
Dicen que no hay nada más incómodo que encontrarse con tu yo del pasado. Imagínate tenerlo en casa, durante bastante tiempo. Desayunado contigo. Preguntándote por qué sigues soltero. Llevando tu traje de superhéroe, pero con menos clase. Así estaba el Universo Marvel desde que Brian Michael Bendis, en 2012, decidiera hacer lo que todo autor sueña hacer con su propio canon: reescribir el pasado, pero esta vez literalmente. La idea era buena, potente, casi brillante: ¿y si la Patrulla-X original, la que parecía sacada de una reunión de universitarios con poderes viajara al presente para intentar arreglar un futuro que ellos aún no habían vivido? Jean Grey, Cíclope, Bestia, Ángel y el Hombre de Hielo adolescentes, confrontados con su madurez fallida, su legado distorsionado y una línea temporal tan enmarañada que ni los guionistas sabían por dónde tirar. ¿Qué podría salir mal?
LLegamos así a «Exterminio«, un relato que cierra la vía abierta por Bendis. La historia arranca como una buena amenaza: directa, contundente y con un cadáver sobre la mesa. Un personaje importante muere. Y entonces nos damos cuenta de que este cómic no va a jugar limpio. Ed Brisson, el guionista de la función, entra a escena con la misión de cerrar una trama que lleva años dando tumbos y, para hacerlo, no duda en montar una especie de Cluedo con rayos láser, realidades alternativas y dobles temporales. ¿El asesino fue el Cíclope del futuro? ¿O el Cable joven? ¿O un mutante olvidado que ahora es importante porque necesitamos drama? ¿Fue el guionista? ¿Fue Bendis en el salón con el cubo de las paradojas? Según pasamos las páginas nos vamos enterando…

Ahí es cuando entendemos que Exterminio no quiere sorprendernos tanto como quitarnos un peso de encima. Quiere, como quien reordena su habitación antes de mudarse, dejarlo todo más o menos en su sitio. Aunque para ello tenga que empujar bajo la alfombra varios años de caracterización, crecimiento, evolución emocional y alguna que otra relación. Jean Grey adolescente tenía una historia con el joven Cíclope, que a su vez ya había visto cómo su yo adulto moría como un mártir incomprendido. El Hombre de Hielo joven salía del armario antes que su yo adulto, lo que generaba una extraña tensión identitaria. Bestia coqueteaba con la magia. Ángel tenía alas de fuego. Y ahora… ahora todo eso se guarda en una caja y se etiqueta como “no pasó”.
Brisson opta por un tono serio, casi solemne, como si estuviera firmando el acta de defunción de una idea editorial que se estiró demasiado. La trama avanza como una carrera de relevos entre confusión y exposición, donde los personajes se pasan explicaciones como si fueran bombas de relojería. Hay mucho diálogo redundante. En un número, un personaje explica una situación. En el siguiente, el que escuchó la explicación la repite. Es como si nadie tuviera fe en que el lector haya prestado atención. Y seamos honestos, probablemente no lo haya hecho, porque con tanto ir y venir en el tiempo, tantos Cables (viejo, joven, muerto), y tantos mutantes cruzándose de colección en colección, uno necesita un mapa mental bastante detallado.

Pero hablemos de lo bueno, porque sí, este tomo tiene cosas buenas. Para empezar, Pepe Larraz. Qué maravilla. Qué derroche. Qué portento. Es como si cada viñeta te gritara: “¡Esto es Marvel en su máximo esplendor!” Con un estilo dinámico y una forma de narrar limpia, precisa, Larraz demuestra por qué se convirtió en el elegido para dar forma a la nueva era mutante junto a Jonathan Hickman. Su trabajo aquí es, simplemente, de referencia. Si a eso le sumamos los colores vibrantes y eléctricos de Marte Gracia, el resultado es un cómic que se puede leer sólo por puro goce estético, ignorando incluso el texto. Eso sí, no todo el tomo mantiene ese nivel. En el número cuatro, Larraz se despide y el testigo lo toma Ario Anindito, con entintado de Dexter Vines y color de Erick Arciniega. Aunque el equipo hace lo posible por no romper la coherencia estética, el bajón es notable. Las líneas se vuelven más finas, el trazo más blando, y la contundencia de las escenas de acción pierde parte de su impacto. No es un desastre, pero se nota como cuando cambias de canal sin querer y pasas de la gran serie televisiva a una telenovela de media tarde.
Por muchas cosas que pasan en el cómic, este no se arriesga. No hay vueltas de tuerca reales. No hay revelaciones que cambien el statu quo. Y lo más triste es que los cinco protagonistas aquellos chicos desplazados en el tiempo que nos llevaban acompañando media década terminan su periplo sin apenas reflexionar sobre lo vivido. No hay introspección. No hay despedida. No hay lágrimas ni epifanías. Simplemente regresan a su época como si fueran personajes de una serie cancelada que entienden que es hora de recoger y cerrar el set. Y entonces uno se pregunta: ¿era esto necesario? ¿Por qué tanto esfuerzo editorial, tantos años de desarrollo, para terminar aquí, en una historia que solo sirve para “resetear” el tablero? Porque eso es lo que hace Exterminio: devolverlo todo a la casilla de salida. Jean vuelve al pasado. Cíclope también. Lo vivido, lo sentido, lo perdido… todo se desvanece como una de esas líneas temporales que los propios mutantes tanto temen. Y mientras tanto, nosotros nos quedamos con la sensación de haber asistido a un funeral sin música, sin discurso y sin flores.

Editado en castellano ya en su momento en grapa en sus respectivas series, este arco argumental lo recopila Panini comics en un volumen bajo la flamante etiqueta de Marvel Must-Have, con traducción de Uriel López. Incluye los números Extermination 1-5 y material de X-Men Gold 27, X-Men Blue 27, X-Men Red 5, Astonishing X-Men 13 y Cable 159. Además de portadas alternativas realizadas por Olivier Coipel, Amanda Conner y Paul Mounts, Frank Cho y Jason Keith, Ron Garney y Matt Milla o John Cassaday junto a Laura Martin.
Después de cerrar el tomo, parece como si nos dijeran: “Sabemos que no querías esto, pero si empezaste con Bendis en 2012, al menos termina el viaje, ¿no?” Y claro, uno obedece. Porque somos completistas. Porque nos duele dejar las cosas a medias. Porque, ¿y si el final sí merece la pena? Y la respuesta es… bueno, depende de cuánto te guste el caos estructurado y los adolescentes con crisis existenciales a escala cósmica. «Exterminio» es como una última reunión familiar antes de que todos tomen caminos distintos: incómoda, por momentos entrañable, pero sobre todo necesaria para pasar página. Porque después vendría Hickman con su «Dinastía de X/ Potencias de X«, y eso ya sería otro cantar. Otra sinfonía. Otro multiverso. Pero por ahora, y tras 152 páginas de líneas temporales y muchos adolescentes, lo único que queda por decir es: gracias por los recuerdos.
