
Que venga alguien y me explique cómo demonios Frank Castle, el mismísimo Castigador, ha terminado aliado con un gremio de asesinos. ¿Qué ha pasado aquí? ¿Nos hemos despertado en una dimensión paralela? ¿Ha perdido el juicio? ¿O es que ha descubierto que para cazar al diablo, a veces hay que invocar demonios aún peores? Pues sí, eso es lo que nos trae «El Castigador: La Corporación de Asesinos« («The Punisher: Assassin’s Guild«), una obra creada por Mary Jo Duffy, Jorge Zaffino y Julie Michel. Una delicia de finales de los años ochenta que Panini Comics junto con SD Distribuciones han tenido el tino de rescatar en un tomito que huele a pólvora, testosterona y conflicto moral a lo Charles Bronson. Aquí no hay espacio para el descanso: los puños que vuelan, las dagas se clavan salvajemente en los cráneos y cualquier transeúnte puede sufrir los daños colaterales de esta maldita reyerta.
La trama es sencilla, directa y peligrosa como un cuchillo en la ducha. El castigador en busca de “su justicia” se introduce en ese ambiente tan oscuro y peligroso que todo el mundo temería menos el mismo. Desde la primera viñeta, sabemos que algo se ha roto. No hablamos solo de huesos (que también), sino de algo más profundo: el código moral de Frank Castle, ese que hasta ahora lo mantenía en la delgada línea entre «justiciero implacable» y «psicópata militarizado». Pero en este cómic, Castle toma una decisión que lo lanza de cabeza al abismo permitiendo que un gremio de asesinos haga y deshaga a su voluntad. Y es en ese punto donde Duffy nos planta su gran baza: ¿Qué ocurre cuando el Castigador deja de actuar solo y empieza a trabajar en equipo… con asesinos? ¿Cuándo acepta jugar con sus reglas? ¿Cuándo su código personal se resquebraja? Lo que a simple vista parece una historia de acción llena de casquillos y explosiones, se transforma rápidamente en un ensayo encubierto sobre el precio de cruzar ciertas líneas. Aquí Frank no solo mata. No solo ejecuta. Reflexiona mientras lo hace, y ese detalle, que puede parecer sutil, es lo que mejora, y bastante, una historia simple. Jo Duffy consigue lo impensable: que empaticemos con el justiciero de uniformado con la calavera, mientras lo vemos en su versión más violenta. Y lo hace sin traicionar al personaje, sin suavizarlo ni convertirlo en algo que no es. No hay redención aquí. No hay perdón. Solo decisiones desesperadas en una guerra sin final. Frank carga con sus actos como quien lleva dinamita en el pecho. Cada vez que presiona el gatillo, sentimos que parte de él se desintegra un poco más. Esa es la magia oscura de este cómic: te entretiene con la acción, pero te aprieta el alma con la culpa.

El guion no se limita a las balas: hay estrategia, espionaje, traición, alianzas incómodas y una exploración soterrada de lo que significa «hacer justicia» en un mundo donde nadie es inocente. Los asesinos con los que Frank trabaja no son simples figurantes: tienen presencia, historia, y representan distintos espejos deformados del propio Castle. Esos asesinos tienen justificación o es lo que parece en un principio, pero la pregunta que queda en el aire es clara: ¿aliarse con un asesino que tiene razón es una buena acción? A medida que avanzamos en la historia vemos como de manera clara y nítida acabas posicionándote de una manera o de otra.
Pero claro, todo esto no funcionaría igual sin el apartado gráfico. Y aquí entra el dúo infernal: Jorge Zaffino y Julie Michel. Lo de Zaffino es de otra dimensión. Cada página que dibuja es una escena de crimen detenida en el tiempo. Sus trazos son abruptos, sucios, cargados de textura y expresividad. No hay espacio para lo pulcro ni lo estático. Todo vibra, todo duele, todo pesa. Zaffino es un artista que no dibuja: escarba. Desentierra emociones con cada sombra, con cada arruga en el rostro de Castle, con cada gesto tenso de cualquier personaje aparecidos en las viñetas. Con una contundencia estética que no necesita pirotecnia. Solo necesita una paleta sombría, rostros marcados por la vida, y el uso exacto de la luz para que una simple escena de conversación sea más tensa que una batalla campal. Luego está Julie Michel, que complementa ese trazo con una atmósfera cargada de peligro constante. Su uso del color da un toque noir que encaja como un guante de cuero ensangrentado. Hay algo vintage en el conjunto, pero también brutalmente moderno: como si un cómic de los 80 se hubiera escapado del infierno y viniera a gritarte a la cara.

Esta obra es intensa, valiente, y profundamente humana. No porque muestre ternura, sino porque expone lo que nos hace humanos cuando nos enfrentamos a nuestras peores decisiones. El Castigador no es un héroe, ni quiere serlo. Pero aquí, más que nunca, lo vemos en su versión más desgarradora: la de un hombre que ya no tiene nada que perder… pero que sigue luchando como si todavía le quedara algo por salvar. «El Castigador: La corporación de asesinos« no es solo una historia de acción. Es una obra sombría y bastante compleja sobre lo que significa convertirse en un monstruo para combatir otros monstruos. Es cine de los 80 comprimido en 64 páginas. Es un thriller de violencia que te deja pensando después de cerrar el tomo.
