
Hay tebeos que desde que cuando los ves en la estantería te llaman la atención por su portada. Desde el primer vistazo, algo se activa, algo familiar pero profundamente retorcido te susurra al oído: “Esto no es lo que parece”. Eso me ocurrió con «Bajo los árboles, donde nadie te ve» («Beneath the Trees Where Nobody Sees«). Vi esa osita adorable arrastrando una bolsa y una pala dejando un rastro que parecía de todo menos frutas rojas y sentí un escalofrío. Como si alguien me dijera: “Sí, te va a gustar. Pero también vas a necesitar una ducha fría después”. Quizá sea causa de que el autor, Patrick Horvath, haya creado algo más que un cómic. Ha tejido una fábula sangrienta que juega con tus emociones, tus recuerdos infantiles, y tu fascinación por el crimen. Es como si tomara una caja de juguetes vintage, les inyectara LSD y los lanzara al corazón de una novela negra.
Todo comienza en Woodbrook, ese pueblecito de fantasía donde cada casa tiene un porche, cada animalito tiene un trabajo útil, y cada día huele a pan recién horneado. Un lugar tan cálido, tan ordenado, tan absolutamente “normal” que se convierte en el escondite perfecto para alguien como Samantha Strong. Es una osa parda de modales pulcros, voz suave y sonrisa constante. Regenta una ferretería. Saluda a todos los vecinos por su nombre. Asiste a las reuniones del ayuntamiento. Es el tipo de ciudadana modelo que aparecería en la portada del periódico comunitario si no fuera porque… bueno, es una asesina en serie.

Sí. Una asesina meticulosa, metódica, perfeccionista. Pero no cualquiera. Samantha tiene una regla de oro: jamás mata dentro del pueblo. Ella viaja hasta la gran ciudad, donde el anonimato es total y las víctimas son muchas, donde puede alimentar su oscura necesidad sin que nadie en su paraíso lo sospeche. Esa rutina le ha funcionado durante años. Hasta que un día, alguien rompe la regla. Aparece un cadáver en Woodbrook. Brutal. Sádico. Inesperado. Y lo peor: no es suyo. Samantha no sólo siente el miedo de ser descubierta, sino una furia visceral. ¿Cómo se atreven? ¿Quién osa ensuciar su comunidad? ¿Quién es el intruso que arruina la armonía de su mundo? Tiene que descubrirlo antes de que la descubran a ella. Y ahí comienza toda esta trama tan escabrosa como si hubiera salido del mismo bosque de Winnie the Pooh de la mano de Dexter.
Lo fascinante de esta historia es su tono. Horvath juega con los extremos de forma magistral. Por un lado, tienes escenas que parecen sacadas de un libro de cuentos ilustrado: Niños en la escuela, una pequeña banda de música tocando el parque o mapaches paseando en triciclo. Pero por otro, hay mutilaciones, torturas psicológicas y una tensión que no deja respirar. Cada página está impregnada de un contraste delicioso entre lo adorable y lo abominable. Como cuando ves a Samantha limpiar sus herramientas de tortura mientras vuelve a la tienda andado para atender a sus clientes. O cuando sonríe mientras idea cómo despistar al sheriff con la misma delicadeza con la que arregla una lámpara de aceite. Este cómic no es simplemente violento. Es inteligentemente cruel. Juega contigo. Te hace reír para luego golpearte con una escena de horror puro. Te hace confiar en un personaje para luego arrancártelo de las manos. Y ahí estamos nosotros atrapados. Hipnotizados.

El motor de la historia es el misterio. ¿Quién es el nuevo asesino? ¿Cuáles son sus motivos? ¿Por qué está actuando en Woodbrook? ¿Está enviando un mensaje? ¿O simplemente es un caos disfrazado de peluche? Samantha, desesperada por mantener su imagen intacta, empieza una investigación paralela a la del sheriff. Y aquí es donde Horvath se luce. La trama no sólo te mantiene enganchado por el deseo de saber quién es el asesino, sino por el pánico constante de que Samantha sea descubierta. Cada escena es una cuerda floja. Cada diálogo, un posible delator. Y aun así, no puedes evitar querer que Samantha gane. Porque, aunque es una psicópata, también es vulnerable, compleja, carismática. Y su lógica es retorcida, pero tiene sentido dentro del mundo que ella ha creado.
En lo gráfico, este autor americano usa un estilo cercano a los libros infantiles ilustrados de los años 80 y 90. Todo parece diseñado para reconfortarte: paletas de colores suaves, trazos redondeados, ojos grandes y expresivos, escenarios llenos de detalles entrañables. Pero entonces, de repente, aparece un cuerpo desmembrado, una mirada de odio, una herida abierta con precisión quirúrgica… En este caso, la violencia no choca con el estilo visual, sino que éste la potencia. Porque ese contraste genera incomodidad, sorpresa, fascinación. Porque estás viendo un crimen a través de los ojos de un niño, pero con la mente de un adulto perturbado. Hay una escena especialmente brillante donde Samantha se encuentra con un oso “real”, uno salvaje, no antropomorfizado. Ese momento, lleno de simbolismo y extrañeza, rompe la cuarta pared del universo dulce que Horvath ha creado y te lanza de cara a lo que siempre estuvo debajo: la naturaleza brutal que hay en todos nosotros, disfrazada de civilización.

Esta obra, editada originalmente por IDW Publishing, llega a España de la mano de Astiberri, con traducción de Santiago García. 152 páginas que suenan a crítica social elegante y feroz. Habla del poder de las apariencias. De cómo una comunidad puede preferir mirar hacia otro lado si todo parece estar bien. De cómo la monstruosidad se esconde bajo delantales floreados y saludos cordiales. De cómo la mente, incluso la más oscura, puede encontrar consuelo en la rutina, en la estética de los lugares comunes, en la paz de los rituales cotidianos. Samantha no es un monstruo tradicional. Es más aterradora porque es real. Porque podrías conocer a alguien como ella. Porque incluso podrías ser como ella en algún rincón remoto de tu subconsciente. Ese rincón donde el instinto choca con la moral. Donde la oscuridad se disfraza de orden.
No es común encontrar una obra donde la ternura sea un recurso para el horror. Este cómic no solo te da miedo, te rompe un poquito el corazón. Hay personajes entrañables que no salen vivos. Hay momentos de belleza que duelen. Hay una melancolía que flota como neblina en medio del bosque, envolviendo cada crimen con un halo poético. Porque al final, «Bajo los árboles, donde nadie te ve«, no sólo se esconden los cuerpos, también se ocultan las verdades, los deseos oscuros y las sonrisas falsas. Pero si te atreves a mirar más de cerca, descubrirás que incluso en el bosque más pintoresco, cada rama cruje con secretos. Cada hoja cae empapada de sangre. Lo más aterrador no es el grito en la oscuridad, sino lo que susurra en voz baja, justo donde nadie mira.
