
Cuando el final de “Locust”, la serie de Massimo Rosi y Alex Nieto, se publicó en Estados Unidos de la mano de Scout comics, en pocos días se agotó. Un mérito cuya fuerza está en la serie misma. Lejos de grandes despliegues promocionales, la demanda por el título creció por el boca oído entre los aficionados, que probaron las primeras entregas y decidieron, no darle una oportunidad, sino completar la colección porque querían saber como acababa ese relato ambientado en ese mundo asolado por una pandemia en la que los humanos contagiados acaban siendo langostas antropomorfas.
Esa es la mejor prueba del interés que despertó esta serie en el mercado estadounidense. Un interés que se acrecentaba conforme se llegaba al final ampliando las dosis de terror, pero también otras emociones que llegan tras la tragedia. Es en esa combinación donde “Locust” guarda sus mejores bazas. Unas que ha jugado con eficacia Massimo Rosi en el desarrollo de un guion en el que se cuida tanto lo fantástico como lo humano. Tan humano que la desesperación transpira por las viñetas contagiándose al lector las emociones que desprende este relato de horror donde, mientras el mundo perece, crece lo dantesco, pero también los afectos.

Ya avisamos en la reseña de «Locust uno«, editado en España e Italia por Levitahan Labs que este es uno de esos cómics que crece por si solo conforme uno se adentra en sus páginas. Unas en la que aparentemente no se parte de una premisa novedosa – Una plaga en la que los humanos se convierten en monstruos y la civilización queda en jaque – pero si conquista a quien lo lea con un guion sobrio en la que cada golpe de efecto cuenta y aporta solidez.
Los personajes principales, de pura humanidad en su caracterización, transmiten lo que están viviendo en cada viñeta. Haciendo veraz la situación que protagonizan. Sin estridencias, con una eficaz austeridad en cuanto a lo que expresan verbalmente, pero dotando de mayor profundidad a lo contado. Es en ese equilibrio donde nace una de las fortalezas de «Locust dos», quizá la más esencial para que funcione con la solvencia narrativa que tiene.

Lejos de ir por caminos más trillados, Rossi enfocó con frescura el guion de los cuatro últimos números que componen este volumen). Hecho meritorio porque, a la vez que mantiene la esencia del punto de partida, introduce elementos que hacen que Locust vaya ganando enteros hasta cerrar la trama en lo alto, con un final que deja huella. En un tebeo de este género eso es difícil de lograr y Rossi lo ha conseguido. De forma aparentemente sencilla, porque los mejores guiones suelen parecer sencillos por la natural fluidez que muestran mientras se desarrolla el relato.
Una fluidez, por cierto, en la que es esencial el arte de Alex Nieto, hábil narrador gráfico que te mete de lleno en el tebeo. Sin excesos, pero con una eficacia notable. Esa que hace creíble el horror del mundo de Locust. Una credibilidad lograda a pulso de buen trazo y secuenciación. De tonos que amplifican las sensaciones que emanan de cada escena. De un ritmo preciso, donde las cadencias narrativas se acompasan en composiciones de página funcionales, al servicio de lo contado.

No es extraño, por tanto, que la edición estadounidense en grapa de esta serie acabara con todos los ejemplares vendidos. Un “sold out” que demuestra que, si hay tebeos bien hechos, lo demás llega solo. Quizá por eso, la división española de Locust apostó por esta serie en sus primeros pasos editoriales en España. Una apuesta firme, que igual es desconocida por el gran público pero que gana adeptos cuando un nuevo lector se mete en sus páginas, revelándose éstas como una pequeña joya de culto. Eso ya se intuía en el primer volumen. En las 128 páginas de la conclusión de “Locust” se confirman. Quien lo leyó, lo sabe.
