Gadiro. El embajador de la Atlántida: Ataque a Athlán. El mítico continente

Si alguna vez imaginaste la Atlántida como un paraíso pacífico de filósofos y científicos contemplando las estrellas, Manuel Veiga y Fabiano Neves vienen a destruir ese mito a golpe de espada, conjuro y traición, de la mano de Serendipia Editorial. En «Gadiro. El embajador de la Atlántida: Ataque a Athlán«, la legendaria isla-continente no es la cuna del progreso universal, sino un campo de batalla donde diez reinos luchan sin descanso por el poder. Y en medio de este tablero de ajedrez sangriento, nos encontramos con Gadiro, un protagonista que nace con el derecho al trono… pero no con la fuerza y ganas para reclamarlo.

La historia de Gadiro comienza con un acto de injusticia disfrazada de pragmatismo. En la tradición atlante, el primer hijo varón debía llamarse Atlas y heredar el trono. Sin embargo, cuando nacen los gemelos reales, la balanza se inclina a favor del segundo en llegar al mundo. Mientras Atlas es fuerte y saludable, el otro es más pequeño y débil. Así que, en un giro que haría las delicias de cualquier dinastía cruel, los padres (realmente la reina madre) deciden que el robusto bebé se quede con el trono, y el enclenque con el nombre de segundón. Sin embargo, los años pasan y la fortuna cambia. Gadiro crece, se fortalece y, sin la carga de la corona, desarrolla habilidades que su hermano jamás tendrá. Si la vida no fuera lo suficientemente complicada, el reino del norte, Bóreas, decide que es un buen momento para invadir Atlantia. Y no lo hacen de manera honorable: se escudan en un hechizo de ocultación para pasar desapercibidos y atacar por sorpresa. De repente, las ciudades de Atlantia arden, las tropas enemigas avanzan sin resistencia y la capital, Athlán, se ve asediada sin que nadie lo viera venir. En este punto es donde todo comienza y ya nada es lo que parece. Habrá dioses, magos y traiciones que es mejor no desvelar mucho más allá.

Lo más fascinante de este tebeo es cómo juega con la idea de la Atlántida como una civilización no solo avanzada, sino también decadente en muchos aspectos. Mientras Atlantia representa el conocimiento y el esplendor arquitectónico, el resto de los reinos son una mezcla de brutalidad, conspiraciones y ansias de poder. ¿Acaso el colapso atlante no era una cuestión de “si” sino de “cuándo”? En estas páginas nos muestran que la gloria de la Atlántida no fue solo su mayor virtud, sino también su condena. El exceso de confianza, la fragmentación interna y la arrogancia de sus líderes la hicieron vulnerable. Y cuando un enemigo como Bóreas decide atacar, la caída es inevitable.

El guion de Manuel Veiga es ágil y directo, combinando mitología, acción y política en una historia absorbente. Aquí no hay héroes perfectos ni villanos unidimensionales; cada personaje tiene su propia evolución y motivaciones. La tensión entre la guerra externa y las conspiraciones internas mantiene el ritmo trepidante, con diálogos inteligentes y giros inesperados. Haciendo que este primer volumen se quede en el inicio de algo mucho más grande. Por otro lado, el arte de Fabiano Neves eleva la historia a otro nivel. Cada página es una explosión visual: ciudades monumentales que combinan estilos mesoamericanos, egipcios y clásicos; paisajes exuberantes llenos de vida; y personajes con un diseño potente y expresivo. Las escenas de combate tienen un dinamismo cinematográfico, con viñetas que transmiten el impacto de cada golpe y la crudeza de la batalla, tan espectaculares como efectivas.

Por eso en estas páginas, «Gadiro«, se erige como un puente entre dos mundos: el esplendor atlante y las tierras aún desconocidas para su civilización. Su viaje no solo es físico, sino también simbólico, representando el choque de culturas, el descubrimiento de nuevas realidades y los dilemas de aquellos que deben actuar como mediadores entre sociedades con valores y visiones opuestas. Este tebeo logra lo que pocas obras consiguen: hacernos viajar a través del tiempo y el mito, dejándonos con la sensación de haber sido testigos de un relato perdido en las brumas del pasado.

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