Ralph Azham volumen 1: desde la mazmorra con amor

» Yo respeto tu religión«

«Respeta tú mi pragmatismo»

Hay algo deliciosamente perverso en sentarse a leer el primer volumen de Ralph Azham y darse cuenta, a las pocas páginas, de que Lewis Trondheim, junto a Brigitte Findakly, ha vuelto a hacer de las suyas. Es como reencontrarse con un viejo amigo que, aunque ha madurado un poco (o finge haberlo hecho), sigue teniendo esa chispa de incorrección política, mala leche y humor absurdo que lo hacían irresistible. Y sí, aquí estamos de nuevo: animales antropomorfos, un mundo de espada y brujería que se desmorona bajo su propio peso, y un protagonista tan mezquino, torpe y sorprendentemente entrañable que dan ganas de abrazarlo… y luego darle una colleja. Ralph Azham, ese patito de aspecto vulgar y lengua venenosa, es nuestro guía en una travesía que empieza como una parodia de la “épica” y acaba funcionando como una épica de verdad. Y vaya que si funciona.

Los seis primeros tomos de la serie son como subirse a un carrusel que arranca lento, con música de feria y olor a algodón de azúcar, para acabar girando a toda velocidad mientras la orquesta se incendia y las risas se mezclan con los gritos. Trondheim no solo se ríe de las convenciones del género, sino que las utiliza, las subvierte y, cuando menos te lo esperas, las abraza con una sinceridad desconcertante. Por momentos parece que estás leyendo La Mazmorra, ese universo gigantesco que creó junto a Joann Sfar, pero aquí no hay un Herbert poderoso ni un Marvin grandilocuente. Ralph es un marginado absoluto: no es valiente, no es carismático, no tiene ninguna gana de ser un héroe… y sin embargo, por pura mala suerte (o destino, o ambas cosas), acaba involucrado en una cruzada contra la tiranía, la corrupción y la maldad absoluta.

Pero no adelantemos acontecimientos. Volvamos al principio. Ralph es un paria en su propio pueblo. Lo consideran un vago, un bocazas y, peor aún, un “elegido”: uno de esos personajes con poderes extraños que, en teoría, están destinados a salvar el mundo. ¿El problema? Ralph no quiere salvar nada. De hecho, preferiría quedarse rascándose el culo y lanzando pullas a sus conciudadanos, pero la vida tiene otros planes. Porque ser un elegido viene con un pack completo de problemas: visiones del futuro, enemigos por todas partes y un imán sobrenatural para los líos. Ralph, que de héroe tiene lo que yo de cura, se ve arrastrado a una aventura que mezcla humor cafre, drama familiar y magia absurda. Lo fascinante de Ralph Azham es cómo logra hacerte reír mientras plantea temas nada ligeros. Trondheim siempre ha tenido esa habilidad: debajo de sus dibujos aparentemente simples con líneas limpias, personajes de ojos redondos y gestos minimalistas, hay una sofisticación que deja en evidencia a muchos autores “serios”. Aquí la violencia no es gratuita, sino amarga y muchas veces inevitable. Los personajes secundarios (deliciosamente raros) aportan esos detalles que se buscan en toda buena historia de aventuras. Eso sí, Trondheim no tiene problema en hacerte reír y, acto seguido, darte un puñetazo en el estómago. Y cuando recibes el golpe, ya te estas riendo para el siguiente.

En el aspecto gráfico, Trondheim mantiene su nivel a la perfección. El trazo engañosamente sencillo logra transmitir movimiento, emoción y humor con una economía de recursos pasmosa. Las expresiones de los personajes son oro puro: un alzamiento de cejas, una sonrisa torcida o una mirada perdida en la nada dicen más que mil palabras. Las escenas de acción son dinámicas, claras y, cuando hace falta, brutalmente efectivas. El diseño de mundo es una maravilla: aldeas destartaladas, castillos ominosos, criaturas mágicas tan ridículas como peligrosas… todo respira vida y personalidad. Un deleite para todos aquellos que disfrutamos de su paso por la Mazmorra.

Uno de los mayores logros de la serie es cómo maneja el humor negro. No es para todos los públicos: aquí hay sexo, muerte, traiciones y momentos de auténtica desesperación. Pero todo está presentado con una ligereza que evita que la historia se vuelva un ladrillo depresivo. Al contrario, la ironía constante de Ralph y las situaciones absurdas logran que incluso los momentos más oscuros tengan un brillo cómico. Es una especie de Juego de Tronos con multitud de animales, pero con mucho más corazón y menos postureo.

A lo largo de la historia, Ralph y compañía recorren un mundo en guerra, enfrentándose a hordas enemigas, conspiraciones palaciegas y dilemas morales de los que es imposible salir indemne. Y, sin embargo, el motor de la historia nunca es la épica en sí, sino la evolución del protagonista. Ralph empieza siendo un cínico que solo quiere sobrevivir, pero poco a poco (y casi sin darse cuenta) se convierte en alguien que realmente se preocupa por los demás. Es un crecimiento creíble, lleno de retrocesos, meteduras de pata y pequeñas victorias que se saborean como triunfos épicos. Con sus pros y sus contras se puede decir que la serie no es perfecta. Hay momentos en los que la trama se embrolla un poco, personajes que podrían haber dado más de sí y giros que parecen un pelín forzados. Pero estos pequeños defectos son insignificantes comparados con lo que ofrece: diversión inteligente, diálogos afilados, personajes memorables y un mundo que se siente vivo. Es de esos cómics que puedes leer con una sonrisa tonta en la cara, y que de repente te clavan una frase que se queda contigo días enteros.

No podemos dejar pasar la ocasión de hablar de la edición española de Yermo Ediciones, porque aquí es donde nuestro querido pato realmente luce como el tesoro que es. Nos encontramos con un álbum de historietas encuadernado en cartoné, con una presentación sólida y elegante que da gusto sostener entre las manos. Sus 304 páginas interiores en color, más cubiertas, recopilan con mimo y sin fisuras los seis primeros álbumes originales de la edición francobelga: «Est-ce qu’on ment aux gens qu’on aime ?», «La mort au début du chemin», «Noires sont les étoiles», «Un caillou enterré n’apprend jamais rien», «Le pays des démons bleus» y L»‘ennemi de mon ennemi«, publicados por Dupuis entre 2011 y 2014.  Con la traducción, a cargo de Fernando Ballesteros, se consigue capturar a la perfección el tono cáustico y las réplicas rápidas que son marca de la casa de Trondheim. Ralph suena igual de irónico, de desgraciado y, cuando la historia lo exige, igual de sorprendentemente tierno. Las bromas y juegos de palabras fluyen con naturalidad. Aquí cada línea tiene chispa, ritmo y mordacidad. Además, Yermo ha tenido el acierto de reunir los seis álbumes en un solo volumen, lo que permite una lectura continuada y sin interrupciones, ideal para perderse en el mundo de Ralph y seguir el crescendo de sus desventuras hasta el clímax de este primer arco. Por eso cuando cierras la última página, con Ralph Azham saliendo de un embrollo solo para caer en otro aún mayor, la sensación es clara: necesitamos ya el segundo integral para seguir riendo, sufriendo y aplaudiendo las meteduras de pata (y aciertos) de nuestro héroe más improbable.

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