Warren: la editorial que revolucionó los cómics. Una época visionaria

Hay cosas que uno descubre demasiado tarde. Como el sabor de un buen plato de comida cuando ya no tienes hambre, o ese viaje soñado que ya no puedes realizar porque la zona está en guerra. Y luego está Warren Publishing. Uno crece leyendo tebeos de superhéroes de colores chillones, con sus máscaras bien planchadas y su moral de catequesis… y de pronto, muchos años después, alguien te pone en las manos un libro llamado Warren. La editorial que revolucionó los cómics, de Eduardo Martínez-Pinna, y sientes lo mismo que cuando descubres una banda de rock que te habría salvado la adolescencia. Pero ya es tarde. El monstruo se fue. Lo enterraron en 1983. Y lo que queda son los huesos, las páginas, y esta crónica bellísima que funciona como obituario con resurrección.

No importa. Warren está muerto, sí. Pero huele bien. Huele a tinta, a cola de imprenta, a papel viejo y a sueños retorcidos. Este libro no lo lee uno: lo habita. Es como colarse de noche en el almacén cerrado de una vieja editorial, con la linterna en mano, y ver cómo las portadas cobran vida. Creepy, Eerie, Vampirella, 1984, Blazing Combat, Rook todas están ahí, esperándote como amantes peligrosas. Y en medio de ellas, el gran titiritero: James Warren. Entonces Eduardo Martínez-Pinna, como un arqueólogo obsesivo que no teme ensuciarse las manos, escarba entre la gloria y el caos de una editorial que fue más un fenómeno cultural que una empresa. Su libro es tan riguroso como emotivo, tan documentado como personal. Uno siente que este autor no solo ha investigado la historia de Warren Publishing: la ha vivido y la ha soñado. Porque hay en cada página una especie de melancolía combativa, como si nos gritara desde cada párrafo: «¡Esto existió! ¡Y fue mejor que lo que tenemos ahora!» Y sí, probablemente lo fue.

Retrocedamos un poco. Los años 50 fueron tiempos oscuros para el cómic norteamericano. El moralismo encarnado en la figura del psiquiatra Fredric Wertham y su infame Seduction of the Innocent, junto al Subcomité del Senado para la Investigación de la Delincuencia Juvenil, casi arrasan con el medio. Las editoriales se vieron obligadas a adoptar la Comics Code Authority, una especie de inquisición disfrazada de autocensura. Adiós a la violencia, adiós a los horrores, adiós al sexo, adiós a la libertad creativa. Las páginas se llenaron de superhéroes flácidos, diálogos insulsos y moralinas infumables. El cómic se volvió un escaparate de ñoñería.

Pero entonces, entre las sombras, surgió él. James Warren, con una mezcla de inconsciencia empresarial y pasión cinéfila, creó «Famous Monsters of Filmland» en 1958. Era una revista que no necesitaba la aprobación del Comics Code. ¿Por qué? Porque era una revista de cine. Ilustrada, sí. Pero sin restricciones. Un oasis de monstruos de celuloide y texto entusiasta que conectó inmediatamente con una generación hambrienta de sustos y fascinada por las criaturas de Universal y Hammer. Y cuando «Creepy» vio la luz en 1964, el horror gráfico regresó por la puerta grande. Publicada en blanco y negro, con formato de revista y no de comic book, Creepy esquivaba la censura como una sombra en la noche. Martínez-Pinna lo explica con detalle casi quirúrgico, pero sin perder la narrativa apasionada. Nos cuenta cómo ese truco formal permitió el regreso de historias cortas de terror al estilo EC Comics, pero con una libertad aún mayor y un enfoque adulto, experimental y provocador. De ahí en adelante, todo es historia.

Uno de los grandes méritos del libro es que no se contenta con hablar de los comics clásicos como simples productos editoriales. Nos introduce en el ecosistema de talentos que orbitaban alrededor de Warren: una auténtica hermandad artística donde coincidieron leyendas como Joe Orlando, Al Williamson, Johnny Craig, Reed Crandall, John Severin, Wallace Wood, Russ Heath, Steve Ditko, Richard Corben, Alex Toth, Neal Adams, Wallace Wood, Tom Sutton y alguno más junto con una legión de españoles cambiaron las reglas del juego. Y Sí, España tuvo un papel protagonista en la historia. Y el libro lo celebra como se merece. Martínez-Pinna dedica páginas memorables al desembarco español, cuando Josep Toutain, jefe de Selecciones Ilustradas, cruzó el Atlántico con una carpeta de originales bajo el brazo y dejó boquiabierto a Jim Warren. Fue el inicio de una invasión silenciosa pero imparable. De golpe, nombres como Pepe González, Esteban Maroto, Luis García, Rafael Aura León, Fernando Fernández, Félix Más, Santiago Martín Salvador, Jaime Brocal Remohí, Ramón Torrents, Luis Bermejo, Leopoldo Sánchez, Vicente Alcázar, Isidre Monés o José Ortiz empezaron a poblar las páginas de Vampirella, Creepy o Eerie con una sensibilidad visual y una técnica que dejaba atrás al mainstream americano.

Publicada por Diábolo Ediciones con sus 320 páginas a todo color y encuadernación en cartoné, esta edición consigue que la lectura sea ágil por el tipo de letra elegido. Contiene decenas de portadas clásicas reproducidas con fidelidad cromática, que permiten apreciar el poder icónico de ilustradores como Frank Frazetta en todo su esplendor. Pero no se detiene ahí: también se incluyen viñetas míticas, algunas rescatadas de los rincones más oscuros del archivo Warren, que nos recuerdan por qué autores como Pepe González o Esteban Maroto marcaron una época. Al final, «Warren. La editorial que revolucionó los cómics» no solo reconstruye con rigor la historia de un imperio del terror en papel; también rescata la memoria de una generación de artistas que hicieron magia con tinta y miedo. Así que, si puedes, Léelo. Disfrútalo. Y si puedes, ponlo cerca de tus cómics. Se lo merece.

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