Mega. Una prisión muy terrestre

La Tierra contiene en si misma el mal y su remedio

John Milton

A veces un cómic te interesa desde que ves la portada. No por una cuestión de diseño llamativo o colores explosivos, sino por una presencia, unos dibujos, una promesa. Así es «MEGA«, de Salvador Sanz, una obra que se planta delante tuyo con la seguridad de saber que está a la altura de lo que propone: monstruos gigantes, terror, drama familiar, y una mitología tan original como perturbadora. Lo que parece al principio un homenaje a las leyendas japonesas de grandes monstruos pronto se convierte en una experiencia avasalladora. En tres tomos editados en España por Tengu Ediciones, que funcionan como un único bloque narrativo. Sanz construye un relato que, a pesar de estar lleno de destrucción y bestias colosales, nunca pierde la parte humana que en este caso es la más importante.

Lo más impresionante es su capacidad para conjugar lo íntimo con lo exorbitante. La historia arranca con una catástrofe: un monstruo emerge del Antártico y arrasa Montevideo. Así, sin introducciones largas ni prólogos innecesarios. Pero enseguida, la acción nos conduce al núcleo emocional del relato: una familia rota, marcada por la desaparición de un abuelo científico, cuya investigación podría tener la clave del caos que se avecina. La nieta, Tina, sueña con monstruos. El padre, desbordado, intenta sostener lo que queda. La conexión entre ellos y las criaturas que están despertando se va revelando poco a poco, con un equilibrio ejemplar entre el misterio y las pesadillas.

El primer tomo de MEGA es pura energía contenida. Salvador Sanz no se detiene a explicarlo todo desde el principio, sino que va dejando pistas, construyendo detalles, mostrando más que diciendo. Aquí ya se nota su forma de crear: como autor total (guionista, dibujante y colorista), controla cada ritmo, cada viñeta, cada pausa. Sabe cuándo acelerar con una escena de destrucción que deja sin aliento y cuándo detenerse en una mirada de Tina o un plano sacado un sueño. Las páginas sin diálogos, en las que los monstruos avanzan sin texto ni onomatopeyas, funcionan como secuencias mudas de una película. Hay una belleza coreografiada en la devastación que recuerda a los mejores momentos del cine con la técnica Tokusatsu, pero filtrado por una sensibilidad gráfica oscura y elegante. Lo más curioso es que no necesita reinventar la rueda para que sigas leyendo. La historia de un monstruo que aparece de pronto no es nueva. Pero Sanz logra darle un giro gracias a su tono. Aquí no hay humor ni guiños a la cultura pop. El terror es real. El caos es claro y explicito. Y los personajes no reaccionan como héroes de película, sino como personas normales enfrentadas a lo incomprensible. Eso ya marca la diferencia.

Si el primer tomo sienta las bases y nos presenta a los personajes, «El Despertar del Cisne Negro» amplía el mundo, sube la apuesta y empieza a explicar qué demonios está pasando. Y lo hace sin perder ese aire de misterio que lo vuelve adictivo. Descubrimos que los monstruos, lejos de ser simples fuerzas de la naturaleza, tienen una historia, una razón de ser. Sanz introduce un concepto fascinante: la Tierra como prisión cósmica. Según esta mitología, nuestro planeta fue creado como una celda para encerrar a entidades conocidas como los Chacales, responsables del Big Bang. ¿Quién los encerró? Una raza aún más antigua y poderosa: los Longevos. Y, por supuesto, algo (o alguien) los ha comenzado a despertar. La niña Tina se convierte en una figura clave. Posee un cuerno que sirve para invocar a uno de los titanes. Pero el uso de este artefacto no es casual: su conexión con las criaturas sugiere un legado, una herencia que va más allá de lo genético. Cuando su padre intenta usar el cuerno, el resultado es muy distinto. Hay algo en Tina que la vincula profundamente a estos seres. Y aunque todavía no lo entendemos del todo, esa ambigüedad es lo que mantiene la tensión. Mientras tanto, nuevos monstruos hacen su aparición. Uno de ellos es el Fénix, que surge de las cenizas de Montevideo para desplazarse a las Cataratas de Iguazú. El otro, el Cisne Negro, se presenta como el antagonista central de este segundo tomo. Cada criatura tiene un diseño único, que escapa del estilo de reptil clásico del género kaiju acercándose más a un monstruo creado por Lovecraft.

El tercero, «La danza de los Chacales«, nos lleva a la conclusión de la trama y es el más ambicioso de los tres. Y donde se reservan los acontecimientos más singulares y espectaculares de las tres partes. Aquí todo se acelera, se intensifica. La mitología alcanza nuevas cotas. Seguimos descubriendo nuevas criaturas, las batallas son más feroces, y el conflicto central llega a su punto más alto. Salvador Sanz se guarda varias sorpresas para este tramo final, incluyendo esos aspectos de un tebeo que gustan tanto porque no te lo esperas. Lo más destacable es cómo cierra el círculo iniciado en el primer tomo. La historia de Tina, su padre y el abuelo desaparecido encuentra una resolución que no solo está bien, sino que aporta sentido a todo lo anterior. El drama familiar no era un adorno era el corazón de la historia. Sanz no se conforma con ofrecer un final apoteósico de monstruos dándose golpes, sino que introduce una resolución cargada de simbolismo y emoción. También es en este tomo donde la relación entre los humanos y los monstruos se vuelve más compleja. La conexión entre Tina y la bestia se revela como algo casi espiritual, como si estuviéramos viendo un encuentro entre el monstruo de Frankenstein y la niña en la película de Boris Karloff.

Al terminar la trilogía queda claro que estos tebeos no son solamente una historia de monstruos. Es un universo. Un universo con reglas propias, con historia, con una lógica interna que se revela poco a poco. Es espectacular, sí. Tiene monstruos colosales, ciudades arrasadas, batallas que parecen salidas del Apocalipsis. Pero también tiene alma. Tiene personajes. Tiene una historia que habla del dolor, de la familia, del miedo a lo desconocido y de la pequeñez humana frente a un universo incomprensible. Salvador Sanz ha creado algo que va más allá del homenaje a las distopias de monstruos. Ha construido una mitología propia, oscura y poderosa, y la ha contado con un estilo gráfico deslumbrante. Leer MEGA es como asomarse a una grieta que se abre en la realidad y te deja ver algo primigenio, bello y aterrador a la vez. Y una vez que fijas la mirada… no puedes dejar de observarlo.

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