Elma, una vida de osa: entre las profecías y el amor

Hay cómics que entran en tu corazón sin pedir permiso, que te acarician con la suavidad de un atardecer filtrándose entre las hojas, que huelen a musgo, a río y a miel. «Elma, una vida de osa«, de Ingrid Chabbert y Léa Mazé, es uno de esos tesoros de papel que te atrapan con ternura salvaje y no te sueltan ni cuando cierras el libro. Elma no es solo una historia para niños: es una declaración de amor al bosque, a la infancia libre y rebelde, a la figura del padre protector, aunque tenga zarpas enormes y gruñe cuando se emociona. a esos viajes que no elegimos, pero que nos hacen crecer.

Desde la primera página, la historia nos lanza al corazón del bosque, un lugar mágico, lleno de ocres, verdes húmedos y silencios dorados. Allí vive Elma, una niña humana de casi ocho años con más preguntas que respuestas y con la energía de una pequeña tormenta con patas. Pero no habita con humanos. Vive con Papá Oso, su padre adoptivo, su mundo entero, un gigante peludo que la cuida con torpeza adorable y una paciencia de un sabio ancestral. La relación entre ellos no necesita demasiadas palabras. Basta una mirada, una broma mal recibida, una caminata en silencio, una carrera entre árboles para saber que estos dos se aman con ese amor antiguo y puro que solo puede nacer cuando la familia no es la que toca, sino la que se elige. Pero los días tranquilos llegan a su fin. Un lobo, mensajero de los tiempos que cambian, le recuerda al oso su promesa. Ha llegado la hora de partir. Tienen que abandonar el bosque, su hogar, ese refugio que parecía eterno. ¿El destino? Un secreto. ¿El motivo? Un misterio que Papá Oso no se atreve a revelar. Para Elma, todo es una aventura. Para el oso, es una despedida camuflada de caminata. Y así arranca esta odisea íntima, atravesando montañas, enfrentando peligros y, sobre todo, luchando contra lo más difícil de todo: el momento de decir adiós.

Ingrid Chabbert construye el guion con una ligereza engañosa. Todo parece sencillo, casi minimalista, pero detrás de cada frase corta y cada silencio se esconde un alud de emociones. Elma habla, salta, se queja, canta. Es una niña real, hecha de carne, hueso y hojas secas pegadas a los pies. Papá Oso es la encarnación de todos los padres del mundo que aman con torpeza, que no saben cómo explicar lo inexplicable y que prefieren caminar al lado de sus hijos un poco más, aunque el final esté escrito desde el principio. El texto fluye con naturalidad, con ritmo pausado y sin necesidad de subrayar lo obvio. Porque lo esencial está en los dibujos.

Ah, los dibujos. Léa Mazé no ilustra, pinta emociones con ramas y atardeceres. Su estilo tiene algo de geométrico, sí, pero está lleno de vida. Cada viñeta es un soplo de aire fresco. Los tonos otoñales, el azul profundo del pelaje del oso, los destellos dorados entre las ramas, el silencio del bosque, el temblor de los ríos: todo habla. Y cuando los personajes corren, la página vibra. Cuando se detienen, el lector respira con ellos. Hay una magia en su trazo, un amor por lo orgánico, por lo animal y lo vegetal, que transforma el libro en un canto a la vida salvaje. Es como si estuviéramos leyendo una canción de cuna escrita por la propia Tierra.

Elma no es solo belleza. También hay sombra bajo sus árboles. Porque esta historia, aunque destinada al público joven, no le tiene miedo a los temas difíciles. La pérdida, el luto, la separación, la madurez forzada, el sacrificio: todo está ahí, presente como una niebla suave que rodea a los personajes. Papá Oso sabe que el viaje significa perder a su hija. Elma lo ignora, pero lo intuye. Hay algo en el viento, en la forma en que los animales los miran, en las piedras del camino, que sugiere que este no es solo un paseo más. Mientras los dos avanzan, el lector se aferra al libro como Elma a la espalda del oso: sin querer bajarse, temiendo el destino. Hay ecos de las fábulas antiguas, de los cuentos de cuna, de las leyendas nórdicas (no en vano, Elma tiene un destino místico que podría salvar su mundo). Pero todo está filtrado a través de una sensibilidad moderna, sin paternalismos ni moralinas. Elma no es una princesa. No necesita un príncipe ni un final feliz con castillo. Solo quiere entender por qué su mundo cambia tan deprisa. Y el cómic no le da todas las respuestas, pero le ofrece lo más importante: el derecho a hacerse preguntas.

Elma es un díptico, publicado en dos tomos en Francia por Dargaud y que nosotros tenemos en España en un único volumen editado por Astiberri con traducción de Alba Pagán.  Se podría decir que el cómic es corto, como un suspiro entre estaciones. Pero, ¿no son así los momentos más intensos de la vida? Breves, hermosos y con un regusto dulce y amargo. Hay quien desearía más páginas, más escenas, más explicaciones. Pero la brevedad también tiene su poder: deja espacio al lector para imaginar, para sentir, para quedarse pensando en ese último abrazo, en esa última mirada. Porque cuando Papá Oso se detiene, nosotros también lo hacemos. Y no hace falta que diga nada. Todo está ahí, entre las hojas.

«Elma, una vida de osa» es un regalo para cualquier lector con corazón de musgo y alma de lobo. Es una lectura que huele a corteza, que sabe a savia, que suena como los pasos suaves de un oso entre ramas. Es ideal para niñas y niños pequeños, sí. También es un bálsamo para adultos que han olvidado lo que era correr sin rumbo por el bosque, preguntarse quiénes somos y abrazar fuerte a quien nos cuida, aunque no tenga nuestra misma sangre. Es un cómic para leer con calma, para saborear como un paseo entre árboles, para volver a él cada otoño como quien vuelve a casa. Y cuando termines la historia, quizás te encuentres mirando al horizonte, preguntándote cuántas Elmas habrá en el mundo. Cuántos Papás Osos están ahora mismo cruzando montañas sabiendo que, al final del camino, les espera la separación. Entonces, solamente entonces, comprenderás que este pequeño cuento es mucho más grande de lo que aparenta. Que en sus páginas habita un bosque entero. Y que, dentro de ese bosque, late un corazón tan fuerte como el tuyo.

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