Omnibus La Imposible Patrulla-X volumen 3: El punto álgido de la leyenda

Hay algo hipnótico en sostener el tercer tomo de «La Imposible Patrulla-X» entre las manos. Pesa como un ladrillo, huele a nostalgia ochentera y contiene más drama, ciencia ficción y emociones humanas que la mayoría de las superproducciones actuales juntas. Aquí no hay descanso: desde la primera página Chris Claremont te agarra del cuello y te arrastra por una montaña rusa emocional, mientras un ejército de dibujantes – como Dave Cockrum, Paul Smith, Bill Sienkiewicz, Brent Anderson, Frank Miller, Walter Simonson, John Romita Jr., Michael Golden, Bret Blevins o David Ross – se turnan para pintar cada viñeta con la intensidad de quien sabe que está haciendo historia. Porque sí, este tomo es historia pura del cómic de superhéroes, y no me importa exagerar porque aquí las exageraciones son parte del ADN: estamos hablando de Claremont en su momento mas álgido. Estamos hablando de Lobezno encontrándose a sí mismo en Japón, de Kitty Pryde insultando a Charles Xavier, de Tormenta transformándose en icono punk y de un predicador genocida que hace que Magneto parezca un boy scout. Esto no es solo un recopilatorio, es una declaración de intenciones de por qué los X-Men fueron, son y seguirán siendo el corazón palpitante del Universo Marvel.

¿Recuerdas cómo terminó el volumen anterior, con esa ligera sensación de “vale, esto ha bajado un poco el pistón”? Pues olvidala. Aquí Claremont pisa el acelerador, y entra directo en la Saga del Nido, pasando por terror muy real, Drácula y su influencia sobre Tormenta, la integración de Pícara en La Patrulla-X, la llegada de Los Morlocks y el regreso de Fénix Oscura o la saga que presenta además a Madelyne Pryor, entre otras muchas historias imprescindibles. Vamos una mezcla explosiva que no da un ningún pequeño respiro. Por otro lado, Dave Cockrum, que siempre había tenido un corazón galáctico desde sus días en la Legión de Superhéroes, aprovecha para regalar un desfile de diseños alienígenas tan chulos que podrías usarlos como carátula de un disco de rock progresivo de los 70.

Cuando Paul Smith entra en escena es como si la Patrulla-X se hubiera apuntado a clases de estilismo ochentero y hubiera salido con cresta punk, chándales de tactel y cuchillos a lo Tormenta vs. Calisto. Por otro lado, Kitty Pryde alcanza aquí un nivel de expresividad que provoca que quieras arrancar la viñeta en la que grita “¡El Profesor Xavier es un idiota!” y enmarcarla en el salón. El trazo de Smith es delicado y potente a la vez, como un golpe de Lobezno seguido de un abrazo de Rondador Nocturno.

Si hablamos de un peso pesado, no podemos olvidarnos de «Dios Ama, el Hombre Mata«. Esta obra no es solo “otra historia de mutantes”. Es un bofetón de realidad. Claremont y Brent Anderson ponen sobre la mesa la intolerancia, el odio religioso y el genocidio como nunca se había visto en un cómic mainstream de principios de los 80. William Stryker da miedo porque podría ser el vecino de al lado: sonriente, cortés y convencido de que exterminar a los diferentes es un acto divino. No hay supervillanos con planes descabellados ni rayos láser que salven el día: aquí los héroes son vulnerables y humanos, y la amenaza es espantosamente real. ¿Quieres más? Pues toma Lobezno en Japón, por Frank Miller. Aquí vemos al canadiense con garras como nunca antes: atormentado, letal y tratando de reconciliar su salvajismo con un ideal samurái. Miller, recién salido de redefinir Daredevil, nos regala una forma de ver el comic casi hipnótica, con ninjas, katanas y esa melancolía noir que ya empezaba a perfilar en su estilo. Es Lobezno en su esencia: “Soy el mejor en lo que hago, aunque lo que hago no sea muy bonito”. Otros números fuera de la colección principal no se quedan atrás. Anuales con Tormenta y el vampiro señor de la noche (sí, has leído bien), el Hombre Imposible liándola como solo él sabe, y las fichas del Official Handbook que harán las delicias de los aficionados más enciclopédicos. ¿Quieres saber cuánto mide Coloso en su forma metálica? Aquí está. ¿Te obsesiona el peso de Rondador Nocturno? También lo tienes. Este tomo es un parque de atracciones mutante en papel satinado.

Esta edición Omnibus de Panini Comics, con traducción de Santiago García y Gonzalo Quesada, incluye los números The Uncanny X-Men 154-175, Annual 6 y 7, Marvel Graphic Novels 5, Wolverine 1-4 y material de X-Men Special Edition 1, Marvel Fanfare 24 y material de The Official Handbook of the Marvel Universe USA. Además, en los extras aparecen portadas a lápiz de Dave Cockrum y Bob Wiacek, páginas de Paul Smith, ilustraciones de Bill Sienkiewicz y Butch Guice, un texto explicando la visión de Claremont escrito por John Rhett Thomas y una entrevista a Brent Anderson, así como un texto explicativo la de era Marvel entre octubre del 79 y octubre del 81 escrito por Lidia Castillo. Para finalizar, podemos ver la portada usada en el tomo americano realizada por Jerome Opeña y Dean White

Así que, cuando cierras este tercer omnibus de «La Imposible Patrulla-X«, lo haces con la sensación de haber leído no solo cómics, sino capítulos enteros de una mitología moderna. Aquí está todo: la aventura, la tragedia, la ciencia ficción, el terror, el romance y la vida en su máxima expresión. Es un recordatorio de por qué la Patrulla-X no son solo una colección de personajes con poderes, sino un espejo donde la sociedad puede verse reflejada, con sus odios y esperanzas, con sus monstruos y sus héroes. Y sí, puede que hoy las adaptaciones cinematográficas y televisivas intenten recrear la esencia de los mutantes, pero aquí está la prueba irrefutable de que la auténtica magia de la Patrulla-X vive en las viñetas. Aquí, en estas mil y pico páginas, se respira el aire de una época en la que el cómic de superhéroes se atrevía a ser más que entretenimiento, se atrevía a hablar de nosotros mismos y a enseñarnos que incluso un grupo de marginados puede salvar el mundo… aunque el mundo les tema y les odie. Porque, al final, eso es lo que hace grande a la Imposible Patrulla-X: nos recuerda que lo imposible no es salvar al mundo, sino que el mundo aprenda a amar a sus salvadores. Y mientras eso llega, siempre nos quedará Claremont, Cockrum, Smith, Miller, Sienkiewicz, Anderson y compañía, levantando las páginas como monumentos a una era dorada que nunca ha dejado de brillar.

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