
“… este deporte conocido por ser el más “bárbaro” de todos, elogiado y condenado por igual, cargado de vergüenza y reverenciado…”
Tom King no es solo un nombre. Es una leyenda. Una ruina de leyenda, sí, pero una leyenda, al fin y al cabo. Su mandíbula puede que ya no sea de granito, sus brazos quizás tiemblen al alzar un vaso de agua, y su estómago ruge como un motor averiado porque ni la comida ni el dinero llegan como antes. Pero hay algo que nadie le puede quitar: su historia. «Versus«, el cómic de Luis Bustos, es exactamente eso. Una historia. Una historia que huele a sudor, a sangre seca y a carne magullada. Una historia de las que no se cuentan, se sobreviven. Porque Versus es más que una adaptación del cuento “Por un bistec”(«A piece of steak«) de Jack London. Es un puñetazo en el alma con una factura gráfica que haría tambalearse a más de un peso pesado.
El boxeador de esta pequeña gran tragedia en viñetas, no siempre fue viejo. No siempre fue lento. No siempre se sentaba a la mesa con las tripas vacías y la mirada hueca. Hubo un tiempo en que su sola presencia en el ring desataba rugidos, en que sus puños eran piedras volcánicas, en que su cuerpo era un templo griego y su fama un himno en boca de todos. Cualquier alimento estaba siempre en la mesa, caliente y deliciosos, como recompensa por cada victoria. Y las victorias eran muchas. Demasiadas para contarlas.

Pero ahora… ahora Tom King es una sombra. Una sombra pesada, con los pies lentos, la espalda arqueada, los pulmones cansados. A su alrededor el mundo ya no lo reconoce. Y no lo necesita. El ring es otro, el público es otro, pero el hambre es la mismo. Porque este comic es un combate contra el tiempo. Contra la injusticia. Contra el olvido. Contra la juventud insolente, que se atreve a desafiar a los que abrieron el camino a golpe de nudillo. Su oponente, Jesse «La nueva promesa de Ébano» Sandel, representa todo lo que King fue: juventud, fuerza, hambre (pero no del mismo tipo), velocidad, agresividad. Un toro en celo. Un meteorito a punto de estrellarse. La máquina que no piensa, solo embiste. King lo sabe. Lo huele. Lo intuye desde el primer instante en que lo ve. Pero no se rinde. No puede. Porque en esa pelea no se juega un cinturón. Ni un titular. Ni una bolsa jugosa. Se juega la comida de su familia. Y con ese alimento, la posibilidad real de ganar o perder a los que más quiere.
Luis Bustos toma esta historia y la convierte en una sinfonía monocromática con ritmo y brutalidad poética. El dibujo es seco, anguloso, afilado. La trama no pierde el tiempo: te atrapa, te sacude, te escupe en la cara y te hace agradecerlo. No hay florituras. No hay concesiones. Todo lo que hay es sudor, hambre, golpes, más sudor, más hambre, y ese silencio que solo se escucha cuando sabes que vas a perder pero igual lo das todo. Las viñetas son como rounds. Cada página, un asalto. Cada golpe, un momento en que el lector aguanta la respiración. Porque lo que estamos viendo no es solo una pelea. Es un ocaso. Un descenso épico hacia la derrota más digna jamás dibujada. Este tebeo es una elegía con guantes de boxeo. Una ópera donde el protagonista no canta, sino sangra en blanco y negro. Y lo maravilloso, lo dolorosamente bello es que sabemos cómo acaba. Desde el principio. Desde la primera viñeta. Desde la primera arruga en el rostro de King, sabemos que esto no va de ganar. Esto va de resistir. De aguantar. De mantenerse en pie, aunque el mundo entero grite lo contrario.

Publicada originalmente en 2014 por Entrecómics Cómics, Astiberri la acaba de recuperar en una nuev edición décimo aniverasio, en un volumen donde tenemos mucho más material incluido, con bocetos y páginas inéditas. Ver los apuntes de Bustos es como presenciar el gimnasio donde se entrenó esta obra. Ver los trazos iniciales, los gestos primarios de los personajes, los esbozos de las escenas, es casi como asistir al entrenamiento de King antes del combate. Sabemos que no va a ganar, pero eso no nos impide emocionarnos con cada movimiento, cada línea, cada decisión artística que lleva a la historia hasta su clímax inevitable. Porque Versus no tiene final feliz. Tiene final humano. Crudo. Doloroso. Honesto. Y en esa honestidad está su grandeza.
Luis Bustos ha hecho lo que pocos pueden hacer: dibujar el hambre. Dibujar la fatiga. Dibujar la dignidad de un hombre que no tiene nada más que su memoria y sus puños. Y, aun así, sigue adelante. Aunque ya tenga diez años encima, sigue teniendo más pegada que muchos cómics recién salidos del vestuario. Releerlo no es solo un placer: es casi una necesidad. Porque cada nuevo repaso revela un matiz, una mirada, un trazo que antes se pudo escapar. Porque cuando conoces el destino de Tom King, cada página previa se vuelve más trágica, más intensa, más humana. Y porque en este mundo acelerado de historias desechables, tener un cómic que merece más de una lectura es como encontrar un bistec jugoso en un mundo de sopa aguada. Vuelves a él. Vuelves al ring. Porque «Versus» no se acaba en una lectura. Se queda contigo. Como un buen golpe al hígado.
