Usagi Drop Volumen 1. Una vida en convivencia

¿Alguna vez te ha pasado que vas a un funeral y vuelves a casa con una niña de seis años? ¿No? ¿Seguro? Pues a Daikichi Kawachi sí. Y no cualquier niña, no señor. Rin es la hija ilegítima de su difunto abuelo. Repito: su ABUELO. Y si esta situación no te parece ya lo suficientemente retorcida como para escribir una telenovela con violines, espera a ver cómo Daikichi se convierte en el nuevo padre (bueno, tío… bueno, ¿primo-padre-abuelo adoptivo?) de una criatura que no pidió venir al mundo ni mucho menos terminar olvidada en el rincón de una familia que la trata peor que al mantel del gato. Porque el drama comienza cuando el nieto de su abuelo vuelve a su pueblo para darle el último adiós a su abuelo y se encuentra con que el difunto ha dejado tras de sí un “pequeño regalo”: Rin, una niña con cara de no haber llorado ni una sola lágrima desde que nació, pero con ojos que te clavan la culpa hasta los calcetines. La familia, horrorizada ante el escándalo social que supone la existencia de Rin (como si el abuelo hubiera dejado una bomba nuclear en lugar de una hija), la despacha como si fuera un mueble viejo. Nadie quiere hacerse cargo. Todos se rasgan las vestiduras. Y Daikichi, que venía solo a cumplir, digamos, funciones de doliente funcional, sale del velorio convertido en padre por accidente. Uno que no tiene ni idea de lo que está haciendo, pero al que no le tiembla el pulso.

Así arranca «Usagi Drop» (うさぎドロップ / «Bunny Drop«), ese manga que te da una patada en el estómago, pero te la envuelve con una manta calentita. Yumi Unita consigue el equilibrio perfecto entre el slice of life más mundano y la ternura que te va calando como el café lento en una mañana sin prisas. Daikichi pasa de ser un soltero algo amargado (más por rutina que por tragedia) a enfrentarse de pronto a horarios de guardería, compras de ropa interior infantil y preguntas existenciales como “¿Qué demonios come una niña de seis años y por qué siempre tiene hambre cuando ya fregaste los platos?”.

El primer volumen es como un curso intensivo de supervivencia para adultos sin manual de instrucciones. Rin no es la típica niña que llora por todo, se pierde en cada capítulo y acaba siendo salvada por algún adulto. No, no. Rin es práctica. Rin es estoica. Rin es la clase de niña que te haría sentir inútil, como si tú tuvieras seis años también. Cocina, se viste sola, y solo se derrumba emocionalmente cuando se queda sin galletas o sin respuestas sobre su mamá ausente. Daikichi, por su parte, tiene la curva de aprendizaje paternal de un elefante sobre patines. En el trabajo lo miran raro, como si acabara de adoptar a un dragón bebé. Tiene que reorganizar su vida entera: empieza a llegar tarde, a irse temprano, a buscar información sobre la madre de la niña. Pero lo hace todo sin dramatismos huecos, sin grandes discursos ni momentos de redención en cámara lenta. Daikichi simplemente… lo hace. Porque alguien tenía que hacerlo. Porque nadie más quiso. Porque Rin no dijo nada, pero su mirada lo dijo todo.

La historia se desarrolla con un ritmo pausado, con escenas cotidianas que funcionan como pequeñas viñetas de un cambio de vida: la primera comida conjunta, hacer la cama, o ese pequeño reguero que se quedó al levantarse y que parece sudor, pero nadie reconoce que será. Cada situación está cargada de humor fino, de torpeza humana y de una honestidad que desarma. Yumi Unita no dibuja un cuento de hadas. Dibuja la realidad con líneas simples pero expresivas, con silencios que pesan más que los diálogos, y con una narración que se cuece a fuego lento. En ese sentido, el manga logra algo muy especial: retrata la paternidad no desde la idealización, sino desde la inexperiencia, la confusión y el afecto que crece en lo cotidiano. Rin no necesita un héroe. Necesita a alguien que la mire a los ojos y le diga “vamos juntos”. Y Daikichi, sin saberlo, se convierte en ese alguien. Pero no todo es azúcar y pañales. Usagi Drop también plantea preguntas incómodas: ¿Qué significa realmente ser padre o madre? ¿Dónde termina el instinto y empieza la responsabilidad? ¿Puede el amor crecer sin biología? ¿Y qué hacemos con la familia cuando es una fuente de rechazo en vez de apoyo? Preguntas que nuestro protagonista no responde con palabras, sino con acciones.

Por otro lado, el dibujo de Unita es un deleite. Sencillo, limpio, pero cargado de expresividad. No hay grandes fondos ni alardes técnicos, pero cada viñeta transmite lo que debe. Las emociones están en los gestos, en las miradas, en cómo Daikichi se encorva cada vez más por el cansancio y cómo Rin va encontrando poco a poco espacio para sonreír sin culpa. Hay algo profundamente terapéutico en cómo se narra la cotidianeidad. Porque este manga no va de grandes giros argumentales (al menos no en este primer tomo), sino de pequeñas victorias. De aprender a peinarle el cabello a una niña sin arrancarle media cabeza en el proceso. De aprender a preparar arroz sin quemarlo. De aprender a dejar de pensar en uno mismo.

Publicada originalmente por Shōdensha en Japón y editada en España por Tengu Ediciones, este manga llega en una edición cuidada, con ese delicioso formato tomo B6 con traducción de Yasuko Tojo junto a Ulises Ponce López y Luisa Gómez Aparicio en la corrección. Además, la edición respeta el sentido de lectura oriental, con 200 páginas en blanco y negro, este primer volumen no solo es una carta de presentación maravillosa, sino también una promesa de que lo cotidiano puede ser tan conmovedor como una batalla épica, si se dibuja con honestidad y se escribe con el corazón. Un manga para leer con calma, con pañuelos cerca y, por qué no, con una caja de galletas. «Usagi Drop» es, sin duda, una pequeña joya empaquetada en tapa blanda, que no grita, pero sí susurra cosas importantes. Y si te conquista este primer tomo, ya sabes que te esperan otros nueve con más reflexiones y muchas más preguntas sin manual. Porque la vida, como la paternidad improvisada, viene sin instrucciones, pero con momentos que valen cada página.

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