
“ A mi hijo me lo cuidan con sus propias vidas…
y ay de quien lo malcríe o le consienta. Yo lo mato”
No es una indicación baladí cuando quien la dictaba era Pablo Emilio Escobar Gaviria ( Rionegro, 1 de diciembre de 1949 – Medellín, 2 de diciembre de 1993), más conocido como Pablo Escobar. El narcotraficante colombiano más célebre del siglo XX, el más poderoso exportador de marihuana y cocaína, logrando una fortuna considerable e, incluso, metiéndose en política. Se estima que poseía el 80% de la producción mundial del polvo blanco, llegando a ser uno de los hombres más ricos del mundo según la revista Forbes. Logros tan llenos de sangre como de contrastes, pues son reconocidas las obras de caridad que realizó en beneficio de los más desfavorecidos. No era ciertamente un tipo con escrúpulos, siendo quizá el hombre que más poder acumuló de toda Colombia, llegando a capitanear el que fuera el ejército más poderoso de toda Sudamérica: el suyo privado, compuesto por sicarios. Pues no dudó, cuando su incursión en política destapó los “asuntos privados” que generaban su fortuna, en hacer la guerra al propio estado de Colombia.

Con un padre así, la infancia no debe ser fácil. Más si tienes sicarios como niñeras. Eso es lo que vivió Juan Sebastián Marroquín, en cuya partida de nacimiento consta su nombre real: Juan Pablo Escobar. El fue “el hijo del patrón de patrones”, discurriendo su infancia en los turbulentos años ochenta en los que su padre tuvo en jaque al estado de Colombia. Fue la época en la que el joven Juan tuvo como “canguros” a un grupo de sicarios que lo protegían en todo momento. Ellos eran sus compañeros de juego, no niños de su edad. Con ellos iba al colegio y jugaba en casa, siendo tratado con “la ley de la calle” donde no hay favoritismos ni privilegios. Pues su padre no quería que su hijo fuera “blando”. Ese fue el entorno en que creció Juan Pablo Escobar, el cual ha recreado junto a Pablo Martín Farina y Alberto Madrigal en “Escobar. Una educación criminal” (“Escobar. Une éducation criminelle”), recién editado en castellano por Norma.
Juan Pablo Escobar ya exorcizó su pasado en “Pecados de mi padre”, el libro del que partieron varios documentales, el homónimo y los que le sucedieron: “Pablo Escobar, mi padre” y “Pablo Escobar in fraganti”. Sin embargo, nunca se había centrado de forma exclusiva en la relación que mantuvo con sus cuidadores: aquellos que protegían su vida con la suya mientras las guerras con el gobierno y otros cárteles eran una constante. De ahí parte este tebeo, en el que junto a Pablo Martín Tarima han construido un relato que retrata tanto las relaciones como los comportamientos que vio Juan Pablo en su infancia. Pues el precio de una vida acomodada (con diez años poseía diez motos, un coche y un apartamento) era el amargo convivir con la violencia diaria.

El guion ágil plasmado sintetiza a la perfección lo antes expuesto, tanto a nivel de contexto como por la definición del “dramatis personae” que acompañó a Juan Pablo en su infancia. Dibujado con eficacia por Alberto Madrigal, que retrata con acierto a la banda de “niñeras” mientras los hechos se suceden. Hechos que sirven para dar profundidad a una época intensa como es esa niñez, aderezada con violencia y excesos.
“Mi papá los eligió como guardaespaldas.
Juntó a varios que no me dejan ni un segundo a solas.
Es lo que toca cuando eres el hijo del patrón de patrones”

De este modo queda conformada la memoria ficcionada en viñetas que nos presentan Juan Pablo Escobar, Pablo Martín Farina y Alberto Madrigal en “Escobar. Una educación criminal”: 136 páginas concisas, editadas por Norma en cartoné y con traducción de René Parra Lambíes. Un cómic que, si bien no recorre los hechos vividos de forma literal, si que tiene en sus páginas la verdad de quién convivió con ello. Una verdad directa y dura, plasmada a quemarropa por el efectivo trazo de Madrigal, dando la justa medida de lo que fue la infancia de Juan Pablo Escobar.
