por fin, un poco de luz.

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