
Si algo ha aprendido Theta Berwick durante su década matando Yautjas es que, para cazar monstruos, a veces hay que convertirse en uno. Y en Predator: La última cacería, el guionista Ed Brisson nos entrega justo eso: una heroína endurecida, curtida, harta, cansada y lista para el último asalto, el definitivo, el que se pelea con cuchillo entre los dientes y bomba de autodestrucción en la espalda. Porque después de dos miniseries (ya reseñadas) han ido reduciendo su número de números como una cuenta atrás del depredador antes de volar la zona de caza (6, 5 y ahora 4). Marvel nos trae el final de una saga que ha sabido mantener viva la esencia cazadora de la franquicia con un enfoque distinto, más humano y emocional… pero sin dejar de lado lo importante: cabezas volando, tripas colgando y mandíbulas abiertas en forma de flor.
Theta no es un personaje más en el panteón de víctimas supervivientes del universo Predator. No. Ella es una figura trágica, sí, pero también una máquina de matar con un único objetivo: cargarse al depredador que mató a sus padres cuando era niña. Lo que empezó como una vendetta personal, se transforma aquí en una misión altruista: liberar a humanos secuestrados por los Yautjas para usarlos como piezas en su macabra reserva de caza. Si en los anteriores capítulos la motivación era íntima, en este cierre, el combate adquiere un peso más épico, más justo y más suicida también. Y es que Brisson no se anda con rodeos: Theta está cansada. Se nota en los diálogos, en sus silencios, en su forma de mirar. Lleva tanto tiempo peleando que se ha olvidado de por qué empezó, y en este último tramo parece dispuesta a morir con las botas puestas.

Una de las cosas que más se agradecen en este tebeo es que Brisson no pierde tiempo. Desde la primera página se respira peligro. Aquí no hay prólogos ni flashbacks lacrimógenos. Aquí se viene a cazar o a morir. Y a poder ser, las dos cosas a la vez. El ritmo es ágil, directo, pero con espacio suficiente para momentos de tensión que saben masticar el silencio antes del disparo, el rugido o el chasquido metálico. Además, como guiño a los fans de la franquicia, Brisson nos lanza caramelitos como la aparición de John Schaefer, el hermano de Dutch (sí, el de Arnold Schwarzenegger en la película del 87), rescatado de las primeras miniseries de Dark Horse. Un tipo grande, fuerte, en camiseta hawaiana, que parece sacado de Los Mercenarios versión cómic. Su inclusión es tan loca como oportuna, y aporta una dosis de testosterona ochentera que nos hace sonreír con complicidad.
Brisson construye la historia con una trama sólida, coherente con lo anterior, e incluso se atreve a hilvanar detalles de películas y cómics pasados, intentando unificar el caótico conocimiento de la franquicia con una solvencia admirable. Vale, el último acto es bastante previsible, pero en este tipo de historias lo importante no es sorprenderte, sino darte exactamente lo que estás deseando ver. Y vaya si lo consigue. El combate final es una orgía de violencia, desesperación y decisión. Una batalla donde la caza se convierte en liberación, y Theta demuestra por qué ha sido la cazadora definitiva de esta trilogía. No te voy a decir si muere o sobrevive, pero sí que termina con el respeto eterno de quien ha vivido diez años mirando a la muerte a los ojos.

En lo gráfico, Francesco Manna hace un trabajo competente. No es un dibujante de portada de lujo, pero sabe narrar, y eso se nota. Las escenas de acción son claras, dinámicas y brutales. Las composiciones tienen buen ritmo, y aunque no hay páginas que te dejen con la mandíbula desencajada, tampoco hay momentos flojos o mal resueltos. Eder Messias y Jonas Trindade aportan lo suyo en las tintas junto a Erick Arciniega, Cory Smith y Rachelle Rosenberg con una paleta de color saturada y contrastada que remite al tono salvaje de la franquicia. Sangre roja, junglas oscuras, tecnología alienígena en tonos neón… todo está en su sitio. No es un cómic bonito, pero es justo lo que necesita ser: sucio, violento, directo.
La edición de Panini Comics es directa y efectiva. Cartoné, a color, 112 páginas que recopilan los cuatro números de la miniserie Predator: The Last Hunt, con su correspondiente numeración Marvel y una traducción de Raúl Sastre que mantiene el tono duro y áspero del original. Además de incluir en miniatura las portadas alternativas realizadas por Sergio Dávila con Ceci de la Cruz, Paco Medina con Yen Nitro, Paolo Villanelli con Mattia Iacono o Mike Mayhew entro otros. Al final, «Predator: La última cacería» es una despedida a la altura. Brisson y compañía nos entregan un cierre crudo, salvaje y efectivo para la saga de Theta Berwick. Si te gustan los cómics donde la violencia es bella, la venganza se sirve caliente, y los mandíbulas-flor se llevan más hostias que nunca, este es tu cómic. No es revolucionario, pero es tremendamente disfrutable. Y recuerda: «si sangra… lo podemos matar». Theta lo sabía. Y lo demostró.
