What If..? Aliens. ¿Y si Carter Burke hubiera sobrevivido?

Durante décadas, los aficionados de Alíen se han regodeado en una verdad reconfortante: Carter Burke murió como el gusano traicionero que era, babeado y destrozado por un xenomorfo, sin gloria ni redención. Una muerte silenciosa pero profundamente satisfactoria. Era nuestro pequeño triunfo. Burke no necesitaba justicia poética; con morir nos bastaba. Y sin embargo, Marvel y un equipo entre los que están Leon Reiser, Adam F. Goldberg, Hans Rodionoff y Brian Volk-Weiss junto a Paul Reiser (sí, el actor original) han decidido abrir esa herida con una premisa demente y deliciosamente provocadora: ¿Y si el tipo más odiado del universo Alien se hubiese salvado? Lo que podría haber sido un sacrilegio innecesario se convierte, sorprendentemente, en una de las propuestas más originales, irreverentes y frescas que ha dado la franquicia en años. Esta historia llamada What If..? Aliens, no es otro relato de bichos babeantes en túneles oscuros. Es algo más peligroso: una comedia negra existencial protagonizada por un capullo con traje de oficina.

El punto de partida es brillante por lo atrevido que resulta. En el primer número, revivimos los últimos momentos de Aliens, cuando Burke se ve acorralado por un xenomorfo. En lugar de morir como dicta el canon, el cómic opta por el clásico recurso de “salvado en el último minuto”. Porque nunca vimos realmente su cadáver, ¿verdad? Lo siguiente que sabemos es que el tipo ha sido capturado, inmovilizado en una pared de resina y dejado frente a un huevo de esta especie tan divertida. Pero una explosión lo salva. El hijo de su madre escapa. Lo que sigue es una huida cutre y silenciosa entre bambalinas, donde Burke se convierte en el maestro del sigilo mediocre: se esconde en la nave espacial sin que nadie lo vea, manda señales a Weyland-Yutani a escondidas y, de paso, es indirectamente responsable del incendio que abre “Alien 3”. Así que sí: el muy bastardo no solo sobrevivió, sino que también causó más caos tras bastidores que nunca antes.

Pasamos rápidamente a tres décadas después. La galaxia ha seguido adelante. Los marines han muerto. Ripley también. Y Burke… vive. Aislado en un asteroide perdido, trabaja como supervisor de una explotación minera apartado de la mano de dios, y su existencia es tan gris y miserable como uno puede imaginarse. Weyland-Yutani lo ha “perdonado” lo justo para usarlo como peón, pero en realidad lo detesta tanto como el lector. Sus compañeros le desprecian, su androide sirviente le odia, su hija adolescente lo considera basura humana, y se siente asco cada vez que abre la boca. Y sin embargo… funciona. Porque en esta distopía polvorienta y anodina, Burke es una estrella cómica. No porque lo intente, sino porque es el jefe inepto por excelencia: egocéntrico, autoengañado, convencido de que puede recuperar su prestigio, patéticamente humano. Y ese contraste entre horror cósmico y ridiculez burocrática es lo que convierte a esta historia en canela en rama.

El conflicto central de la miniserie, más allá del regreso de los xenomorfos, es el intento desesperado de Burke por conectar con su hija, una persona fuerte y deslenguada que trabaja en la misma luna minera. Ella lo desprecia abiertamente, no solo por ser un incompetente, sino por haber participado en un genocidio corporativo encubierto. Pero Burke, en su infinita capacidad de autoengaño, sigue creyendo que puede recuperar su imagen familiar y profesional si consigue una muestra de ADN xenomorfo para Weyland-Yutani. Por supuesto, todo esto acaba descontrolándose. Burke no ha cambiado. O al menos no tanto como finge. Su necesidad de redención es solo otra forma de egolatría, y los autores juegan magistralmente con la ambigüedad de sus motivaciones. ¿Está buscando el perdón de su hija o simplemente quiere volver a escalar dentro de la empresa? ¿Tiene remordimientos o solo miedo de morir solo y despreciado? La historia se mantiene en esta línea de tensión durante los cinco números, haciendo que, contra todo pronóstico, el lector acabe empatizando de forma retorcida con Burke, incluso cuando su presencia condena a todo el que le rodea. Eso sí, uno nunca olvida quién es realmente. Y eso es parte del truco.

En el aspecto gráfico, el dibujo corre a cargo de Guiu Vilanova. Un artista sobrio, funcional, sin grandes alardes. Cumple con lo esencial: retratar a Burke con suficiente fidelidad facial como para que oigas la voz de Paul Reiser mientras lees, y mantener un diseño coherente entre los entornos industriales y los pasillos oscuros infestados de criaturas. Las escenas de acción, sin embargo, se sienten un poco limitadas. Hay tiroteos, explosiones, y sí, xenomorfos, pero no hay esa espectacularidad sangrienta de los cómics clásicos de Aliens. Aquí, la acción es secundaria frente al desarrollo de personajes y el humor. Y eso, aunque decepcionante para algunos, está perfectamente alineado con la intención del guion.

En cuanto a la edición, Panini, con traducción de Raúl Sastre, no solo recopila los cinco números de esta corrosiva y marciana miniserie, sino que lo hace con mimo y contundencia. Y como guinda del pastel incluye una galería de portadas alternativas realizadas por Peach Momoko, Skan, Skottie Young, Lucio Parrillo, David López, Salvador Larroca y Mahmud Asrar entre otros. Además de las portadas principales realizadas por Phil Noto. Al final, la genialidad de What If..? Aliens es no encajar en el molde, sino derretirlo con ácido. Es una sátira cruel, una fantasía grotesca y, a la vez, un espejo sucio donde se refleja nuestra simpatía por los cobardes, los aprovechados y los que siempre huyen cuando las cosas se ponen feas. No redime a Burke, pero lo convierte en algo mucho más interesante: un símbolo tragicómico de todo lo que odiamos… y de lo que, a veces, somos.

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