
Hay que decirlo alto y claro, con trazo grueso y tipografía rotulada a mano sobre una viñeta: «Lo Mejor de Simon y Kirby» es un tesoro. Uno de esos volúmenes que compras pensando que te vas a encontrar con un fósil arqueológico, un tebeo mirar con condescendencia, y de repente… ¡BAM!. Te revienta en la cara con una fuerza visual y una trama tan cruda, tan honesta, tan fresca (sí, fresca) que te preguntas por qué demonios habías tardado tanto en acercarte. Lo que parecía un documento histórico es, en realidad, un misil tebeístico con cabezales de nostalgia, talento bruto y la arrogancia justa de dos maestros que sabían lo que hacían.
Joe Simon y Jack Kirby, sí. Las grandes estrellas del cómic americano. Los creadores de mitologías modernas, domadores de géneros, cirujanos de la emoción directa y aquí va la palabra que no se debe usar a la ligera, visionarios del medio. Y aunque ya tenían el culo pelado de hacer tebeos cuando fundaron Mainline en 1954, lo que compusieron en esta breve pero intensa aventura editorial es puro arte pulp, sin filtrar, sin edulcorar, y con el Kirby en plena forma antes de que sus máximas creaciones hicieran aparición, antes de que se convirtiera en el dios cósmico de las viñetas. Este tomo que nos trae Diábolo Ediciones, con traducción de Alberto Ávila Salazar, tiene algo de cofre del tesoro. Pero no uno cualquiera. Es un cofre enterrado en una comisaría, una trinchera, un salón del Oeste y una peluquería de los años 50 con música de fondo. Aquí dentro hay plomo del bueno, papel amarillo que huele a historia y explosiones de tinta que harían saltar por los aires a más de un lector moderno acostumbrado al cómic de lectura rápida. Porque aquí no hay poses. Aquí hay pasión. ¡Y páginas a raudales!

Abrimos con Bullseye: Western Scout, que ya desde el título te da ganas de poner voz de locutor de radio y decir “¡EL OESTE NUNCA FUE TAN SALVAJE!”. Kirby se desmelena, lanza caballos por los aires, dibuja sombreros volando a ritmo de balazo y te mete en tiroteos tan enérgicos que te parece estar jugando a la consola, pero en 1954. Es verdad que la representación de los nativos americanos va con el filtro social de la época, pero no olvidemos que esto es una reliquia de otra era. Aun así, entre las historias de venganza, cazadores de recompensa, y justicia fronteriza, el ritmo en las páginas se mantiene firme, el lápiz de Kirby ruge como un Colt y los guiones saben a whisky rancio con pólvora.
Pasamos de los caballos a los cascos de acero. Foxhole es posiblemente la joya oscura de esta recopilación. Aquí no hay gloria. Aquí hay muertos, miedo, barro y trauma. Y lo más impactante es que Simon y Kirby se atreven a contarlo desde dentro, como si cada página estuviera escrita con sangre y recuerdo. Porque ellos vivieron la Segunda Guerra Mundial, y eso se nota. Las historias no intentan epatar con heroísmos absurdos. No. Aquí hay soldados cobardes, sacrificios sin sentido, decisiones erróneas y tumbas anónimas. Kirby, entintado con líneas más sombrías y rostros llenos de angustia, demuestra que el cómic también puede ser antibélico sin perder fuerza. De hecho, lo consigue a través de la crudeza. Hay una historia en la que un francotirador espera durante horas, oculto, y en el momento de disparar… bueno, no lo cuento. Pero lo recordarás. Porque Foxhole te agarra con la garra del realismo sucio y no te suelta hasta que has leído hasta el último bocadillo.

De la guerra pasamos al amor, ¿quién lo diría? El dúo más dinámico del cómic se mete a editar historias románticas, y no solo eso: ¡haciéndolo bien! In Love es una oda al melodrama con aroma de laca y faldas de tubo. Aquí los conflictos no van de balas sino de promesas rotas, triángulos amorosos y corazones traicionados por celos, orgullo y besos robados. Pero no te confundas: esto no es un culebrón ñoño. Aquí hay tensión, personajes atormentados y un Kirby tan fino como demoledor, junto con el dibujo en algunas páginas de Simon. Ambos muestran su talento para los gestos, las miradas, las lágrimas contenidas y los abrazos que parecen esculpidos en mármol. Lo mejor de todo es que Simon y Kirby no ridiculizan el género. Al contrario, lo entienden, lo respetan, y lo explotan con oficio.
Y para cerrar el festín, Police Trap. Que por el nombre parece que sea de una banda de punk. Y de algún modo, las historias lo son. Porque estas páginas son sucias, ruidosas, de ritmo frenético. Las viñetas huelen a gasolina y desconfianza. Aquí los policías no son héroes de uniforme impoluto, sino tipos duros enfrentados a una ciudad hostil, con casos que los superan y callejones que siempre escupen problemas. Recuerda en algunas ocasiones a la película El golpe, esa obra de los actores Robert Redford y Paul Newman. La estética es más ruda, menos estilizada. Kirby dibuja con furia, con angulación extrema, con rostros que parecen esculpidos a martillazos. Y Simon, con esos textos de apertura que te sitúan en la escena como si fuera una novela negra de quiosco algo que hace mucho que no se ve en los tebeos. Pues además del festín gráfico, este tomo incluye arte restaurado con mimo por Christopher Fama , portadas explosivas, y una pizca de Mort Meskin, ese artesano de las tintas que sabía realzar el trazo de Kirby sin anular su brutalidad

Al cerrar el tomo, pasa algo raro. No hay estruendo. No hay música triunfal. Solo un silencio espeso, como el que queda tras un duelo al sol o después de una confesión de amor a medianoche. Y tú ahí, con el libro aún caliente entre las manos, con la sensación de haber viajado por cuatro vidas distintas: la del vaquero que dispara más rápido que la moral, la del soldado que se parte en dos por dentro, la del poli que sospecha hasta de su reflejo y la del amante que llora con labios de carmín. Porque lo que has leído no son viñetas. Son telegramas desde 1954 enviados por Simon y Kirby, con tinta en vez de sangre, con papel en vez de metralla. Cada historia es un pequeño universo precario, dibujado a toda prisa como quien lanza bengalas en plena tormenta editorial. Y ahora ese fuego viejo te ha alcanzado. Por eso, Lo Mejor de Simon y Kirby no es para admirarlo en la estantería es para leerlo. Para disfrutarlo, para saborearlo, para sentir cada página como si la estuvieran dibujando delante de ti. Porque cuando el noveno arte arde con esta intensidad, solo queda una opción: dejarse quemar con gusto.
