El arte de volar: revelador exorcismo

En los cofres suele haber tesoros. Hoy comenzaremos a hablar de uno que ha aparecido este verano de la mano de Norma Editorial. El que conforman dos de las obras más importantes del cómic español reciente : “El arte de volar” y “El ala rota”, de Antonio Altarriba y Kim. Dos tebeos cuya cohabitación en este cofre tiene una sólida razón de ser, pues conforman un certero díptico, un fresco que captura momento y lugar con una nitidez quirúrgica. Por momentos catártica y a todas luces exorcizante.

Por importancia y profundidad, son cómics que merecen ser tratados por separado, aun teniendo en cuenta los múltiples vasos comunicantes que presentan en sus viñetas. Pues ambos son ambiciosas apuestas que han sabido retratar ese siglo XX español, tan cainita como propio. Un siglo XX que conviene conocer y no idealizar, para evitar cometer, como sociedad, algunos errores de bulto pasados.


Hoy nos ocuparemos de “El arte de volar”, un relato necesario como un faro de luz que arroja memoria ante la ignorancia. Por lo bien que retratan un tiempo y país, aquí hay una biografía que pisa la tierra en todo momento, alejada de épica y mitificaciones. Impregnada del sudor de los días y los sinsabores de las derrotas, también de las pequeñas victorias íntimas.

Todo con una sobriedad que hace que el relato crezca a cada página, como un surco que marca el sendero de una vida. En este caso, en “El arte de volar”, el surco es el de la vida de Antonio Altarriba Lope (1910-2001), padre de Antonio Altarriba. Una vida que el 4 de mayo de 2001 el padre decidió ponerle fin. Este hecho dramático motivó la gestación de esta obra. Escrita desde el dolor y la pérdida, pero también con la voluntad de recordar, de narrar e ilustrar.

Así queda reflejado en un guion donde lo gráfico es tan importante como lo textual: mérito compartido con Kim, que supo trasladar magistralmente el tono que impregna Altarriba a estas memorias. A modo de liberación , pero que van más allá de la catarsis particular. Pues ilustran de forma certera la época en que se desarrollan: una de grandes expectativas que devino en luchas fratricidas, para más tarde vivir años de plomo en las que, para sobrevivir, los ideales quedaron denegados entre los barrotes de una sociedad rígida y autoritaria. Esa es la España de la que venimos y conviene no olvidarla. Para ello, tebeos como este aportan un clarificador retrato.

Por el camino queda la melancolía de los ideales abandonados y la inocencia perdida. Aun con eso, la dignidad se mantuvo como la mayor de las fortalezas. Impulsando la necesidad de seguir adelante, propiciando en ocasiones las pequeñas victorias que realmente importan. Algunas hubo en la vida de Altarriba padre y también son retratadas. Porque la vidas discurren por momentos dulces y otros amargos. Y eso es lo que las hace únicas. Si además están bien contadas y dibujadas, como es este caso, pueden servir para capturar un tiempo, como instantáneas tomadas a quemarropa. Retratos en sepia que revelan un momento a los ojos de quien las mira, instantes vividos de épocas como la Segunda República, la Guerra Civil, el exilio y la vuelta a un país tras la posguerra. Así hasta llegar a la democracia. Pues es lo que vivió Altarriba padre, extrapolable en varios momentos a toda una generación.


Publicado por vez primera en 2009, y galardonado con varios premios. “El arte de volar” es quizá el tebeo español más importante del primer cuarto del siglo XXI. Paradójicamente retrata ese siglo XX que se va diluyendo conforme la biología ajusta cuentas con quienes lo vivieron. Eso es inevitable. Lo necesario es que su memoria no se olvide. Para ello, retratos como “El arte de volar” siguen siendo necesarios. Por la dureza con que golpean y la clarificadora nitidez que muestran. Porque son páginas que, si bien nacieron del dolor y la pérdida, están cargadas de vida. La de su protagonista y, por extensión, la de una generación.

Así crece este guion de una pieza, del que saca todo el partido posible el certero trazo, encuadre y ritmo gráfico que imprime en estas viñetas Kim. Conformando así un tebeo que cuando lo lees por vez primera te noquea. Y cuando vuelves a él, quizá con la guardia más baja, lo sigue haciendo, por la cantidad de detalles contextuales que se revelan en una segunda lectura. Dejando constancia de que a las obras maestras siempre se debe volver. Y “El arte de volar” lo es.

Puede ser este caso, el de “El arte de volar” un retrato en sepia del pasado que fue. Pero es tan nítido y profundo, cargado de tanta fuerza, que «sigue siendo» presente cada vez que se comienza su lectura: un revelador exorcismo a lo largo de la memoria del siglo XX español. Este es uno de los tesoros que hay en este cofre. Del otro, “El ala rota”, hablaremos convenientemente en otra ocasión, pues también lo merece.

Un comentario Agrega el tuyo

  1. En forma y fondo, es verdaderamente apabullante. Un prodigio.

    Una obra de lectura imprescindible.

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