Jorge Semprún: El Hombre que arriesgó. La lucha antifascista

En una época como la nuestra, donde el lenguaje político se ha vaciado de contenido y las palabras como “resistencia”, “revolución” o “exilio” suenan a fósiles de otro siglo. El cómic Jorge Semprún. El hombre que arriesgó, publicado por Desfiladero Ediciones, no es solo la biografía ilustrada de una persona comprometida. Es una declaración política en toda regla. Un tebeo que atraviesa el corazón de Europa, y del siglo XX, como lo haría una bala que no busca matar sino despertar. Aquí, la resistencia no es un fondo, sino un verbo en presente. Y Semprún no es un personaje del pasado, sino un testigo que exige ser escuchado hoy. Pepe Gálvez y Ernesto Priego han parido una obra que no solo narra las vivencias del joven comunista español Jorge Semprún, sino que las inscribe con fuerza en los dilemas políticos de nuestro presente. Porque este libro no es memoria: es una advertencia.

La decisión de contar la vida de Semprún en viñetas es, en sí misma, una postura política. Convertir la memoria de la lucha antifascista en arte secuencial, hacerlo accesible, pedagógico y, sobre todo resistir contra el olvido. Así como al blanqueamiento histórico y la banalización del mal. Este cómic no es amable. No lo pretende. Su estructura, con una trama clara pero cargada de tensión, busca que el lector no se sienta cómodo, sino involucrado. Semprún, miembro activo de la Resistencia francesa, superviviente de Buchenwald, militante comunista, exiliado, guionista, ministro del PSOE postfranquista es muchas cosas, pero, sobre todo, fue una figura incómoda. Y eso es lo que este cómic respeta: su ambigüedad, su evolución, sus contradicciones. Aquí no se celebra un héroe perfecto. Se desentraña a un hombre que optó por arriesgar, por actuar, por pensar, incluso cuando eso significaba enfrentarse a sus propios aliados o traicionar dogmas.

Es fundamental entender que este cómic no habla solo de nazis, sino también de comunistas, de delatores, de camaradas ambiguos, de un Partido que persigue a los suyos, de exilios forzados, de torturas silenciosas, de la complicidad del silencio europeo con la dictadura franquista. Porque Semprún no sobrevivió solo a los nazis: sobrevivió a las fisuras de la izquierda, a la brutalidad del estalinismo, a la decepción del poder. Y ese matiz es lo que hace de esta obra algo más que un “cómic histórico”. Al retratar el paso de Semprún por Buchenwald, no se nos presenta solo el horror nazi, sino la complejidad de las jerarquías internas del campo, donde incluso la solidaridad comunista se ve contaminada por la necesidad de supervivencia. El comunismo no es romántico: es estratégico, contradictorio, humano. El propio Semprún fue elegido para vivir y otros no. La culpa, la memoria y la política se mezclan en un terreno donde la ideología no redime, sino que complica.

Por eso, el guion de Pepe Gálvez no es una adaptación superficial, sino un trabajo de orfebrería política y estructural que traduce las ideas de Felipe Nieto en forma de conflicto, imagen y un buen texto. La aventura comunista de Jorge Semprún no solo aporta los datos: marca el ritmo, el enfoque y el tono ideológico del relato. Nieto analiza en su libro el recorrido vital e ideológico de Semprún, su papel en la clandestinidad, su marginalización, su expulsión, su incomodidad con la ortodoxia del partido… Gálvez toma todo eso y lo transforma en escenas, diálogos, silencios y contradicciones vividas. Lo que en el ensayo de Nieto es reflexión política, en el cómic se convierte en dramatización lúcida. Gálvez no suaviza ni embellece, pero tampoco cae en la caricatura. Plasma con precisión el paso del entusiasmo militante a la sospecha política, del compromiso férreo a la crisis de conciencia provocada por la rigidez estalinista, especialmente durante los años del exilio y la clandestinidad antifranquista. El guion de Gálvez hace justicia a la complejidad de ese momento histórico. La represión franquista no es el único villano. El estalinismo, su dogmatismo y sus castigos invisibles (pero devastadores) son igualmente cuestionados. Y ahí está el corazón político del cómic: en mostrar que la izquierda también ha de rendir cuentas con su historia.

En el aspecto gráfico, el blanco y negro elegido por Ernesto Priego no es solo un recurso estético: es una decisión de combate. La monocromía aquí evoca la urgencia del documental, pero también el claroscuro moral de los tiempos retratados. No hay glorificación gráfica. Hay crudeza, gesto, tensión. Las sombras hablan tanto como los diálogos. Y eso es vital: porque en este cómic, lo que no se dice también duele. Priego no embellece la historia. La presenta con el trazo seco del cronista que respeta el dolor, pero que no se detiene en el morbo. Las viñetas de Buchenwald, por ejemplo, no buscan impresionar sino posicionar: obligan al lector a preguntarse por el presente de los campos, de los migrantes, de las nuevas formas de exterminio social. Y consigue que con su trazo te acuerdes de toda la gente que sufrió y murió en los campos de concentración.

Este libro aparece en un momento en que los discursos autoritarios vuelven a encontrar micrófonos, en que la memoria democrática se desprecia como si fuera un estorbo, y en que se intenta blanquear el pasado para legitimar nuevas formas de opresión. Frente a eso, «Jorge Semprún: El hombre que arriesgó» no ofrece respuestas simples, pero sí una certeza: solo la memoria crítica puede evitar la repetición de la barbarie. Por eso, no es un cómic cómodo. Y eso es lo que lo hace necesario. Porque en cada página nos recuerda que la libertad no se hereda: se conquista. Que el relato no es solo un espejo, sino un arma. Y que la historia no se honra repitiéndola, sino interrogándola. Como hizo Semprún. Como hacen Gálvez, Priego y Nieto. Como debemos seguir haciendo nosotros.

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