
El omnibus de Los Cuatro Fantásticos de Mark Waid y Mike Wieringo es de esos tomos que no se leen, se devoran. Es un cómic que no solo recoge una etapa brillante de la Primera Familia de Marvel, sino que la convierte en algo que se sigue sintiendo nuevo, fresco y, a la vez, profundamente clásico. Aquí está todo lo que hizo grandes a los 4F en los años 60, pero filtrado por una mirada del siglo XXI que evita la nostalgia hueca y apuesta por la aventura, la emoción y la risa a carcajadas. No es solo un tomo de casi mil páginas; es una carta de amor a la Primera Familia de Marvel, una etapa que tomó la serie en un momento en el que necesitaba brillo, impulso y frescura, y la devolvió al lugar que merece: el centro de la imaginación, el motor de la aventura, el recordatorio de que estos cuatro héroes no solo son superhéroes, sino una familia. Este tomo, editado por Panini Comics, recopila Fantastic Four #60-70 y #500-524. Son tres años de trabajo de Mark Waid al guion y Mike Wieringo al dibujo, junto a un ejército de dibujantes, entintadores y coloristas que hicieron algo muy difícil: conseguir actualizar la serie sin romper su esencia. Creando historias modernas que parecían clásicas, que aún hoy se sienten actuales.
La etapa arranca con una declaración de intenciones: aquí no se va a oscurecer innecesariamente a los personajes, ni a reinventar la rueda, ni a meter a los Cuatro Fantásticos en el molde de otros equipos como los Vengadores o la Patrulla X. Waid no quiso que fueran más serios de lo necesario. entendió que su fuerza siempre había estado en lo mismo: en ser una familia. Reed, Sue, Ben y Johnny no son compañeros de trabajo con superpoderes, son gente que come junta, discute junta, ríe junta y se perdona cuando se hace daño. Sobre esa base, Waid construyó un cómic que alterna humor, drama, ciencia loca y emociones a flor de piel. En estas páginas vemos cosas disparatadas, sí, pero nunca gratuitas. Hay ecuaciones vivientes que quieren devorarte, bichos gigantes que parecen diseñados por un entomólogo desatado y un niño con acuarelas, moléculas inestables que amenazan con convertir la mesa de trabajo de Reed en una bomba de relojería, y un Johnny Storm que, de la noche a la mañana, se ve obligado a asumir que alguien tiene que pagar las facturas del Edificio Baxter y termina convertido en presidente de una empresa. El resultado, claro, es una cascada de caos y chistes, pero también de crecimiento: Johnny sigue siendo el inconsciente adorable que siempre fue, pero ahora tiene que aprender a actuar con un mínimo de responsabilidad, y ese arco de madurez – aunque sea a regañadientes – es uno de los placeres de esta etapa. El resto del equipo también brilla: Reed sigue siendo el genio despistado, el hombre que puede salvar un universo paralelo, pero se olvida de un aniversario. Sue Storm se convierte en el verdadero eje de la familia: ya no es “la chica invisible”, sino la mujer fuerte, inteligente y emocionalmente sólida que lo mantiene todo unido. Ben Grimm, la Cosa, muestra un lado más hosco en los primeros números, tan hosco que incluso incomoda, pero eso lo hace más humano: tras años de aventuras y gloria, sigue siendo un hombre atrapado en un cuerpo de piedra, y la gente sigue mirándolo con recelo. Es un recordatorio de que, debajo de su rocosa piel naranja, Ben sigue siendo vulnerable.

Si hay un momento en el que esta etapa deja de ser “solo” divertida para convertirse en una de las mejores historias de los Cuatro Fantásticos de todos los tiempos, es cuando el Doctor Muerte entra en escena. Mark Waid lo entiende: no es un villano de opereta. Es un científico que juega con la magia. Aquí es más cruel, más frío y calculador que nunca. Su plan no es simplemente vencer. Su plan es destruir. Y lo hace de maneras que duelen. Lanza a los 4F a una espiral de dolor y pérdidas que culmina en uno de los momentos más duros de la historia del grupo: la muerte de uno de los miembros. Y esa muerte no es un truco ni una pose; duele de verdad, te golpea en el estómago, te deja un nudo en la garganta.
En el aspecto gráfico, el dibujo de Mike Wieringo es la otra mitad de esta joya. Su estilo es reconocible al instante: dinámico, limpio, expresivo. Hay quien diría que este autor es demasiado “caricaturesco” para los 4F, pero aquí su trazo aporta justo lo que la serie necesitaba: ligereza, energía, vida. Cada página parece moverse sola, te empuja a seguir leyendo. Y lo mejor es que cuando el tono cambia, cuando la historia se oscurece, Wieringo también sabe cambiar. Sus sombras se vuelven más densas, sus personajes muestran un dolor real, y de repente entiendes que este dibujante no solo sabe hacerte sonreír: también sabe romperte el corazón. Wieringo no está solo en esta aventura, a lo largo de varios números colaboran dibujantes como Mark Buckingham, Casey Jones, Howard Porter, Paul Smith y Paco Medina, además de entintadores como Karl Kesel, Danny Miki o Norm Rapmund y coloristas como Paul Mounts o Matt Milla. Todos aportaron algo, todos dejan su huella, pero la visión sigue siendo de conjunto y coherente: la del mundo de Waid y Wieringo.

La etapa está llena de momentos memorables, de esos que se te quedan grabados a fuego. Johnny Storm convertido en el Heraldo de Galactus, con un traje que parece todo lo contrario al resto de los lacayos del gran devorador de mundos. Es una imagen que jamás esperas ver y que, sin embargo, funciona con una naturalidad pasmosa. El intercambio de poderes entre los miembros del equipo es otra delicia: caos, risas y la demostración de que, aunque cambien las habilidades, la familia sigue siendo la familia. Luego está el momento emotivo y hermoso de todo el tomo: los Cuatro Fantásticos llegan hasta el mismísimo Creador, y el “dios de todo” no es otro que Jack Kirby. El hombre que los soñó en los 60 aparece dibujado con su lápiz, su pipa y su mesa de trabajo. Es un homenaje tan sentido que te deja sin palabras, porque es más que un guiño. Es una reverencia al hombre que convirtió a cuatro exploradores en la columna vertebral de un universo entero.
El tomo redondea la experiencia con una multitud de extras que hacen las delicias de cualquier lector curioso. Con textos escritos por el propio Mark Waid, que comenta su proceso creativo, explica decisiones narrativas y, de paso, nos deja ver las dudas, las ideas descartadas y los momentos de euforia que dieron forma a esta etapa. También encontramos todas las portadas desde numero 1 hasta el 500, bocetos iniciales de portadas no publicadas. Y, para los más completistas, hay incluso explicaciones de escenas eliminadas, esas páginas que nunca llegaron a ver la luz en las grapas originales, pero que aquí se contextualizan, revelando qué caminos no tomaron Reed, Sue, Ben y Johnny. Entre las sorpresas también, brillan dos páginas dibujadas por Fred Hembeck, que aportan su estilo caricaturesco y meta-humorístico, casi como un guiño de complicidad al lector que sabe reírse con el propio mito de los Cuatro Fantásticos. Todo ello se disfruta todavía más gracias a la cuidada traducción de Gonzalo Quesada, que mantiene el ritmo y el ingenio de los diálogos sin perder matices, y a una introducción de Lidia Castillo ,que abre el tomo con calidez y conocimiento, situando al lector en el contexto de esta etapa que fue, es y será fundamental.

¿Es todo perfecto? No del todo. Hay arcos que quizá se extienden un poco más de la cuenta. Además de que Waid puede ser impreciso en la extensión, dando vueltas antes de llegar al grano. Pero son detalles minúsculos frente al conjunto. Lo que hace este Omnibus es recordarte que la primera familia de Marvel vuelve a ser fantástica. Desde la etapa de John Byrne nadie había respetado tan bien el equilibrio entre la épica cósmica, la dinámica familiar, el humor y la tragedia. Este tomo lo hace con respeto y, a la vez, con atrevimiento. Con nostalgia, pero también con ideas nuevas. Lo hace recordándonos que los Cuatro Fantásticos no necesitan reinventarse cada pocos años, sino ser fieles a sí mismos. Y eso es exactamente lo que hacen aquí. Estas 896 páginas son una invitación a volver a la mesa del Edificio Baxter, a sentarse con Reed, Sue, Ben, Johnny, Franklin y Valeria a escuchar sus discusiones, sus bromas y sus planes imposibles. Por eso, por mucho que cambie el mundo, por mucho que pasen los años, estos Cuatro Fantásticos mantienen en sus páginas la magia.
