Le llamábamos Bebeto: De la infancia a la adolescencia en un certero tebeo

“Allí jugábamos como si no existiera un mañana…”

Más que un paso, el proceso de dejar la niñez y comenzar la adolescencia es una frontera difusa que se ha de recorrer. Un proceso personal de cada cual en el que cambian algunas costumbres y preferencias mientras despiertan nuevos intereses. Eso es lo que vive Carlos, el protagonista de “Le llamábamos Bebeto” (“On l’appelait Bebeto”) de Javi Rey, recién estrenado en castellano y catalán (“Li dèiem Bebeto”) por Norma Editorial.

Un tebeo que nos trasporta a la zona metropolitana del Baix Llobregat de mediados de los años 90, donde vamos a ser testigos de dos veranos capitales en la vida del protagonista, Carlos. Los del 95 y 96, años en los que el protagonista irá entrando en la adolescencia mientras el drama costumbrista de la obra despliega sus encantos, tanto gráficos como literarios. Éstos atrapan al lector página a página, sin aspavientos. En ocasiones de forma sutil, otras de manera explícita. En todo caso, logrando su objetivo, que no es otro que el haber un conformado un cómic tan personal como certero.

“Entonces lo vi allí, mirando al horizonte. Una mirada ausente que atravesaba la pista de fútbol, perdida en algún punto indeterminado de la arboleda…”

Más allá de la capacidad de capturar un tiempo y lugar de forma efectiva, “Le llamábamos Bebeto” despliega costumbrismo con una cierta poética que baña de humanidad cada uno de sus pasajes. Empezando por la acertada elección de la primera persona para narrar la historia, hecho que refuerza el tono confesional que posee tebeo. Sobre ese elemento pivota un relato que va ganando altura desde un primer momento, mientras el protagonista principal va creciendo y relacionándose con sus amigos en esos eternos veranos de extrarradio: un chaval que va aprendiendo a vivir con todo lo que ello implica, incluidos algunos de los sinsabores que depara la vida. Como esas ausencias que aparecen bruscamente, dejando huella de por vida….


“… siempre estaba sentado en las gradas mirándonos jugar. Siempre estaba en las pistas. Siempre. Como las porterías o las rayas gastadas del terreno de juego. Como las flores que volvían a crecer cada primavera entre las grietas del cemento…”

Junto a Carlos, el otro personaje destacado del tebeo: al que apodan «Bebeto«. Quizá uno cargado con un síndrome de Peter Pan, o quizá con una sensibilidad nada acorde con ese entorno donde tiene que crecer, como «hierba en mal lugar». Que cada cual saque sus conclusiones cuando lea la obra. El hecho es que, aun poseyendo caracteres diferentes, Carlos y Bebeto entablarán amistad en esa época que el protagonista deja de ser un niño. Una amistad de contrastes, por lo distintos que son. Eso, junto a las “mochilas emocionales” que llevan cada uno, hace que el tebeo vaya ganando altura a cada paso que da, mientras la pubertad comienza. En un recorrido dramático solvente, sin excesos ni artificios, fluyendo conforme se avanza en su lectura. Con viñetas aparentemente sencillas, pero con una fuerza narrativa notable, que cuentan y expresan con precisión efectiva. Construyendo emociones en cada trazo, mirada y encuadre.

Así Javi Rey (“Intemperie”, “Un enemigo del pueblo” o “¡Adelante!”) vuelve a reafirmarse como un autor completo a tener muy en cuenta. Muestra de ello, por ejemplo, es ese color utilizado que refuerza lo narrado y apuntala la poética soterrada que subyace en lo contado. Esa que se cuela tanto en lo que se muestra como en lo que se sugiere, bien perfilado por un estilo gráfico que maximiza lo que hay que expresar del guion. Así, ritmo y tono conviven orgánicamente en una narrativa gráfica notable, creando esa amalgama costumbrista que desprende el tebeo. Plagada de matices y con un sabor a verdad. A verdad vivida, aunque sea este cómic una ficción.

Eso es lo que desprenden las 144 páginas de “Le llamábamos Bebeto”. Editado el pasado verano en el mercado franco belga por Dargaud, Norma lo acaba de estrenar en una cuidadas ediciones en castellano y catalán («Li dèiem Bebeto«), a la altura de lo que contiene: un tebeo de una pieza. Uno que retrata algo más que un tiempo y un lugar: el paso de la infancia a la adolescencia en un relato aparentemente pequeño e intimista, pero colosal en su desarrollo y resultado. Un hallazgo que deja huella.

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