Daredevil de Brian Michael Bendis volumen 1: Nadie sabe nada

De verdad. Abrí el Omnibus. Lo hojeé. Lo cerré. Me fui a tomar un café. Volví. Lo abrí de nuevo. Me quedé mirándolo como si fuera una vieja herida mal cerrada. Lo empecé. Me volví a detener. ¿Cómo reseñas algo de estas características sin quedarte corto? ¿Cómo se puede poner en palabras unos tebeos que se parecen de todo menos una historia de superhéroes convencional? Porque aquí lo que hay es una meticulosa autopsia de un gran personaje. Eso es este primer volumen de «Daredevil de Brian Michael Bendis«: una lenta, dolorosa, oscura y brutal cirugía del alma de Matt Murdock… y de paso, de toda la ciudad de Nueva York. Es un cómic de superhéroes donde los puñetazos van en segundo plano y los verdaderos golpes los dan las portadas de los periódicos, los cuchicheos en las calles y las declaraciones ante el jurado. Donde el villano principal no es un archivillano con plan maléfico, sino el sistema. Y el sistema, como todos sabemos, no duerme, no sangra y no se detiene.

Bendis no iba a quedarse en Daredevil. En serio. Iba a hacer un pequeño arco, saludar, dejar un par de diálogos ingeniosos y largarse a escribir más cómics sobre otras historias. Por eso, su primer arco, “Despierta”(Wake Up), ni siquiera tiene al hombre sin miedo como protagonista. Sin embargo, algo pasó. Y menos mal que lo hizo. Porque lo que siguió fue la saga “Lugarteniente” (Under Boss) y de ahí para adelante, una cadena de dominós cayendo a cámara lenta. Una serie de pequeñas decisiones, pequeños errores, pequeñas revelaciones que acaban reventando todo lo que Matt Murdock había construido en su vida. Su reputación, su anonimato, su cordura, su paz. Todo se va a la basura, y lo vemos paso a paso, viñeta a viñeta, gota a gota. Como una fiebre que sube sin que te des cuenta hasta que ya estás delirando.

Como decía, en este primer volumen Daredevil aparece poco. Muy poco. Como una sombra, como un recuerdo. Es Matt Murdock quien lleva la batuta, y eso lo cambia todo. Lo interesante es que no lo extrañas. No te hace falta verlo saltando entre edificios o peleando con Bullseye en lo alto de una iglesia. Lo que te intriga es el mundo que lo rodea. El caos, los susurros, los enemigos invisibles. La certeza de que no hay un villano a vencer, sino una estructura que no se puede tumbar con golpes. Porque para Bendis, el mal no tiene cara. No es Kingpin. No es Bullseye. Es la rutina de la corrupción. Es la inercia del sistema, el periódico del día. No es una conspiración gigantesca. No es un plan maestro de alguien con risa maniaca y una cicatriz en la mejilla. No. Todo lo que le pasa a Matt empieza con un don nadie. El tipo vende su identidad. Otro agente del FBI, quebrado y con deudas, la filtra. Y Se acabó el juego. No hay drama. No hay redoble de tambores. Solo… sucede. Porque así funciona el mundo. Porque la podredumbre no necesita orquesta. Y eso es lo que hace tan perturbadoramente brillante esta historia: el horror no viene del golpe, sino del silencio que lo acompaña. La publicación que lo delata viene sin saña. Y ahí está todo. El sistema no odia a Matt. Simplemente no le importa. Lo tritura sin ensañarse, como una rueda que sigue girando. Y él, por más que lo intente, no puede detenerla.

Con todos estos detalles, Bendis nos da unos diálogos como un susurro conspirativo, una revelación al borde del colapso, una amenaza que se desliza como una cuchilla oxidada. Sus personajes no se expresan: se desnudan metafóricamente, tartamudean, repiten frases, dudan… como personas reales atrapadas en una en un ciclo de violencia sin fin. El ritmo es pausado, pero no por falta de tensión, sino porque la tensión es interna y muy visceral. La acción no siempre está en las peleas (aunque hay varias), sino en la manera en que Matt se rompe, se quiebra, se reconstruye y se vuelve a hundir.

En los números #26 al #50 se despliega el núcleo de esta historia: ¿Qué pasa cuando todos saben que Daredevil es Matt Murdock? ¿Qué pasa cuando el secreto muere y la máscara queda a la vista? Bendis no lo convierte en espectáculo, lo convierte en juicio existencial. Matt niega su identidad hasta lo absurdo, hasta lo patético. Se convierte en un hombre en guerra consigo mismo, un ser que se niega a dejar de ser una leyenda mientras el mundo lo convierte en una burla. Este es un Daredevil obsesivo, paranoico, maniático, machaca a los criminales de su barrio como si fuera un señor feudal, y se hunde en una espiral de violencia que lo lleva a redefinir completamente lo que significa “hacer justicia”. El arco final de este tomo, los números #56-60 (la saga del Rey de la cocina del infierno (“The King of Hell’s Kitchen”), ya no es una historia de identidad secreta, sino una historia de poder y locura. Murdock ya no se oculta: se sienta en el trono que dejó Kingpin y dice “yo soy la ley aquí”. Y consiguió su objetivo, limpiar la cocina del infierno. Pero eso atrajo miradas tanto de amigos como de enemigos y, como no, de la yakuza. Ejemplos todos de cómo el mundo se puede tonar caótico cuando menos te lo esperas.

Si el guion de Bendis es impecable, el arte de Alex Maleev junto con Matt Hollingworth, es lo que transforma este cómic en una gran obra. Maleev pinta la ciudad como si fuera un rincón olvidado por Dios, donde las luces son tenues, los callejones huelen a derrota, y cada sombra puede ser un enemigo. El estilo fotográfico, casi documental, del dibujante crea una atmósfera única. No hay poses heroicas. No hay brillos. Aquí los superhéroes sangran, se arrastran, sufren y se equivocan. Aquí Daredevil no vuela, sino que cae. Y se levanta. Una y otra vez. Hasta que duele verlo. La historia, además, se expande gracias a los artistas invitados, como David Mack, cuyo trazo poético y experimental sirve como perfecto contrapunto en algunos capítulos introspectivos. O Terry Dodson con Rachel Dodson, que le ponen color y formas más redondas a los momentos de respiro, como si el lector pudiera tomar un trago de agua en medio del desierto. Manuel Gutiérrez también aporta lo suyo, con una claridad de línea que contrasta de forma interesante con el estilo de Maleev, sin perder la cohesión general del relato. Al igual que nos encontramos con Gene Colan, Lee Weeks, Klaus Jason, John Romita con Al Migrom, Mike Avon Oeming y Joe Quesada con Dani Miki en el #50 aportando ese valor añadido de muchos de los artistas que trabajaron con “el cuernecitos”.

Este cómic no es solo una gran historia de superhéroes. Es también una reflexión sobre la identidad, la moral, la exposición pública, la intimidad, la justicia y el precio de la verdad. En tiempos donde todo se filtra, todo se graba, todo se sabe, el drama de Matt Murdock se vuelve extrañamente contemporáneo. ¿Quién puede mantener un secreto en una sociedad obsesionada con exponerlo todo? ¿Y qué queda de nosotros cuando nuestros secretos más íntimos son arrancados de cuajo? En ese sentido, la comparación con la etapa de Frank Miller no es gratuita. Bendis no copia a Miller, pero sí le rinde homenaje. Ambos entienden a Daredevil como una figura trágica, como un boxeador casi noqueado que siempre va perdiendo por puntos, pero sigue peleando como si pudiera ganar. Ambos hunden al personaje en la oscuridad solo para obligarlo a buscar una nueva luz. Pero mientras Miller jugaba con el pulp y el cine de samuráis, Bendis se decanta por el periodismo de investigación, las tramas pegadas a una sala de lo penal y el cine negro.

En cuando a la edición, esta etapa editada por Panini Comics junto con SD Distribuciones recopila los números del #16 a #19, del #26 al #50 y del #56 al #60. Con 816 páginas, traducidas por Gonzalo Quesada, que además incluye multitud de extras. Como los bocetos de David Mack y Alex Maleev, así como todas las portadas originales de la serie. Este primer integral compila los números iniciales y establece todas las piezas del tablero consiguiendo algo muy adictivo. Cada número te deja con ganas de más. Cada diálogo está afilado como una navaja. Cada página está empapada de desesperación elegante. Pero es también uno de los momentos más brillantes de este abogado superheroico como personaje. Porque Bendis lo rompe. Porque lo hace humano, poniéndolo en jaque constantemente. Y por eso, cuando llegas a la última página, no solo has recorrido una historia de máscaras rotas y vidas al borde del colapso. Has descendido a un infierno urbano donde la justicia no siempre gana, donde la verdad no siempre libera y donde los demonios siempre vuelven. Pero entonces ocurre algo curioso: no puedes dejarlo ahí. Este no es un cómic para leer solo una vez. En la primera lectura te agarra la historia. En la segunda, te engancha el arte de contarla. Y en la tercera… bueno, en la tercera ya eres parte del descenso. Porque este Daredevil no es solo un personaje. Es una experiencia. Y como toda experiencia intensa, necesita ser vivida más de una vez.

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