Super Agente 327: 1969-1976. Espía como puedas

Imagina que el agente secreto encargado de salvar el mundo no es musculoso, ni guapo, ni especialmente eficiente. No tiene un Aston Martin ni gadgets mortales ocultos en el reloj. Tiene, eso sí, un repeinado muy bueno y un estilo de los más peculiar de cara a sus misiones secretas. Él es Hendrik IJzerbroot(conocido en España por Enrique Panférreo), alias Super agente 327. Un funcionario público con licencia para fracasar con estilo y una capacidad sobrehumana para meterse en líos internacionales sin saber muy bien cómo ni por qué. Que no intenta ser especial. Es un héroe por accidente, un patán con suerte, un antihéroe con la persistencia de un burócrata holandés haciendo fila para un trámite… durante una invasión alienígena.

El holandés Martin Lodewijk firmó un puñado de historietas que reconfiguraron parte del cómic de humor europeo, introduciendo una voz paródica, autorreferencial, llena de detalles delirantes y una capacidad de narración que hace parecer fácil lo endiabladamente complejo. Este volumen, publicado por Dolmen Editorial en tapa dura, reúne algunas de sus aventuras más destacadas, entre ellas «El foso de los leones», «Doble cambiazo«, «El círculo de los brujos«, «Intriga en el trópico» y varias historietas cortas ambientadas en acontecimientos deportivos. Este tomo de 144 páginas a todo color es una mina de oro, un libro secreto para lectores de lo absurdo. Y sí, lo sabemos: hay mucha morralla nostálgica rondando por ahí, pero esto mantiene un nivel de frescura que aún hoy, medio siglo después, sigue golpeando con la fuerza. Porque Lodewijk, más que escribir aventuras, compone coreografías gráficas donde cada viñeta es un gag visual, un dardo irónico o una referencia camuflada. Y no hablamos de referencias de brocha gorda tipo “mira, esto es como James Bond pero con peluca y calzoncillos rosas”, sino de una fusión muy afinada entre intriga, ritmo y sátira. En otras palabras: este cómic se ríe de los clichés del espionaje pero no se burla del lector. Y eso, es una línea muy fina que pocos saben cruzar sin caer al abismo.

El plato fuerte del volumen es “El foso de los leones”. Una aventura de 44 páginas que es como meter Desde Rusia con amor, Indiana Jones y un gag de José Mota en una batidora sin tapa. La trama arranca con el Superagente 327 metido hasta las cejas en una conspiración internacional en la que se mezclan nazis, grandes felinos y espías a discreción que harían reír hasta la extenuación al mismísimo Henry Jones Junior. Y lo mejor es que, pese a todo, sigue adelante. El señor Panférreo no es un superhombre, ni un galán, ni siquiera un gran tirador: es más bien un oficinista con pistola y gabardina, un antihéroe adorable que soluciona los problemas con ironía, con lógica burocrática o con un botón mal apretado. Pero lo hace. Y triunfa. De ahí la magia.

Pero el cómic no se detiene ahí. Tras esta historia larga y sabrosa, llegan las pequeñas joyas que Lodewijk escribió en paralelo a eventos deportivos. Y aquí es donde el genio del autor brilla de verdad: ¿quién necesita Juegos Olímpicos cuando puedes ver a 327 impedir que un atleta encienda la llama olímpica? Estas historias breves, pensadas como gags comprimidos, son pura dinamita humorística. Tienen la velocidad de un sketch de televisión, la gracia de un dibujo animado y la precisión de un reloj atómico. Y todas, absolutamente todas, funcionan. Lo interesante es que, incluso en estas brevedades, Lodewijk se permite jugar con los códigos del género. No es solo que parodie a los espías: también ridiculiza a los entrenadores, a los vuelos en avión, a los periodistas deportivos y hasta al mismo lector. Aquí nadie se salva. Pero todo se hace con una sonrisa. Este no es un cómic que destruya: es uno que desmonta, que analiza y reconfigura el género de espías como si fuera un Lego mal ensamblado.

A nivel visual, Lodewijk demuestra ya en estas primeras páginas una obsesión digna de un relojero suizo con esteroides. Cada viñeta es una obra de ingeniería gráfica: fondos llenos de detalles, letreros con chistes escondidos, personajes que se mueven como en una coreografía de ballet torpe. No hay espacio muerto. Si el protagonista entra a un bazar, el lector puede pasarse un buen rato observando qué están haciendo los tenderos del fondo: uno duerme, otro espía, otro vende lámparas mágicas con descuento. Es una fiesta gráfica constante.

Y entonces, llegan los extras, las notas, los bocetos, los secretos del autor… y ahí el lector cae rendido. Porque uno descubre que todo esto no fue casual. Que Lodewijk era un perfeccionista obsesionado con cada mínimo detalle. Que cada historia nació del cruce entre la actualidad política y la pasión por el entretenimiento. Que muchas viñetas escondían bromas internas, referencias ocultas, homenajes velados. Que este agente de gesto serio no solo salvaba el mundo: también lo comentaba. Y con cada misión, nos regalaba una sátira distinta de nuestro absurdo cotidiano. Como detalle respecto a la edición Dolmen respeta su origen holandés, aunque se conservan otras adaptaciones (como su nombre, por ejemplo) que se hicieron cuando estos tebeos se publicaban en España dentro de la revista «Fuera Borda«, de la editorial Sarpe, entre 1984 y 1985. Nombre mítico, por otra parte, que la Dolmen ha recuperado acertadamente para la línea que recupera este material, entre otros.

Así que ya lo sabes, si alguna vez creíste que el género de espías era solo para tipos trajeados, con voz grave y gadgets imposibles, Enrique Panférreo viene a reventarte la coartada con una carcajada. Este personaje no necesita licencia para matar, sino permiso para hacer el ridículo con estilo. Y Martin Lodewijk, ese genio del disimulo, te entrega un cómic que no es solo una parodia: es una bomba cómica de precisión holandesa, empaquetada con papel de regalo de los años setenta y una etiqueta que dice “abrir bajo riesgo de risa descontrolada”. Porque en un mundo saturado de espías trágicos, de thrillers opacos y de héroes tan intensos que parecen sufrir estreñimiento, «Super agente 327» es aire fresco con olor a archivador viejo y café de oficina. Es la celebración del espía improbable, del héroe funcionario, del disparo que nunca acierta, pero igual salva el día. Y eso es más necesario hoy que nunca.

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