
Cuando Jeff Smith terminó Bone allá por el cambio de siglo, muchos pensamos que la historia de los primos había concluido con una perfección redonda. Aquella mezcla entre la inocencia de Disney, la épica de Tolkien y la sátira de la América profunda había alcanzado una madurez notable, un cierre casi perfecto, y una evolución gráfica digna de exposición. Pero como ocurre con los grandes personajes, los Bone no se marcharon del todo. Estaban al acecho. En la memoria colectiva de una generación que creció entre mostrorratas, dragones sabios y pueblos con panaderos gritones. Y ahora, años después, resurgen. No en una saga canónica ni en una secuela pretenciosa, sino en su forma más natural: cuentos. Los Scouts de Bone (Bone: More Tall Tales) es eso: una fogata donde Smiley Bone, Fone Bone y Bartleby cuentan historias a un grupo de jóvenes scouts de Boneville. Y lo hacen no solos, sino acompañados por un elenco de creadores de lujo: Jeff Smith, Tom Sniegoski, Katie Cook, Matt Smith, Stan Sakai, Scott Brown, Tom Gaadt y Steve Hamaker . Cada uno aporta algo distinto, pero todos se rinden ante una misma causa: honrar el espíritu Bone, expandiéndolo sin traicionarlo.
El alma del libro es compartida principalmente entre Jeff Smith y Tom Sniegoski. Pero lo interesante no es tanto “quién escribió qué”, sino cómo cada historia respira con una identidad propia, sin dejar de sonar como parte del mismo campamento. Jeff Smith, como creador original, pone su firma en las piezas clave. Su guion para “Coda”, por ejemplo, funciona como una perfecta introducción: una historia breve, aventurera, con los primos Bone atravesando el Gran Desierto y enfrentándose a un buitre descomunal. Aquí Smith hace gala de su oficio: economiza diálogo, deja que la acción fluya, y su ritmo es impecable. Tiene ese tempo de la animación clásica, donde cada viñeta es como un fotograma animado. El humor surge de la situación, los personajes se definen con tres gestos, y el tono está equilibrado entre la aventura épica y la torpeza cómica. Nadie escribe a Smiley Bone como Smith. Esa mezcla de inocencia y sabiduría absurda es un logro de orfebre del gag.

Pero el verdadero titán del volumen es Tom Sniegoski, el aliado de Smith en los spin-offs y en la expansión del universo Bone. Sniegoski tiene algo difícil de encontrar: entiende perfectamente qué hace funcionar a estos personajes sin necesidad de imitar. Sus guiones no son parodias ni calcos. Son homenajes vivos. En Los Scouts de Bone, él se encarga de dar voz a la mayoría de las historias y logra una polifonía admirable: en un cuento tenemos slapstick puro; en otro, una fábula lunar con aroma pulp; en otro, una historia de monstruos domésticos que parodia el miedo colectivo.
Por ejemplo, en Riblet, Sniegoski se luce con una historia protagonizada por un pequeño jabalí de actitud inconmovible que se enfrenta a dos mostrorratas. El texto es ágil, lleno de diálogos delirantes y tiene una estructura impecable: presentación, amenaza, desarrollo absurdo, clímax disparatado y remate contundente. Sniegoski maneja el humor físico y verbal con destreza, y además logra que sus cuentos parezcan orales, como si Smiley los estuviera improvisando con la linterna bajo la cara. En ¡El Crocogátor! (El Croc-o-Gator), Sniegoski demuestra su versatilidad: aquí hay humor infantil con monstruos inventados, leyendas inventadas para espantar ladrones de fruta, y un crescendo cómico basado en el malentendido. En vez de repetir fórmulas, el guionista se arriesga a diversificar los tonos: algunos cuentos parecen sketches de Looney Tunes, otros se acercan a lo mitológico, y otros simplemente celebran la ridiculez cotidiana. Por último, en ¡El Mamarracho lunar de primavera! (“The Moon Goon in June”), Sniegoski se va al espacio sin despeinarse. La historia, una especie de cruce entre Bone y Las aventuras del barón Munchausen. Con Big Johnson Bone en plan astronauta loco y unas situaciones de lo más absurdas según pasamos las páginas. El guionista abraza el disparate como un niño abraza a un perro gigante: con confianza absoluta.

Una de las maravillas de este volumen es su diversidad visual. Cada historia está ilustrada por un artista distinto, y lejos de romper la cohesión, esto enriquece la experiencia. Porque, aunque los estilos varían, todos orbitan en torno al mismo espíritu. Jeff Smith, como es natural, pone la base. Con personajes bien plantados, fondos cuidados, composición rítmica y esa forma suya de usar la línea negra como si fuera música de cámara. Cada gesto de Fone Bone es legible desde la otra punta del planeta. Su arte es el estándar de oro, y aquí demuestra por qué sigue siendo insuperable en su propio mundo.
Luego llega Stan Sakai (el maestro detrás de Usagi Yojimbo) con una historia dinámica y detallada, donde sus mostrorratas son tan grotescas como graciosas, y el pequeño jabalí con una personalidad gráfica arrolladora. Katie Cook aporta una estética más infantil y adorable, con trazos suaves y colores pastel que encajan perfecto con el tono juguetón del cuento que ilustra. Su “Crocogátor” es tan simpático como ridículo, en el mejor sentido. Finalmente, Matt Smith y Scott Brown llevan la acción con un estilo más oscuro y exagerado. Aunque con ese tono de cuento de hoguera que tan bien casa con el relato.

Este tebeo editado en España por Astiberri es ideal tanto para lectores jóvenes como para veteranos del valle desconocido. La traducción corre a cargo de Rubén Lardín y Gonzalo Quesada, quienes definen con soltura el humor y ritmo de la versión original. Y por eso, esta antología logra sostener la identidad de la historia sin muchos alardes. Y eso se debe al respeto que cada autor muestra por el material original, pero también a la libertad creativa que se han permitido. En vez de copiar a Jeff Smith, lo celebran. En vez de extender la mitología, juegan con ella. Este no es un libro solemne. Es un libro alegre. Es un homenaje en zapatillas. Una reverencia con nariz de payaso. Por eso, Los Scouts de Bone son un recordatorio de por qué amamos los cómics: porque nos cuentan historias que no podrían existir en otro medio. Porque nos hacen reír, imaginar, y a veces, solo a veces, soñar con irnos de campamento con una mostrorrata buena y tres primos locos que nos hacen disfrutar a cada paso.
