El Inmortal Hulk volumen 5: al final del abismo verde

Y así, con una reverencia, una llamarada gamma y un rugido que resuena desde el Infierno hasta la Tierra, llegamos al final. Cincuenta números después, Al Ewing y Joe Bennett se despiden de «El Inmortal Hulk» como quien abandona el púlpito de una iglesia fundada por Lovecraft y Jack Kirby, con una Biblia de carne verde y tinta negra. Lo que empezó como una rara historia de terror con monstruos clásicos y ecos de Expediente X, termina como una tesis doctoral sobre la psique de un gigante radioactivo que ha pasado más tiempo en terapia que en los Vengadores. Y sí: es glorioso, extraño, desconcertante y, por momentos, endemoniadamente brillante. Pero ojo, que nadie piense que esto es solo un punto final. Esto es el tipo de cierre que se escribe con fuego sagrado y letras mutadas. Con este Marvel Deluxe. El Inmortal Hulk 5 llamado Del infierno y de la muerte, Panini cierra la puerta verde y la encuaderna en tapa dura. Dentro, está la apoteosis: The Immortal Hulk #42 al #50, más el Time of Monsters One-Shot. Un repaso final que tiene tanto de Biblia gamma como de descenso a los infiernos, lleno de réplicas filosóficas, mutilaciones conceptuales, cameos que revientan la nostalgia y unas cuantas páginas que parecen haber sido entintadas con sangre y bilis.

Ewing ha jugado a ser arquitecto, forense y sacerdote de Hulk. Ha excavado en 60 años de historia del personaje y ha encontrado cadáveres enterrados, ideas olvidadas, traumas sin procesar y les ha dado un orden ritual. Lo que hace en estos últimos números no es tanto concluir como cerrar el círculo: las Puertas Verdes se abren y se cierran, pero nunca se sellan del todo. El Líder ha dejado de ser ese secundario con peinado de cactus para convertirse en un dios de la perversión metafísica, y Henry Peter Gyrich ha pasado de burócrata odioso a villano de distopía con sonrisa tecnócrata. Por si faltaba algo, vienen los U-Foes, Gamma Flight, los Cuatro Fantásticos, los Vengadores y media plantilla del Universo Marvel a mirar el apocalipsis desde la barrera.

Pero nada, absolutamente nada, se compara con el alma de esta etapa: la colaboración entre Ewing y Joe Bennett. Si el guionista es el chamán, el dibujante es el cirujano. Y no uno cualquiera: uno con afición por diseccionar lo grotesco. Bennett ha redefinido el cuerpo de Hulk como si fuera una víctima de una autopsia: retorcido, orgánico, a veces bello, siempre terrible. Con él aprendimos que Hulk puede tener más de siete personalidades, vivir tras la muerte, quebrarse como carne mal cocida, y aun así seguir adelante con más fuerza. Y aunque en este tomo no está en todas las páginas, su sombra lo impregna todo. Su legado visual es como un virus radiactivo que muta a los dibujantes que entran en la serie, como Alex Lins, Adam Gorham o Rachael Scott. Ni siquiera un artista tan solvente como Juan Ferreyra, que aquí se luce en ese salvaje viaje al 9500 a.C. con un Hulk de pesadilla neolítica puede competir con el trauma visual que Bennett ha plantado en nuestras retinas.

Porque sí, Hulk ha sido muchas cosas: héroe de acción, bicho incomprendido, fuerza de la naturaleza, parodia de Frankenstein, chivo expiatorio del sueño americano… pero nunca había sido esto. Nunca había sido tan mitológico, abismal, intrincado, tan profundamente monstruoso. Ewing no cita, no copia, no recicla: Ewing interpreta, reordena, da sentido. De Peter David toma los múltiples Hulks como estados mentales, de Paul Jenkins la introspección, de Stan Lee el concepto básico de tragedia perpetua, de Bill Mantlo y Roger Stern la idea del monstruo como símbolo de miedo al poder. Todo encaja. Todo es homenaje y todo es nuevo. No hay cameos gratuitos: hay reinterpretaciones. Hay ecos, pero también gritos originales.

Eso sí, no sería honesto si dijéramos que el final es perfecto. Porque no lo es. ¿Es satisfactorio? Sí. ¿Es grandioso? También. ¿Es el clímax explosivo que uno espera después de tantos fuegos artificiales? Pues según quien lo lea tendrá una opinión diferente. El último número se permite el lujo de ser una copa de vino al final de una buena cena más que un estallido. Ewing toma distancia, habla directamente al lector (o a sí mismo), y reflexiona sobre el propio acto de contar historias. Es poético, es audaz, es inteligente pero quizás (sólo quizás) es menos contundente de lo que uno había imaginado. Porque se han lanzado tantas ideas colosales: las puertas verdes, el más allá gamma, la metafísica del trauma, el horror corporal, la divinidad del gran enemigo, que uno esperaba un Big Bang final, y lo que recibe es otra cosa. No es una caída, es una marcha tranquila hacia la noche. Y eso, aunque coherente, puede dejar con hambre a quien venía esperando un golpe en el pecho. Y sin embargo, ese cierre no empaña lo que es, sin duda, una de las mejores etapas que ha tenido del gigante verde desde siempre. Al nivel de lo mejor de Peter David, con una coherencia envidiable y una identidad tan marcada que es imposible leerla sin sentir que estás ante algo importante. Porque sí, este Hulk es inmortal, pero también lo es su historia. Lo es este experimento de horror y cómic superheroico. Lo es esta auténtica disección de lo monstruoso.

Panini, ya lo editó en su momento en grapa y el su formato Marvel Premiere. Y ahora, no se queda atrás. Este Marvel Deluxe cumple con creces: buena traducción por parte de Gonzalo Quesada, una introducción escrita por Xavi Sanz Serrano explicando las intersecciones entre Al Ewing y Donny Cates o todas las portadas realizadas por Alex Ross y las alternativas dibujadas por Michael Cho, Rob Lielfeld con Bryan Valenza, Declan Shalvey, Peach Momoko o Joe Jusko entre otros. Son 304 páginas que no solamente engrandecen la mitología del gigante esmeralda pero que no cierran ninguna puerta a nuevas historias. Así que sí, este final no es para todos, ni siquiera es perfecto. Pero es grande, valiente, sucio, doloroso y profundamente humano. Como «Hulk«. Como el trauma. Como la rabia que no se apaga con el tiempo. Y como los buenos cómics, nunca desaparece del todo. Solo espera, acechando en la estantería a que vuelvas para abrir sus deliciosas páginas.

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