Lobezno: Pesadillas. Sueños atormentados

«Lobezno: Pesadillas» es algo más que una recopilación de historias cortas sacadas del baúl noventero de Marvel Comics Presents. Es un mapa de cicatrices. Un diario fragmentado de una mente en guerra constante. Y, sobre todo, es una galería de estilos, tics y genialidades (y algún desliz) de autores que definieron una era: los fogosos años 90, donde todo era posible… y muchas veces excesivo. Editado por Panini Comics, con traducción de Uriel López, en un tomito cartoné de 72 páginas, el volumen recupera las historias de Lobezno publicadas originalmente en Marvel Comics Presents #51-53, #99 y el espectacular #100. ¿El hilo conductor? Lobezno atrapado entre recuerdos, instintos salvajes y terrores subconscientes provocados por el siniestro Pesadilla. Pero lo más interesante está en los nombres que firman estas páginas. Porque aquí hay de todo: músculo, locura, introspección, garras… y autores de los que no se olvidan.

Abrimos fuego con Rob Liefeld que en «The Wilding» (#51-53) pone a prueba la anatomía humana, la coherencia y en bastantes ocasiones la paciencia del lector. Y, aun así, es imposible apartar la mirada. Liefeld guioniza y dibuja el primer capítulo con ese estilo suyo tan reconocible: dinamismo, perspectiva imposible, y un Logan que parece una montaña de nervios y dientes apretados. El resultado es algo tosco pero muy disfrutable, como si un chaval de 15 años, enamorado de la violencia y los gritos, hubiera decidido reinventar a Lobezno sin permiso de nadie. A partir del segundo capítulo, Fabian Nicieza, veterano de mil batallas mutantes, entra al rescate del guion. Nicieza no puede cambiar las reglas del juego de Liefeld, pero sí logra dar a la historia algo de contexto, ritmo y sentido. Intenta escarbar en la relación entre Logan y Chico Salvaje, toca temas como el instinto y la pérdida, pero la trama no termina de despegar del todo. Aun así, se agradece el esfuerzo de contención: Nicieza es como ese adulto que recoge los vasos después de una fiesta universitaria. Después pasamos al número 99, con la historia Hauntings, nos lleva a un terreno distinto. Aquí entra en escena Howard Mackie, un guionista que siempre ha tenido afinidad por lo oscuro, lo sobrenatural y los personajes atormentados. Lobezno, por supuesto, es su caldo de cultivo ideal. Mackie lanza a Logan a una travesía onírica provocada por Pesadilla, una figura tan terrorífica como simbólica. El guion quiere llevarnos por los recovecos de la mente de Logan: culpas pasadas, memoria fragmentada, y ese eterno conflicto entre la bestia y el hombre. Pero si el guion es denso, el dibujo de Jim Valentino no está a la altura. Valentino. Intenta dotar de textura a esta pesadilla, pero su estilo se queda a medio gas. Las viñetas no logran sumergirnos del todo en el mundo mental de Logan. El resultado es correcto, pero no memorable. De hecho, se siente más como un interludio que como un plato fuerte. Una siesta más que una pesadilla.

Entonces llega el momento por el que este tomo merece un altar en casa: Marvel Comics Presents #100, la historia titulada Dreams of Doom. Volvemos a tener a Howard Mackie al guion, pero esta vez su pluma encuentra al compañero ideal: Sam Kieth, ese artista que no dibuja, sino que exorciza. Kieth es el rey del trazo roto, el maestro del caos elegante, el pintor de monstruos internos. Y con él, Lobezno se convierte en un puñetazo psicológico. La historia es un delirio que junta a Lobezno, Pesadilla, el Doctor Muerte y el Motorista Fantasma en un campo de batalla mental. ¿Tiene lógica? No del todo. ¿Tiene alma? A raudales. Kieth convierte a Logan en una figura elástica, dolorida, deforme. Muerte parece un emperador de pesadilla, y el Motorista, una silueta infernal que arde más allá del papel. Las páginas no se leen: se sobrevuelan como un mal sueño. Aquí el cómic alcanza una altura artística inesperada: es puro surrealismo superheroico, una rareza hermosa.

Mención especial merecen los demás artistas que completan el paisaje visual de esta antología. Tim Vigil, aporta ese toque sucio y underground que le viene de lujo a un Lobezno desatado. Los entintadores Chris Ivy, Bud LaRosa y Josef Rubinstein hacen lo imposible por mantener la coherencia en estilos tan dispares. Coloristas como Brad Vancata, Dana Moreshead y la gran Glynis Oliver le dan a cada historia su propio ambiente, desde los neones salvajes de Liefeld hasta las sombras asfixiantes de Kieth. El resultado es un tomo coral donde cada autor deja su huella. Algunos a martillazos, otros con pincel fino. Pero todos, de una forma u otra, contribuyen a este puzle de locura, introspección y acción mutante.

Por eso «Lobezno: Pesadillas« no es una historia lineal. Es un mapa mental. Un collage. Una playlist de relatos breves donde la columna vertebral no es Pesadilla ni los golpes, sino el arte cambiante de una época que buscaba siempre ir más allá, romper moldes, y reinventar incluso a sus iconos más duros. El tomo no es perfecto, pero tampoco lo pretende. Es desequilibrado, sí. Irregular, también. Pero dentro de sus páginas vive algo honesto, salvaje y profundamente artístico. Para los fans de Lobezno, es una oportunidad única de ver cómo distintos autores lo reimaginan, lo deforman, lo desgarran y lo reconstruyen. Para los amantes del cómic noventero, es un álbum de recuerdos. Y para los que aún no conocen a Sam Kieth, este es el momento de dejarse llevar por uno de los artistas más personales y únicos de su generación.

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