
Hay cómics que se leen, otros que se disfrutan, algunos que se analizan… y luego está la «Biblioteca Marvel Nick Furia, Agente de S.H.I.E.L.D. 4«, que más que un cómic es una especie de túnel del tiempo hacia un universo paralelo donde el arte pop, una trama revolucionaria y el thriller de espías decidieron tener un hijo ilegítimo en mitad del caos creativo de 1968. Este tomo, uno lo abre y ya no está en su salón de casa o en el váter (muchos leemos tebeos en el trono), sino dentro del cerebro de Jim Steranko, ese artista que llegó a Marvel como un misil intercontinental cargado de psicodelia, cine negro, narrativa fracturada y, por supuesto, mucho, mucho estilo. Estamos hablando de la etapa más explosiva de Nick Furia, esa en la que el veterano de mil batallas se transforma en una figura que parece sacada directamente de una portada de revista de moda británica. Atrás queda el Furia sargento, el militar endurecido, para dar paso al espía elegante, misterioso, seductor y sofisticado que Jim Steranko moldea con las manos de un escultor y los ojos de un diseñador gráfico de vanguardia.
Este cuarto volumen recopila el final de la etapa de Strange Tales (números 164 al 168), el intermedio que cierra la saga de Garra Amarilla y da paso a la explosión total de creatividad que fueron los tres primeros números de Nick Fury, Agent of S.H.I.E.L.D. publicados en 1968. En tan solo esas siete entregas, Steranko lo da absolutamente todo. No es que lo intente. Es que se vacía por completo. Como si supiera que solo tendría esa oportunidad, que no podría jugar a largo plazo. Cada página está pensada como si fuera la última. Cada viñeta, cada color, cada pose y cada ángulo está diseñado no para contar la historia de un espía al servicio de la paz mundial, sino para redefinir lo que era un cómic Marvel.

Las últimas entregas de Strange Tales ya venían anunciando el apocalipsis estético. Las tramas aún seguían ancladas en el estilo habitual de Marvel, con enemigos pulp, conspiraciones internacionales y diálogos grandilocuentes, pero algo crujía ya en la forma. Las composiciones se volvían más libres, los colores empezaban a escaparse de las líneas, el tiempo se dilataba o se comprimía a gusto del autor. Y cuando llega el número 1 de Nick Furia, Agente de S.H.I.E.L.D., el lector es directamente arrojado al vacío. Porque aquí es donde este gran artista se suelta por completo. Abandona cualquier idea de ortodoxia y convierte cada entrega en una obra total. El primer número arranca con Escorpio como antagonista. El enfrentamiento con él se convierte en un juego de espejos y metáforas, donde el tiempo se fragmenta y el espacio se convierte en un escenario psicológico. No hay una página que no sorprenda. Desde la ya famosa doble página tan espectacular hasta la secuencia en la que Escorpio se sumerge en sus propios delirios mientras Furia lo acecha como un fantasma con parche. Es toda una locura maravillosa. El número 2 nos lleva a un escenario radicalmente diferente. De la psicología urbana pasamos al pulp más desatado. Furia aterriza en una isla donde se combinan monstruos de laboratorio, dinosaurios, ruinas alienígenas y referencias al mito de King Kong. Steranko se permite aquí homenajear la tradición de tebeos de Weird Science, pero con una paleta cromática que más parece salida de una fiesta brutal puesta de LSD. Hay planos aéreos imposibles y personajes que parecen moverse al ritmo de una música que no se oye, pero se intuye. El color estalla en los ojos del lector como si lo hubiera diseñado un Andy Warhol pasado de rosca.
Y luego está el número 3, probablemente el mejor cómic de espías jamás hecho en Marvel. Aquí, este dibujante norteamericano opta por el horror gótico: castillos escoceses, niebla, cementerios, luces tenues, sombras dramáticas. Todo muy terrorífico, pero con una atmósfera que remite al expresionismo alemán y al noir más barroco. La historia podría resumirse como «Nick Furia persigue un sabueso infernal«, pero lo que importa es cómo lo cuenta. Viñetas apiladas en secuencias verticales, fondos que se disuelven en patrones psicodélicos, movimientos de cámara imposibles, y una sensualidad omnipresente. Porque sí, esto es clave: en el mundo de Steranko, todos los personajes respiran deseo, estilo, tensión sexual y carisma. No hay una sola figura estática o desganada. Todo es pose, gesto, teatralidad. Todo es… glamour.

Ahora hablemos del arte puro. Porque lo que hace Steranko aquí no es simplemente bonito o moderno: es revolucionario. Usa el collage, las transparencias, el diseño gráfico de vanguardia, la fotografía como nadie en Marvel había hecho hasta entonces. Y no lo hace por lucirse: cada recurso sirve a la historia, al ritmo, al tono general del relato. Algunas páginas parecen portadas de discos psicodélicos. Otras, páginas arrancadas de revistas de moda. A veces uno siente que no está leyendo un cómic, sino viviendo una instalación de arte moderno que por alguna razón narra aventuras de espías. Y a pesar de todo eso, no se pierde el corazón marvelita. Furia sigue siendo un tipo duro, solitario, torturado. Los villanos son exagerados pero magnéticos. La acción es clara, impactante, a veces incluso brutal. Pero hay algo más: hay poesía, hay experimentación, hay transgresión. Algo que el resto de dibujante de la plantilla de la casa de la ideas se lanzaban a probar.
El tomo de Panini Comics reproduce estos siete números con gran fidelidad, respetando colores, texto, junto al contexto histórico escrito por Lidia Castillo, y lo hace dentro del ya conocido formato Biblioteca Marvel. Con reproducción impecable, traducción de Santiago García junto a Gonzalo Quesada y ese aire de colección cuidada que tanto nos gusta. Leer este tomo es como abrir un cofre lleno de dinamita artística: un recordatorio de que, durante un breve instante, Marvel tuvo a un autor que trató sus grapas como si fueran trabajos para exponer en un museo. Y lo logró. Porque lo que tenemos aquí no es una simple recopilación de cómics antiguos. Es un momento de ruptura, de iluminación. Un destello. Algo que se da de muy de vez en cuando. Después de esto, Steranko apenas haría un puñado de números más antes de alejarse del cómic y entrar al mito. Pero ese puñado basta para entender que durante 1968 hubo alguien que entendió el medio no como un vehículo de entretenimiento, sino como una forma de arte total. Por eso, la Biblioteca Marvel Nick Furia, Agente de S.H.I.E.L.D. 4 no se recomienda: se proclama. Es el cómic que deberías regalar a cualquiera que te diga que los tebeos son para niños. Es la prueba definitiva de que el arte puede nacer en un papel barato, entre explosiones, persecuciones y mujeres fatales. Es un puñetazo de belleza en la cara. Es historia viva.
