
Cuando Brian Michael Bendis y Alex Maleev decidieron construir el último acto del implacable descenso a los infiernos de Matt Murdock, sabían exactamente dónde querían dejarlo: solo, despojado de todo, prisionero, no solo entre barrotes, sino también dentro de su propio cuerpo agotado y su alma exprimida. En este segundo tomo de Daredevil no es una despedida tranquila ni un cierre glorioso. Es la clausura melancólica de una tragedia inevitable. El relato final de un hombre que quiso creer en la ley, en el amor y en la justicia… y acabó con las manos ensangrentadas, el corazón en ruinas y la cabeza gacha ante el sistema.
¿Puede un hombre deshacerse a sí mismo desde dentro, sin ayuda, sin enemigos, sin balas? Matt Murdock puede. En estos comics, Brian Michael Bendis y Alex Maleev no solo lo entienden, lo documentan con precisión quirúrgica. Lo arrastran hasta el punto en que todo lo que lo rodea, la ley, el amor, los aliados, los adversarios, se convierte en reflejo de su culpa, su agotamiento, su obsesión por controlar lo incontrolable. Y en ese derrumbe lento, en esa implosión psicológica narrada como tragedia griega en callejones neoyorquinos, los viejos nombres vuelven, pero no como lo recordábamos. Ni como los recordaba Matt. Vuelven convertidos en juicios. En advertencias. En acusaciones. En pruebas vivas de que Matt Murdock ya no es Daredevil. Solo es una ruina que se pone un traje.

La historia arranca con Natasha Romanov, la Viuda Negra, apareciendo como ese viejo amor que regresa no por nostalgia, sino porque huele que algo va mal. Y vaya si va mal. Matt está aislado, emocionalmente entumecido y cada vez más cerca del abismo. La interacción entre ambos es incómoda, cargada de silencios, con esa tensión de quienes fueron algo y ya no saben qué son. Lo que empieza como un reencuentro pronto se revela como una colisión entre dos formas de abordar la soledad y la justicia. Natasha, profesional, letal, controlada; Matt, un vendaval de traumas y contradicciones. Y Maleev se lo goza: ella, toda curvas de tinta fluida y mirada implacable; él, una figura encorvada y tensa, como si sus costillas fuesen jaulas. Algo muy sensual y a la vez bastante violento.
Por otra parte, una de las historias más impactantes del tomo es la que se despliega en tres líneas temporales distintas, cada una con un estilo de dibujo diferente. Maleev se transforma como un camaleón, adaptando su estilo al Matt Murdock vestido de amarillo de los años 60, al joven abogado de los 80 y al hombre roto del presente. Es una maravilla visual, que no solo demuestra el talento técnico del dibujante, sino la capacidad de Bendis para contar una historia que no se limita a progresar, sino que reverbera. Lo que se decide en un pasado remoto explota décadas después, y el eco de cada error de Matt resuena como un tambor de guerra. La historia no es lineal, sino cíclica: el dolor vuelve, los enemigos se reciclan, los aliados se pierden o mutan. Es una tesis sobre el desgaste. Matt no solo envejece; se quema. Y un personaje cercano al coliseo romano aparece con más problemas de lo que recordábamos, pero siempre con ese pequeño gesto que puede cambiar un mundo.

Otra de las historias más desconcertantes del tomo gira en torno a un grupo de apoyo. Parece un respiro narrativo, un espacio donde los personajes pueden verbalizar lo que sienten. Pero Bendis, fiel a su estilo, da un giro que convierte la historia en un pequeño thriller psicológico. Lo que empieza con empatía termina en paranoia. Las voces del grupo son como espejos que devuelven la culpa de Matt multiplicada. Un experimento que no todos celebrarán, pero que añade complejidad y peso emocional a la caída final del personaje. En su “Decálogo” (que es como se llaman esos números), Bendis rompe con el formato clásico. Ya no seguimos a Matt. Lo vemos desde fuera. Cada número es el testimonio de un ciudadano en una iglesia. Cada relato forma un capítulo de un decálogo de cómo Daredevil cambió sus vidas. No hay acción trepidante, ni peleas espectaculares. Lo que hay es trauma, angustia y pequeñas revelaciones cotidianas. El guionista construye aquí su propio mundo personal, donde Matt Murdock es un fantasma proyectado por el testimonio de otros. Algunos lo veneran. Otros lo odian. Pero todos coinciden en algo: no es humano. Es un símbolo. Uno que se ha salido de control.
Y como si esto no fuera suficiente, el especial What If Karen Page Had Lived? con dibujo de Michael Lark nos golpea en las costillas con una posibilidad imposible: ¿qué habría pasado si Karen Page no hubiera muerto?. Este número es una anomalía preciosa. No es un consuelo, es una bofetada. Porque en lugar de pintar un paraíso alternativo, Bendis y Lark nos presentan un mundo donde Karen sobrevive… pero las consecuencias son igual de trágicas. La historia alterna entre una Karen que intenta reconstruir su vida y un Matt que sigue preso de su obsesión, de su destino, de su maldición. El final no redime. Sólo duele. Como todo en esta etapa. Al final del tomo, está Daredevil: Ninja, esa miniserie que parece un añadido por cumplir, como cuando te traen ensalada en una barbacoa. Escrita también por Bendis pero con un tono que desentona totalmente con el resto del volumen, y un dibujo de Rob Haynes que no cuadra en ningún momento con lo visto anteriormente. Esta historia no aporta nada más que confusión. No molesta demasiado, se lee rápido, pero ni emociona ni aporta contexto relevante. Si se hubiese quedado fuera, nadie la echaría de menos. Es como un epílogo que habla otro idioma.

Hablando de la edición publicada por Panini Comics, ésta es, en sí misma, una declaración de intenciones: con traducción de Gonzalo Quesada, las 648 páginas que recogen no solo la conclusión de una de las etapas más aclamadas del Diablo Guardián, sino también un ciclo que marcó a toda una generación de lectores. Desde la primera hasta la última página, el volumen transmite la ambición de reunirlo todo: Marvel Knights: Daredevil #61-81, el inquietante y algo fallido What If Karen Page Had Lived?, y la curiosidad añadida de Daredevil: Ninja #1-3. Además, los extras son una delicia para los completistas: bocetos, portadas, un texto escrito por Bendis y una introducción de Julián Clemente que complementan a la perfección ese conjunto que tenemos entre manos del hombre sin miedo.
Al final, este segundo volumen de Daredevil por Bendis Michael Bendis no es perfecto, pero sí es indispensable. Tiene altibajos, sí. Algunas historias secundarias no convencen, el final es anticlimático. Pero lo que hace bien, lo hace mejor que nadie. La atmósfera, los diálogos, el desarrollo psicológico de Matt, la manera en que Maleev transforma la ciudad en un personaje más, todo eso es insuperable. Lo que empezó como una exploración del dolor de un hombre desenmascarado termina como una meditación sobre la imposibilidad de la justicia pura. El superhéroe que quería limpiar su barrio termina manchado hasta el alma. Y quizás por eso, aunque le quitemos una estrella, sigue brillando en la noche como esos neones tristes de la Cocina del Infierno: apagados, pero imborrables.
