Los 4 Fantásticos: Todo queda en familia. Entre rayos cósmicos y rocas

Imagínate que estás en los años 80. No esos 80 ideales de las películas con sintetizadores, hombreras y bicicletas voladoras. No. Piensa en los otros 80: los que huelen a moqueta húmeda, tele de tubo y drama de sobremesa. Ahora imagina que dentro de ese salón alfombrado hay una familia de superhéroes a la que se le ha descompuesto el núcleo familiar como si fueran una licuadora sin tapa. Eso, en esencia, son Los 4 Fantásticos: Todo queda en familia, una de las etapas más delirantemente humanas y humanamente delirantes que ha tenido el cuarteto desde que Jack Kirby dejó los lápices.

Pero empecemos por el principio: John Byrne había abandonado la colección después de una etapa gloriosa que redefinió a la Primera Familia Marvel con músculo gráfico, rigor argumental y ese aire de «esto es lo que haría alguien que tiene devoción por los tebeos creados por el rey Kirby y Stan Lee«. ¿Y qué hace Marvel cuando se queda huérfana de una figura titánica? Llama a otro titán. Steve Englehart. Guionista veterano. Hombre de recursos. Camaleón narrativo. Loco lúcido. Y, sobre todo, valiente. Porque hay que tenerlos bien puestos para decir: “¿Sabéis qué? Reed y Sue se van a criar a Franklin. La Cosa se queda como líder. Y, por cierto, vamos a poner en el equipo a Crystal y a una nueva Ms. Marvel que se convierte en… otra Cosa”. Ah, y también tiene la genialidad o la locura de usar más rayos cósmicos para modificar de manera picuda al querido Ben Grimm. Y así empieza este tramo raro, encantador y melodramático de los 4F. No es una etapa perfecta. Ni siquiera buena en el sentido académico del término. Pero, como diría cualquiera después de una fiesta con antiguos alumnos del colegio: “al menos fue entretenido”.

Por eso, Englehart apuesta por convertir la serie en un laboratorio: la relación entre Johnny Storm y Crystal se reactiva con la misma toxicidad de una balada ochentera, mientras que Alicia Masters(en este caso la señora Storm) genera una tensión doméstica latente. Todo está en crisis en esta etapa: los lazos familiares, las parejas, la identidad. El guionista parece empeñado en desestructurar cada elemento clásico de los 4 Fantásticos para ver qué surge del caos. No siempre le sale bien. De hecho, muchas veces el tono de los diálogos resulta demasiado melodramático, las resoluciones se sienten forzadas, y el ritmo se ve interrumpido por constantes crossovers, apariciones invitadas y tramas paralelas. Así como la aparición de personajes como Diablo, Fasaud(personaje de lo más peculiar), Hulk, Belasco o la incursión de todo el clan inhumano. Además de usar al Doctor Muerte en mucha parte de la trama dando ese empaque tan maravilloso que genera este personaje en las sagas de la primera familia de la Casa de las Ideas.

Pero Englehart no está solo en este experimento. Al frente del dibujo, la etapa comienza con John Buscema, un gigante del medio que, incluso en su fase tardía, logra dotar de grandeza clásica a los personajes. Sus composiciones respiran solidez y un sentido del diseño que recuerda a las mejores historias de esta gran familia. Cuando Buscema se va, entran otros artistas como Keith Pollard, Paul Neary, Sal Buscema o Kieron Dwyer, y ahí la serie pierde ligeramente la calidad. Es importante destacar que el entintado de Romeo Tanghal o Joe Sinnott consigue mantener cierto hilo conductor visual. Sinnott, en particular, actúa como puente entre el pasado glorioso y el presente convulso, aportando limpieza, volumen y esa textura reconocible que uno espera al abrir un número de los 4F.

La joya escondida del tomo es el número The Incredible Hulk #350, escrito por Peter David y dibujada por Jeff Purves. Allí se produce un enfrentamiento brutal entre Hulk. En su encarnación gris, más brutal y la Cosa. Es un número tenso, violento y maravillosamente construido, que da mil vueltas a muchas de las peleas sin alma del tomo principal. David entiende a la perfección los conflictos internos de sus personajes y convierte el combate en un choque de filosofías tanto como de puños. Los Annuals por su parte, funcionan como complementos dispares. Uno juega con viajes temporales y el otro con dimensiones paralelas, pero ambos reflejan esa sensación general de la etapa: ideas potentes ejecutadas con desigual acierto. Englehart es ambicioso, quiere renovar, conmover, sacudir. A veces lo logra. A veces no. Pero nunca deja de intentar cosas.

Hablando de la edición, Panini publica este tomo con un total de 544 páginas. Donde se incluye los números Fantastic Four #304 al #320, Annual #20 y #21 y The Incredible Hulk #350 con traducción de Rafael Marín, Santiago García, Raúl Sastre y Gonzalo Quesada es una cápsula del tiempo. Y como toda cápsula del tiempo, contiene maravillas y rarezas. Es un cómic donde el pasado pesa, donde el presente se tambalea, y donde el futuro se adivina incierto. Pero también es un homenaje a lo que significa la palabra familia en el universo Marvel: estar juntos incluso cuando todo se va al carajo. Ser fantásticos incluso cuando no lo parecen. ¿Y qué queda cuando cierras la última página del tomo? Queda un sabor extraño. Una mezcla de simpatía, frustración y reconocimiento. Englehart no hizo una gran etapa. Pero sí hizo una etapa. Con identidad. Con riesgo. Con personalidad. Apostó por personajes secundarios, apostó por las emociones, por las heridas no curadas, por la transformación física y emocional. A veces se le fue la mano con el melodrama. A veces pareció que estaba escribiendo para otra serie. Pero nadie puede negar que intentó reinventar a los 4 Fantásticos, con mayor o menor acierto. Por eso es una saga que se tiene que tener en cuenta en la larga historia de esta familia.

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