
“Un paraje tan fiero e implacable como las gentes que viven en él. Pero hay un hijo de Crom cuya fiereza no tiene igual ni siquiera en este áspero clima. ¿Cómo se llama? Conan”.
Empieza el segundo tomo de «La Espada Salvaje de Conan» como si fuera el estampido de un tambor de guerra retumbando desde las cavernas de Stygia hasta las montañas de Cimmeria. Aquí no hay espacio para el descanso ni para el perdón. Este volumen es una sucesión de hachazos, conjuras demoníacas, serpientes que se arrastran entre los pliegues de la traición y un Conan que no solo sobrevive… masacra. Este tomo no es un recopilatorio: es una emboscada en medio de la noche. Una sucesión de historias salvajes donde los guionistas, dibujantes y coloristas te lanzan a un barranco lleno de monstruos, ladrones, reyes podridos y cultos secretos.
Aquí esperan unos números son una especie de mosaico sangriento, donde diferentes autores y artistas toman las riendas del cimmerio para enfrentarlo a horrores de todo tipo. Tenemos a Frank Tieri, que escribe como si estuviera mascando carne cruda mientras escribe con el puño cerrado en la mesa de su cocina. A su lado, Meredith Finch aporta una extraña pero interesante sensibilidad bestial, dando a Conan un aire melancólico sin quitarle su fiereza. Y luego está Jim Zub, que no es nuevo en el universo de Conan, pero aquí se revela como un heredero legítimo de Roy Thomas. Su Conan es salvaje pero inteligente, un bruto con filosofía propia. Zub sabe escribir peleas, sí, pero también sabe cuándo dejar que el silencio entre frases muestre el peso de la vida errante. En sus manos, Conan es más que músculo: es un espíritu indomable que a veces se cansa de todo, pero sigue peleando porque no sabe hacer otra cosa. Y como toque dulce final de esta cenal, regresa el Roy Thomas, el arquitecto original de las aventuras hiborias en Marvel. Su estilo clásico se siente como un canto épico de otro tiempo, una cadencia rítmica que nos recuerda por qué el nombre de Conan resuena aún hoy como un trueno bárbaro en los salones de los lectores veteranos.

Uno de los momentos más inesperados y sabrosos del tomo es cuando Conan, en lugar de blandir su espada, juega a las cartas. En una historia que mezcla astucia, engaño y violencia, vemos al cimmerio participar en una partida que parece más sacada de un western sucio que de una saga de espada y brujería. Y, sin embargo, funciona de maravilla. Conan no es ningún idiota. Es analfabeto, sí. Brusco, claro. Pero sabe leer a las personas, y en una partida de cartas eso vale más que cualquier hechizo. Aquí, el bárbaro demuestra que puede vencer no solo a monstruos con tentáculos sino también a rufianes con sonrisa falsa y ases escondidos en la manga. Y cuando las cartas se acaban… bueno, el filo de su espada sigue siendo el argumento definitivo. Es una escena deliciosa porque rompe expectativas: nos recuerda que el Conan de Howard no era un simple bruto, sino un tipo astuto, adaptable, capaz de dominar tanto en los salones de Shem como en las catacumbas de Stygia. La historia, corta pero intensa, tiene un aire casi de spaghetti western hiborio. Y el final, como era de esperar, es rojo y violento.
A nivel gráfico, el tomo es un festín. Desde Patrick Zircher pasando por Andrea Di Vito y Luke Ross hasta llegar a Alan Davis. Todos parecen haber recibido una misma instrucción: “Conan es único y se tiene que demostrar”. Y vaya si lo hacen. Los cuerpos son duros como rocas y flexibles como serpientes. Las sombras se proyectan como si la oscuridad fuera un personaje más. Los monstruos son grotescos y orgánicos, como pesadillas húmedas escapadas de una mente enferma. Los paisajes cambian desde coliseos hasta cavernas en un parpadeo, y cada viñeta parece querer saltar de la página y clavarte un puñal ritual en el pecho. Mención especial merece el color: se apuesta por una paleta áspera, cálida, con mucho ocres, rojos secos, verdes venenosos y sombras que mastican los contornos. Es un mundo sucio, decadente y peligroso, y los artistas como Nolan Wooddard, Java Tartaglia y Chris Sotomayor logran que el lector lo huela, lo toque y lo tema.

En cuanto a la edición los números de este Marvel Premiere ya se publicaron en su momento en grapa por parte de Panini Comics. Ahora se recopila en este formato incluyendo Savage Sword of Conan #6-#12 de la segunda era Marvel, con traducción de Joan Josep Mussarra. Con una introducción de Francisco C. Fernández, además de las portadas de David Finch y Frank D´Armata, Marco Checchetto, Dave Wilkins, junto a las alternativas dibujadas por Max Fiumara, Leonardo Manco, Juan Ferreyra o Yasmine Putri.
Al final, como todo relato bárbaro digno de ser contado entre hogueras y cicatrices, este tomo tiene luces y sombras. Hay historias que deslumbran como un mandoble al sol, con un Conan astuto, brutal y vibrante, y otras que se arrastran un poco más entre el polvo y las ruinas. Algunos guiones golpean con la contundencia de Crom, otros se pierden brevemente en su propia sangre. Pero así son los grandes ciclos de aventuras: irregulares, feroces, imperfectos… humanos. Y sin embargo, cuando cierras el tomo, lo que queda no es el peso de sus defectos, sino el eco de un rugido lejano, el temblor en la tierra donde pisó Conan, la certeza de que el cimmerio sigue vivo, y que su leyenda sigue quemando con una llama que no se apaga. Porque mientras existan ciudades malditas, reyes corruptos, demonios hambrientos y espadas sin dueño, Conan estará ahí: encarándolos sin miedo, con la mirada afilada, los puños cerrados y una carcajada que desafía a los dioses.
