El Castigador: La Caza de Furia. Hombres rotos en pie

Los secretos y las traiciones no significan para mí más que el abandono de viejos amores sin futuro

Hay cómics de superhéroes. Hay cómics de guerra. Y luego está esto: una orgía nihilista de testosterona, sangre y corrupción en la selva tropical, escrita por el mismísimo Garth Ennis, que volvió a Marvel como quien vuelve a una fiesta familiar… con una granada en el mano acompañado de Jacen Burrows con su lápiz afilado.  Porque si alguien podía agarrar a Nick Furia y Frank Castle, despojarlos de todo el barniz superheroico y lanzarlos de cabeza a la peor parte del alma humana, son ellos. Lo hicieron y se nota que lo disfrutaron.

Desde la primera página, sabes que estás en territorio Ennis. Te recibe un anciano vietnamita, Letrong Giap, que cuenta su historia de la forma más calmada posible, mientras te va soltando que conoció a Furia y Castle cuando aún eran hombres y no iconos. Su narración no está llena de épica, sino de heridas, tierra húmeda y verdades incómodas. Aquí no hay héroes, hay supervivientes con buena puntería. Y justo así arranca todo: el coronel del parche está en medio del infierno, prisionero tras las líneas enemigas, mientras Frank Castle, que ya en Vietnam era un hijo de perra inflexible. Recibe una misión que nada tiene que ver con su misión inicial. ¿Qué es ese cometido? Liquidar a Furia. Dicho esto, no desvelaremos mucho más para que no se pierda la gracia de la historia.

Uno de los grandes aciertos de este cómic es mostrar que Frank no se convirtió en el Castigador porque perdió a su familia. Ya lo era antes. Solo necesitaba una excusa para soltar la correa. En esta historia lo vemos sin calavera en el pecho, pero con la misma actitud de “la justicia soy yo y la ley se equivoca”. A Castle le dicen que mate y él, como quien pide una segunda opinión médica, decide mirar bien antes de apretar el gatillo. Lo que encuentra son dudas y bastantes mentiras de las que no cree ni una pizca. Justo ahí es donde el cómic despega de manera inponente. No es solo acción. Es un thriller político encubierto bajo una capa de barro, metralla y sudor. Porque, sorpresa, los malos no siempre llevan el uniforme del enemigo. A veces llevan corbata y están en una oficina con aire acondicionado.

Por otro lado, Nick Furia aquí no es el director de S.H.I.E.L.D. que da órdenes desde el helitransporte. Es un prisionero, un espía, un veterano con la mandíbula apretada y el alma triturada. No es un estratega brillante; es un superviviente con experiencia y rencores acumulados. El cómic no lo muestra como un mártir ni como un héroe, sino como un tipo que ha hecho cosas que lo despiertan por las noches. Cosas que, de hecho, hacen que alguien quiera borrarlo del mapa. Y aunque durante buena parte de la historia no lo vemos en acción, su sombra lo cubre todo, como si supieras que en cualquier momento va a agarrar una metralleta, un machete o una piedra si es necesario, y va a salir de ahí dejando cadáveres atrás y frases lapidarias.

Si algo deja claro este tebeo es que Garth Ennis no vino a hacer amigos. Vino a contar verdades. Vino a sacudir la jaula de la industria superheroica desde dentro, a recordarnos que el cómic puede ser algo más que entretenimiento: puede ser un proyectil directo al cerebro. Su guion no es complaciente. No hace concesiones. Es duro como un cigarro apagado en la palma de la mano y tan seco como un whisky de mala muerte servido en un campo de batalla.

Ennis escribe como quien conoce la guerra. No solo sus datos, no solo su estrategia, sino su hedor, su ruido, sus dilemas. Y no se limita a construir diálogos afilados, aunque lo hace como pocos, sino que levanta una estructura narrativa con peso, con pausa, con espacio para que los personajes respiren y, de paso, te ahoguen. Hay palabras que escuecen, que revelan traiciones, que explican la lógica enferma de un sistema donde la vida humana es moneda de cambio. Hay escenas que podrían parecer lentas si no fuera porque cada una está cargada de una tensión soterrada, como si cada viñeta escondiera una mina a punto de explotar.

En el dibujo. Jacen Burrows. Éste no es un dibujante de fuegos artificiales. No llena las páginas de splash pages grandilocuentes ni poses heroicas. Eso es exactamente lo que esta historia necesita. Su estilo sobrio, casi quirúrgico, permite que la crudeza del guion respire sin adornos. Los rostros de sus personajes no necesitan expresar mucho para contarlo todo: arrugas, miradas perdidas, gestos mínimos que comunican años de guerra interior. Junto con Guillermo Ortego, en las tintas, refuerza esa sobriedad. Hay precisión, hay limpieza, pero también un peso visual que empuja hacia abajo, como si cada página tuviera gravedad propia. Los colores de Nolan Woodard no intentan embellecer lo feo. Lo acompañan. Lo subrayan. Los verdes pestilentes de la jungla, los cielos nublados, los interiores asfixiantes. Todo contribuye a esa sensación de encierro moral que impregna el relato. El resultado es una obra que no grita. Susurra. Pero lo hace tan cerca del oído que es imposible no estremecerse.

Publicado en España por Panini Comics, contiene los seis números de la serie «Get Fury» con traducción de Gonzalo Quesada. Se incluyen, además, las portadas principales dibujadas por Dave Johnson, como las portadas alternativas realizadas por Rogê Antônio con Marcelo Maiolo, Jacen Burrows con Nolan Woodard, Juan Ferreyra y Goran Parlov.  Con un total de 136 páginas este tebeo no es una lectura cómoda. No busca entretenerte. Busca incomodarte. Quiere que sientas el calor de la selva, el miedo de la traición, la frustración de saber que, muchas veces, los verdaderos monstruos tienen nombre, apellido y despacho en las altas esferas. Pero en medio de todo ese barro, de toda esa desesperanza, hay momentos de humanidad. Pequeños gestos. Miradas. Decisiones que salvan a uno entre cien. Y eso es lo que la hace grande. Porque incluso en la guerra, incluso en el corazón de las tinieblas, puede haber espacio para la decencia. Aunque cueste la vida. No queda más que agradecer a Garth Ennis volver al «Castigador«. Por no tener filtro y recordarnos que, en los cómics, como en la vida, las mejores historias no son las de los dioses… sino las de los hombres rotos que siguen caminando.

Si la vida de un hombre se juzga por los enemigos que hace. Entonces la mía ha estado llena de riquezas

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