La Imposible Patrulla X: Divididos resistimos. Cambio de guardia

Olvídate de Westchester, del frío de Nueva York y de los pasillos llenos de adolescentes hormonados con poderes inestables. Porque tras la guerra campal de «Complejo de Mesías«, la Patrulla X hace lo que haría cualquiera con dos dedos de frente después de una batalla apocalíptica: largarse a la costa oeste. Sí, en los números Uncanny X-Men #495-503 y el especial Free Comic Book Day: X-Men 2008, recogidos en este tomo Must Have de la Imposible Patrulla X. editado por Panini Comics y traducido por Santiago García y David Hernández Ortega. Los mutantes cambian la mansión por el Golden Gate, el drama estudiantil por manifestaciones psicodélicas, y el dolor existencial por… más dolor existencial, pero con vistas al mar.

El primer arco de esta etapa, a manos de Ed Brubaker y Mike Choi, titulado «Divididos, resistimos«, funciona como una especie de desayuno con churros después de una fiesta mutante mezclado con búsqueda de sentido vital. La Patrulla se ha desbandado y cada miembro intenta reconstruirse a su manera. Y aunque todo tiene un tono melancólico, Mike Choi lo dibuja todo con una elegancia casi poética. Las viñetas respiran como si estuvieran hechas de seda y sus personajes nos invitan a un momento de pausa antes del siguiente huracán. Pero no te engañes: el sosiego no dura. Los malos no descansan y los guionistas tampoco. Brubaker empieza a repartir cartas sobre la mesa: una nueva base de operaciones, nuevos conflictos, viejos enemigos, y un Magneto que, como siempre, no sabe estarse quieto.

Es en este contexto de aparente utopía es donde Matt Fraction se sube al tren y empieza a darle caña con su estilo marca de la casa: inteligente, referencial, y con un sentido del humor que va desde la ironía a la sátira postmoderna. Fraction entiende que los X-Men no son sólo peleas y rayos láser: son metáfora, discurso y conflicto interior. Es aquí donde entra también Terry Dodson, con su característico dibujo de personajes esbeltos, expresivos y con ese aire de revista de moda con puñetazos; Ben Oliver con un estilo que no desentona con lo visto por Choi y Greg Land, que… bueno, digamos que sus personajes parecen salidos de un catálogo de modelos con expresiones faciales recicladas, pero qué demonios, la acción es dinámica, las peleas se entienden, y el magnetismo está asegurado. Aunque a no todo el mundo convence el dibujo de este artista y eso puede influir de manera negativo en el relato que se esta contando en estas páginas. No olvidemos ese dulce entremés que es el «Free Comic Book Day: X-Men 2008«, una especie de prólogo cósmico en el que Mike Carey y Greg Land nos preparan para lo que viene. Un número que dice “prepárate, porque lo que se avecina no es una saga más: es el reinicio emocional de la franquicia”. Todo empieza de nuevo, sí, pero con cicatrices frescas y el alma hecha trizas. Y eso mola.

Porque aquí no hay instituto ni exámenes de Ética Mutante. Aquí hay decisiones de adultos con superpoderes en un mundo que sigue queriendo exterminarlos. El cómic juega con eso: los X-Men ya no son niños, ni siquiera alumnos. Son refugiados con medallas de guerra, guerrilleros con sueños rotos que ahora deben construir una ciudad ideal en el único lugar que parece quererlos. Pero ni siquiera ahí estarán seguros. La etapa intenta ser moderna, vibrante y fresca. Los guionistas entienden que los mutantes son una metáfora andante, y juegan con eso como nunca: la visibilidad mutante se convierte en un tema real, con debates mediáticos, respuestas institucionales y confrontación pública. San Francisco, en esta historia, es tan protagonista como Cíclope. La ciudad es una promesa y también una amenaza latente.

Esta etapa no es solo una mudanza editorial ni un cambio de código postal. Es un intento de reinvención de la Patrulla X. Brubaker y Fraction entienden el legado, pero no se encadenan a él. Empujan hacia adelante. Dicen: “Los mutantes ya no son alumnos. Son adultos. Y el mundo no ha dejado de odiarlos, pero ahora ellos tienen una ciudad, una voz y una causa”. Eso, y también trajes molones. Todo eso ocurre mientras las leyes de registro superheroico flotan en el ambiente. Aunque qué difícil es registrar a alguien cuando nace con poderes y no se esconde en ningún momento. Pues ahí también está el parte del juego y como nos podemos divertir mientras pasamos las páginas viendo como se desarrollan los acontecimientos.

Los mutantes se mantienen así en pie, entre ruinas humeantes y luces de neón. Entre traumas sin resolver y poses de catálogo, la Patrulla X renació en San Francisco como algo más que un equipo: como una idea mutante nueva, brillante, descarada y poderosa. Ya no son simples héroes en mallas peleando contra robots gigantes: son leyenda viva, resistencia vestida de látex blanco (únicamente la querida Emma), metáfora andante del derecho a existir sin pedir perdón. Por eso, gracias a los cerebros afilados de Carey, Brubaker y Fraction, y a los lápices sensuales, mutantes y explosivos de Choi, Land y Dodson, esta etapa no solo inauguraba una nueva era… la gritaba con estilo, rabia y glamour. Porque en esta ciudad de colinas y sueños, la Patrulla X no solo sobrevive. Brilla. Inspira. Y, una vez más, lidera la revolución.

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