Caballero Luna de Jeff Lemire: Diferentes identidades

«El Caballero Luna» de Jeff Lemire no es solo un cómic: es un electroshock en papel, un manifiesto sobre la identidad que te estruja el cerebro hasta que ves dioses egipcios en el reflejo de la pantalla. Porque leer esta etapa es como mirarse en un espejo roto y darse cuenta de que cada fragmento muestra a una persona distinta, cada una reclamando ser “el verdadero tú”. Eso es exactamente lo que Lemire explora aquí: ¿quién es Marc Spector? ¿El soldado? ¿El productor millonario? ¿El taxista de mala muerte? ¿El avatar de Khonshu? ¿O simplemente un pobre diablo atrapado en la cárcel de su mente? Eso se descubre en las viñetas de este tebeo.

Desde la primera página, Lemire arranca con un golpe maestro: un manicomio que huele a sudor, desinfectante barato y secretos demasiado viejos para morir. Marc está atado a una camilla, la cabeza palpitándole como un tambor de guerra, y tú como lector ya no sabes si estás leyendo una historia de superhéroes o el diario de un enfermo mental. Porque el hospital no es un hospital. O sí. O no. Los enfermeros no son lo que parecen, los muros rezuman símbolos egipcios y Khonshu (el dios de la luna, con su cabeza de ave momificada) aparece y desaparece como un susurro detrás de la oreja. De ese punto, Lemire te lanza de cabeza al sitio exacto donde Marc Spector no sabe si está loco o si realmente es el elegido de una deidad. Y tú, por simpatía, empiezas a cuestionarte lo mismo. Entonces Greg Smallwood, junto a Jordie Bellaire, toman las riendas y convierten cada viñeta en un delicado y cruel espejismo. Su trazo es tan elegante, tan limpio, tan meticulosamente controlado que el verdadero truco es que nunca sabes cuándo te ha empezado a mentir esta historia. En una página estás en un despacho aséptico con tubos fluorescentes parpadeando, y en la siguiente un templo egipcio se alza en medio de la ciudad como si hubiera estado allí desde siempre. No hay rastro de costuras entre lo real y lo irreal. Ese es el verdadero horror: ni siquiera la página es un lugar seguro.

A medida que la historia avanza, Marc comienza a reunir a sus otras identidades, fragmentos de sí mismo que han adquirido forma física: Steven Grant, el productor de cine con aires de playboy; Jake Lockley, el taxista que se codea con lo peor de la ciudad, un piloto espacial luchando contra hombres lobo en la luna (sí, has leído bien). O ese Caballero Luna lunático. Cada vez que cambia de personalidad, el mundo cambia con él. Y aquí es donde Lemire saca toda la artillería pesada: la llegada de artistas invitados como Wilfredo Torres con Michael Garland, Francesco Francavilla y James Stokoe no es solo un capricho estilístico, es una declaración de intenciones. Torres dibuja las aventuras de Grant como una comedia romántica de la era dorada de Hollywood, Francavilla hace de la vida de Lockley un noir ochentero empapado de neón y lluvia ácida, y Stokoe convierte la misión lunar que mezcla la ciencia ficción con mitología como si Moebius hubiera tomado cartas en el asunto. La trama se convierte en un espejo de la mente de Marc, y tú giras cada página con la sensación de estar atravesando realidades superpuestas que se deshacen como papel mojado.

Hay un momento en que dejas de preguntarte “qué está pasando” y empiezas a preguntarte “qué importa”. Porque ese es el truco de Lemire: no se trata de qué es real, sino de qué es verdad para Marc Spector. Y cuando por fin el guion deja de girar como un tornado y aterriza en la tercera parte, te golpea con una dosis de humanidad tan brutal que deja sin aire. Lemire y Smallwood llevan a Marc al punto cero: su infancia, su relación con un padre rabino, los primeros signos de enfermedad mental, la culpa de su vida como mercenario, el vacío que lo hizo susceptible a unirse a Khonshu. Aquí no hay trucos ni juegos de percepción: solo un hombre enfrentándose al reflejo más doloroso de sí mismo. Por un momento, el Caballero Luna deja de ser un símbolo y vuelve a ser Marc Spector, un ser humano desesperado por encontrar ese algo que le permita seguir respirando.

Lo más aterrador de todo es que este descenso al infierno personal no niega las aventuras anteriores ni las desmiente. Las contiene. Cada etapa del Caballero Luna, desde los delirios psicodélicos de Bill Sienkiewicz en los 80 hasta la elegancia minimalista de Warren Ellis y Declan Shalvey de 2014, vive dentro de esta obra como ecos atrapados en una mente fragmentada. Lemire consigue hacer que todo el caos del personaje encaje, no a través de una cronología limpia ni de un reinicio, sino aceptando el caos como parte esencial de su naturaleza. Porque, al fin y al cabo, este personaje es la suma de todas sus máscaras… y de ninguna a la vez.

La edición de Panini Comics contiene los números Moon Knight del 1 al 14 con traducción de Gonzalo Quesada. Publicados en su momento en formato TPB en la línea 100% Marvel de la editorial italiana, en esta nueva vida en tapa dura incluye una introducción de David Aliaga, así como las portadas principales dibujadas por Greg Smallwood y alternativas realizadas por Ricardo López Ortiz, John Tyler Christopher, Bob Hall, Whilce Portacio, Pascual Ferry junto a Chris Sotomayor o Julián Totino Tedesco entre otros. Por eso, al ver esas portadas uno siente que ha viajado no solo por la mente de Marc Spector, sino también por las posibilidades del cómic como medio. Esta etapa no es simplemente una buena historia de superhéroes: es un ensayo sobre la salud mental, una carta de amor al collage narrativo y un recordatorio de que los personajes rotos pueden ofrecer las historias más bellas.

Por mucho que la televisión intente recrear la esencia del Caballero Luna en una pantalla, por muy buenos que sean los actores, los efectos digitales o las coreografías de pelea en la azotea, nada puede igualar la experiencia de abrir estas páginas y sumergirse en el caos hermoso que Lemire y Smallwood construyen con tinta y papel. Aquí no hay filtros, no hay concesiones a la audiencia: solo el arte puro del cómic que juega contigo, que te miente y te salva al mismo tiempo. El Caballero Luna podrá tener su serie en Disney+, podrá aparecer en videojuegos y camisetas, pero su verdadero templo siempre estará en las viñetas, donde la locura y la genialidad caminan de la mano bajo la luz de Khonshu. Porque en el fondo, el cómic siempre será mejor. Más libre, más brutal, más humano.

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