
Algunos tebeos son como una copa de vino caro: elegantes, sutiles, pensados para leerse en bata de terciopelo y con Mozart de fondo. Winter Queen no es uno de ellos. Esto es un vaso de absenta encendido, servido en una taberna vudú. Aquí no hay mariposas en el estómago, sino demonios en las tripas. Es un grimorio que te escupe en la cara con tinta negra, oro viejo y sangre medieval. Es como si alguien le hubiese arrancado las páginas al Antiguo Testamento, las hubiese mezclado con un manual de demonología del siglo XVII y las hubiera tatuado sobre la espalda de una reina exiliada, al borde del abismo. Fernando Dagnino no hace un cómic cualquiera. Lo que ha hecho aquí es una obra de brujería ilustrada, con estructura de ópera maldita, protagonizada por una mujer que viene del barro de la Historia y cae de bruces en el mundo actual.
El argumento arranca como un trueno, o más bien como un relámpago. Isabel Estuardo, Reina consorte de Bohemia. Humillada, destronada, exiliada. La llamaron la «reina de un invierno«, porque duró lo mismo en el trono que una bolsa de hielo en el infierno. Pero aquí, en esta versión demente y hermosa, Isabel renace como guerrera, como mártir, como monstruo sagrado. Dagnino la lanza desde su siglo hasta el nuestro a través de una tormenta infernal y un portal dimensional abierto por loas vudús y demonios criollos. Cae sobre Nueva Orleans como un meteorito, vestida con una armadura que recuerda a cierta diablesa con espada, con los labios apretados y las manos dispuestas a arrancar gargantas. Desde el minuto uno, Isabel no es víctima, no es testigo: es agente del caos. Una reina caída con una corona oxidada y una espada que huele a ceniza. Su llegada marca el principio del fin. O el comienzo de algo mucho peor. Este cómic no transcurre en Nueva York ni en Londres ni en un reino ficticio de pacotilla. No. Dagnino elige Nueva Orleans, y lo hace con conocimiento, con amor, con obsesión. Esta ciudad huele a muerte vieja y magia fresca, a polvo de cementerio, a saxofón roto. Las calles están habitadas por sombras que susurran, la gente está poseída por demonios sin nombre, y cada rincón parece haber sido maldecido por un sacerdote vudú con mala leche. Aquí, el horror no es solo sobrenatural: es social, histórico, étnico, profundo. Eddie, el co-protagonista, es un estafador de pacotilla, un médium de mentira con los pies metidos en el barro. Pero como todos los buenos mentirosos, sabe más de lo que dice.

La gran virtud de este tebeo es que no tiene miedo de mezclarlo todo. Es como un guiso criollo donde han metido referencias históricas, arte clásico, folclore africano, escatología demoníaca, magia negra, tragedia personal, y lo han cocinado a fuego lento hasta que pueda sr consumido. Porque aquí no hablamos solo de un viaje de redención o una historia de crímenes. Esto es una guerra entre tiempos y dimensiones. Dagnino ha logrado fusionar dos mundos que a priori no deberían encajar: la mitología cristiana medieval, con su infierno jerárquico y sus demonios susurrantes, y el vudú afrocaribeño, con sus loas, posesiones y rituales embriagadores. Y no sólo funciona, sino que lo hace con estilo y coherencia interna.
Y si la historia ya suena como una locura deliciosa, el apartado gráfico es un manicomio de lujo. Dagnino no se limita a dibujar. Él esculpe las páginas con furia, las compone como si fueran frescos de un convento gótico en llamas. Desde la primera página, se impone una atmósfera: densa, ritual, casi ceremonial. El trazo, firme y expresivo, recurre a la línea orgánica, con contornos que a veces parecen desdibujarse en la penumbra de la escena, como si la realidad misma temiera definirse. Dagnino no impone la forma: la sugiere. Lo que genera una inquietud sutil, perfecta para una historia donde lo demoníaco, lo espectral y lo onírico conviven sin pedir permiso. Hay una búsqueda consciente de textura: pieles curtidas, telas pesadas, mármoles corroídos, carne quemada, todo es tangible, todo parece tener volumen, peso, tacto. Nueva Orleans no es solo un escenario: es un personaje. Se siente húmeda, cargada, sucia, antigua. Como si estuviera viva y respirara por las grietas de cada viñeta.

Uno de los logros más sutiles de «Winter Queen» es que usa la historia real como trampolín para la locura, no como cadena. Muchos autores se empecinan en la fidelidad histórica, encorsetando sus relatos en fechas y nombres. Aquí no. Dagnino toma a Isabel Estuardo, le respeta la esencia, y luego la arroja al barro, al infierno y a la calle. Sí, hay referencias reales. Sí, hay guiños a la iconografía protestante, al arte del XVII, al contexto político de la Guerra de los Treinta Años. Pero no es pedantería. Es escenografía para una tragedia sobrenatural. Y lo más curioso es que, si le quitáramos el barniz histórico, la historia seguiría funcionando perfectamente como una fantasía heroica moderna. La protagonista es fuerte, sí, pero no en el sentido cliché de “chica ruda con espada”. Tiene peso dramático, tiene grietas, una identidad desubicada, una rabia ancestral que se nota en cada línea de diálogo. Y su compañero, Eddie, lejos de ser “el alivio cómico” o “el interés amoroso”, es un reflejo quebrado del mundo moderno: un charlatán que sabe más de lo que admite y que prefiere no usar su poder porque el mundo ya no vale la pena.
La edición de Winter Queen por parte de Tengu Ediciones es una verdadera delicia para cualquier amante del cómic europeo. Partiendo de la publicación original de Glénat en el mercado francobelga en 2023, esta versión española, con traducción de Lorenzo F. Diaz, mantiene el formato grande europeo, ideal para lucir el dibujo detallado y las composiciones espectaculares de Fernando Dagnino. Lo más destacable, sin embargo, son los extras incluidos: artículos explicativos, bocetos, storyboards y diseños preliminares que aportan contexto y profundidad, revelando el esfuerzo detrás de la obra.

No voy a mentir: el inicio es denso. La historia tarda en revelarse. Hay momentos en los que uno se siente como si le hubieran soltado en medio de un carnaval demoníaco con los ojos vendados. Pero eso forma parte de su magia. «Winter Queen» no es un cómic que se lea. Es un cómic que se experimenta. Que se traduce a golpes en el ojo y la tripa. Algunos lectores dirán que el ritmo es irregular. Otros que se nota que es un “Libro 1”. Y tienen razón. Pero, francamente, cuando un cómic se atreve a ser tan desmesurado, tan ambicioso, tan gloriosamente feo y bello a la vez, ¿realmente importa?. Por eso, disfrutemos de sus 160 páginas mientras paseamos por las calles de Nueva Orleans.
