Buena Gente: de la moral y la vanidad

“!Se hace sabeeer! ¡Que todo vecino capaz ha de acudir al ayuntamiento!!Para atender un importante comunicado del señor alcalde!

En algún rincón perdido de la geografía española, entre campos secos, secretos húmedos y un calor que parece que nadie ha logrado apagar desde 1939, se encuentra Benquerencia del Río. Un pueblo tan pequeño que hasta el pecado llega con retraso. Tan antiguo que aún huele a misa de doce, a vetusta censura y a café de puchero. Allí es donde Isaac Sánchez decide lanzar su nueva bomba titulada «Buena Gente«. Y como ya nos tiene acostumbrados desde «Baños Pleamar» o «El de la Batamanta«, no es una bomba cualquiera. Es de esas que no hacen ruido al estallar… pero que impactan en el alma.

Empecemos por el principio: España. Años 60. Época de pantalones bien planchados, vecinos que espían desde detrás de las cortinas, y una moral nacional-católica que lo cubría todo como una niebla densa. En ese escenario tan gris como real, la historia comienza con una tragedia, una de esas que el pueblo rumorea entre sollozos y bocadillos de lomo. A raíz de ese suceso, del que no conviene decir mucho para no destripar la sorpresa, surge una idea tan absurda como escalofriantemente creíble: un concurso para elegir a la mejor persona de Benquerencia del Río. Quien gane, heredará una fortuna.

Toda acción tiene una reacción igual y opuesta de la misma intensidad

Porque Buena Gente no va de ser bueno. Va de parecerlo. Va de cómo la codicia se disfraza de generosidad, de cómo el deseo de ser admirado puede pervertir hasta el alma más pura. Va, en definitiva, de la mentira de la bondad, esa que tanto abunda en redes sociales hoy, pero que ya se practicaba con maestría entre los setos del pueblo, mucho antes de que existieran los likes. Isaac Sánchez nos presenta una galería de personajes que parecen salidos de una postal antigua, de esas que guardas por nostalgia, aunque sepas que todo lo que retrata huele a cerrado. Está el cura que en vez de rezar juzga, las vecinas metomentodo, que algunos las conocemos como “las viejas del visillo”, el alcalde intentando cumplir la legalidad vigente, carniceros sin carne y mamarrachos con aire de Elvis entre otros. Todos ellos se ven atrapados en una competición donde lo importante no es el bien, sino el espectáculo del bien. Y ahí comienza la verdadera tragedia.

Lo que hace que esta obra destaque es que Sánchez no cae en la trampa de la caricatura vacía. Cada personaje, por grotesco que parezca, está construido con mimo. No hay buenos puros ni malos sin fisuras. Hay seres humanos llenos de contradicciones, de heridas, de traumas que se arrastran como sombras por las callejuelas empedradas del pueblo. El autor nos obliga a mirar de frente a esas partes de nosotros que preferimos esconder. Esa necesidad de gustar, de ser aplaudidos, de que hablen bien de nosotros, aunque por dentro estemos llenos de rencor, envidia o miedo. Y es que este tebeo es también un retrato preciso y precioso, aunque duela, de la España negra. Esa España profunda que nunca se fue del todo. Esa que aún cree que aparentar importa más que ser. Que prefiere callar lo feo para que nadie diga que en su casa hay polvo. Con todos estos hilos Sánchez teje esos tapices con líneas gruesas y firmes, pero también con silencios, con miradas esquivas, con cielos cargados de nubes donde el sol no brilla, aunque todos aseguren que hace un día precioso.

Se hace saber! ¡Que toda persona capaaaz… podrá gozar hoy del debú taurino de Hermino Díaz “El niño de la Macana””

El apartado gráfico merece un párrafo entero. O dos. O una tesis. Porque Isaac no solo escribe, dibuja con la misma visceralidad con la que se escribe un poema triste. Cada viñeta está cargada de intención. Los colores, apagados, terrosos, como sacados de una vieja fotografía, te sumergen en una atmósfera de opresión y tensión continua. Las expresiones faciales son un espectáculo en sí mismo: miradas que suplican, sonrisas que esconden puñales, cejas que se alzan como cuchillos. El dibujo, como la historia, es un espejo oscuro en el que se refleja la sociedad… y nosotros con ella. Que nadie se lleve a engaño. Aunque este comic sea duro, también tiene humor. Un humor negro, ácido, a veces incómodo, que se cuela entre las grietas de la tragedia como una carcajada amarga. Ese humor que se ríe de lo solemne, que desnuda las pretensiones de los personajes. Isaac Sánchez tiene ese don extraño de hacerte reír justo cuando estás a punto de llorar. O al revés. Y sí, hay momentos para la emoción pura. Porque en medio de tanta apariencia, de tanta impostura, también deja espacio para la ternura verdadera. Para esa bondad pequeña, silenciosa, que no busca premios ni aplausos. Esa que a veces se da en forma de gesto, de palabra, de silencio. Esa que en los tebeos de Isaac Sánchez no hace ruido, pero cambia vidas.

Por todo esto no bastara, si la historia no te hubiera dejado del revés y la cabeza zumbando, llega Dolmen y lo convierte en un objeto de deseo tan contundente como su contenido. Con un formato de 19×27 cm, tapa dura y 112 páginas a color, la edición se siente sólida entre las manos, como si llevaras un pedacito de memoria cultural entre sus páginas. Muy destacables son, además, los contenidos extra. Porque cuando crees que ya lo has leído todo, te abre otra puerta: la de su proceso de creación, su tejido íntimo, el backstage emocional que ha envuelto el nacimiento de este cómic. Isaac Sánchez comparte aquí cómo ideó el concepto del tebeo, y lo que descubrimos no es menor: la inspiración vino de los premios que algunos deportistas de élite reciben no solo por su rendimiento, sino por sus «valores humanos». Esa paradoja contemporánea donde se premia la bondad… públicamente, casi como espectáculo. De ahí nace la semilla perversa y brillante de este relato.

La edición se completa con una galería final de reinterpretaciones de artistas invitados, un broche de oro que convierte el volumen en un homenaje colectivo al arte. Fran Galán, Gabriel Hernández Walta, J. S. Linares, Aneke y Jennifer Giner aportan su visión única de la gente de  Benquerencia del Río y lo hacen con estilos diversos, pero con una misma reverencia. En conclusión, este tebeo que no solo se lee, sino que se recuerda, se recomienda y se vuelve a leer. Isaac Sánchez no solo ha contado, en «Buena Gente«, una historia brutalmente honesta. Ha construido una alegoría inolvidable sobre la moral, la vanidad y el alma de un país. Un país que, a veces, prefiere parecer bueno… a serlo de verdad.

El camino al infierno está plagado de buenas intenciones

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